Por Luis Enrique Valdés Duarte.
José Julián Martí y Pérez nació “sin sol” en la fría madrugada de un día como hoy hace 168 años. Su extraordinaria existencia estuvo signada por una elección cometida muy tempranamente y que concretó en su poema “Yugo y estrella”. Allí su madre lo nombra “misterio que de mí naciste” y le muestra, para que escoja entre ellas, dos “insignias de la vida”. Todos sabemos qué escogióentre “la estrella que ilumina y mata” y el yugo al que,“puesto en él de pie”, renunció toda la vida. En ningún otro cubano una estrella lucida “en la frente” ha brillado tanto ni ha conducido a la muerte propia con una furia tan impetuosa como la que aquella madrugada fue a dar en su semblante angelical.
Ese “algo de estrella” no lo abandonó nunca, de hecho, su luz es cada vez más clara porque mientras vivió no cejó ni un segundo en su estricto ideal:
“Hombre en la tierra, mi deber concibo:
Nadie hará más;—luchando como bueno,
Yo arrastro el muerto, semejando un vivo,
Y espero el fin, indómito y sereno.”
Martí estuvo siempre puesto en pie sobre el yugo, ajeno a toda mansedumbre y a todo sometimiento. Una sola atadura tuvo en la vida: la entrega férrea, incólume e inamovible a la libertad de Cuba; pero ninguna cadena lo hizo más libre ni más dichoso.
Sin embargo, de otro yugo quiero yo hablar. Tengo la certeza de que en la Cuba actual, a años luz de la que soñó Martí, se le procura hacer preso de su propia luz. El ideario martiano ha sido allí subyugado, reinterpretado, acomodado al oprobio. La dictadura cubana lo ha convertido en la voz de un proceder que está en las antípodas del suyo propio: dado a la pluralidad y a la dignidad de todos los hombres sin distinción.
Los propósitos del encomiable esfuerzo de José Martí fueron clarísimos y quedaron escritos de su puño y letra. A esos deberíamos encauzarnos los cubanos dignos, a“asegurar en la paz y el trabajo la felicidad de los habitantes de la Isla”; a no “perpetuar en la República Cubana, con formas nuevas o con alteraciones más aparentes que esenciales, el espíritu autoritario y la composición burocrática”; a “fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud”; a no “llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio”; a asegurar “el decoro y bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria libre”; a “unir en un esfuerzo continuo y común la acción de todos los cubanos residentes en el extranjero”; a ser, en fin, libres.
Siento, en cambio, que estamos cada vez más lejos de nuestro “Homagno generoso”. En su adorada Cuba ha fraguado el engaño comunista y el pobre Pepe ha sido convertido en su adalid. Ya no por nosotros, hagámoslo por él y por su memoria: hay que quitarle ese yugo, es la manera más directa de ser libres nosotros también y parecernos a lo que él no ha dejado de ser nunca, a pesar de tanta miseria humana: un misterio, una luz súbita y centelleante.
Luis Enrique Valdés Duarte es escritor, editor, y activista cultural.
Esperaba tu escrito. Tu amor y dedicación a nuestro Martí siempre me emocionan. Justo homenaje al más grande de los cubanos.
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