Sociedad

El suicidio de acuerdo a diferentes filósofos

Por Chicho Porras.

Sartre: carácter absurdo de la muerte y el suicidio

Kierkergaard: el suicidio una forma de manifestar la plena libertad y, contradictoriamente, el sentido de la vida.

Montaigne: la llave de la libertad

Schlegel: el suicidio es solamente un suceso, raramente una acción.

 

Rara vez, ninguno de estos filósofos ataca el problema del suicidio, no como emancipación, voluntad o redención, sino como necesidad.  Para los movimientos filosóficos del siglo XIX y siglo XX, el suicidio aparece como una manifestación de “rompimiento de cadenas” en pos de una libertad absoluta, aunque absurda, ya que para Sartre, “estamos todos condenados a ser libres”.  El suicidio es tratado como un arma de satisfacción personal y no una predisposición fisio-síquica por parte del suicida.  Me explico: la necesidad de morir la vemos, no como una reflexión de algo que nos traerá libertad incondicional, sino un crimen mismo.  Siendo un crimen el actuar contra tu propio yo, la relación entre la psiquis del suicida y la constitución digamos de un asesino se asemejan tanto como se acondicionan a una yuxtaposición inevitable.  De ahí que el intento de suicidio sea tratado como dos cosas diferentes: un crimen un acto de desbalance siquiátrico. Aclaro, no todo suicidio se debe ver a través de generalizaciones modernas.   Pecaron los existencialistas de la época de controlar el pensamiento humano de una forma íntegra e inalterable, lo que deslució parte de la filosofía una vez que finalizamos el siglo XX y entramos en el siglo XXI.

Sin embargo, hay una parte esencial de las respuestas filosóficas sobre el suicidio que no responde a la realidad esencial del asunto.  Y en ese asunto tan importante quiero ahondar en este ensayo número dos.

 

LA CONDICIÓN ILÓGICA

 

Yo pienso por lo tanto existo

Si no pienso

Entonces no existo

 

Para los absurdistas, el no pensar de los humanos los transporta a vivir una vida automática e inescapable, ya que pensar, o indagar sobre los sentimientos que pueden acechar a un hombre lo llevaría del directo al absurdo, y el absurdo niega la posibilidad de la transcendencia.  Entonces, ¿qué nos queda para argumentar?  Si pensamos, existimos, pero, si existimos caemos en el absurdo, al caer en el absurdo, la existencia no tiene lógica, por lo que somos en ese momento seres ilógicos, de esta forma el silogismo aristotélico se reescribía como tal:

 

Si no pienso, existo

Si pienso

Soy el absurdo.

 

O

Si pienso, no existo

Si existo

Soy libre. (O estoy condenado a ser libre)

 

 

Por lo que el suicidio de los absurdistas y los existencialistas es ilógico, lo absurdo, no tiene razón de ser ya que lleva en su primicia la realidad de un pensar, que por sí ya lo hace innecesario, sin la efectividad una posible realidad.  Ejemplo:   recientemente leí en un jornal de la ciudad de un joven de 18 años que trató de suicidarse dándose un tiro en la cabeza.  No solo sobrevivió al suicidio, sino que le rogó a los paramédicos que lo salvaran, que no quería ya morir.  Así, observamos que este tipo de suicidio es transcendental, porque interpone la existencia a un final potencial.

La realidad ilógica de este suicidio estaría sumiso a las condiciones de probabilidades imposibles o imposibilidades probables, lo que nos da a entender que ambas filosofías: absurdo y existencialismo serían necesarias para explicar una imposible condición, ya que el absurdo niega la transcendencia, mientras que el existencialismo tiene la tendencia de maniatar la libertad que por existir nos hace esclavo de ella.  Tomemos de nuevo el ejemplo del juego de futbol como ejemplo.  Supongamos que durante un partido de futbol un gol podría ser conectado por uno de dos jugadores.  Jugador A tiene más posibilidades porque tiene más destreza, jugador B, no tiene la destreza del jugador A, pero estará en posición más ventajosa durante todo el partido para conectar el gol final.  La pregunta es: ¿quién conectará el gol para ganar el partido?  La respuesta es simple ninguno de los dos podrá conectar el gol. ¿Por qué? Simplemente, porque entramos de lleno en la realidad ilógica, que nos explica que la probabilidad es totalmente imposible cuando la miramos de forma absurda, y la posibilidad es improbable si indagamos por una respuesta existencialista.  O sea, que el gol puede variar de acuerdo al destino.  Pero como el destino es subyugado al absurdo de la realidad, y a la libertad individual, per se, éste mismo destino nos censura por querer ser libres. Por lo tanto, la única forma de encontrar la respuesta está en la realidad ilógica.  ¿Quién anotará el gol?  Pues el jugador A con más destreza no pudo acercarse a la cancha de gol, mientras que el jugador B jugando mucho más cerca del gol, no tuvo la destreza para anotar.  El que anotó el gol fue el jugador C.  Porque el jugador C contaba con cierta distancia de la valla del gol y con cierta destreza.  Esa sería la respuesta más ilógica que se puede dar a esta analogía.  En el caso del suicida, no es un auténtico suicida, aun intentando el suicidio, porque en la ambigüedad del suicidio, nos empuja a pensar, no solo que no fue un suicida genuino, sino que todo el efecto de ese suicidio en particular no tuvo lógica posible: por lo tanto, hubo, pero no hubo un suicidio lógico, aunque existió el suicida ilógico.  No en balde, Nietzsche nos dice claramente que: la mentira más común es aquella donde el hombre se engaña a sí mismo.

En el juego de futbol, la lógica nos diría que uno o el otro anotarían el gol, pero, como no sucedió de esta forma, la única posible explicación es porque la realidad ilógica es fundamental para dar respuesta a lo que no parece posible.   Lo que no trataron Sartre, Camus, Kierkergaard et al, fue la posibilidad de una realidad ilógica, porque la idea de lo ilógica traía a colación el rechazo de la verdad, lo que se palpa como posibilidad, y no un ente tan disyuntivo que solo puede existir ligado a su opuesto perfecto: la mentira.

Discutiré más sobre este asunto en el próximo esquema.

 

¿QUIÉN POSEE LA VERDAD?

 

Comencemos con la definición de una mentira: Una “mentira” se define como: decisión deliberada para alterar un objetivo sin dar una notificación de la intención de hacerlo. Los actos importantes son que una mentira es un “acto” que es “deliberado o intencional” y que tiene la consecuencia de que el objetivo sea “engañoso

Hace unos años me encontraba sentado en un cine viendo un filme del poco comprendido y gran director Akira Kurosawa.  En este opus magnus del genio japonés se discute la tendencia a la mentira a ser verdad y la verdad a ser mentira.  En Kioto, bajo las puertas del destruido templo de Rashomon, se guarecen de la torrencial lluvia un leñador, un sacerdote budista y un peregrino. Los tres discuten sobre el juicio a un bandido acusado de haber dado muerto a un señor feudal y violado a su esposa.  Los detalles del crimen son narrados desde el punto de vista del bandido, de la mujer, del señor feudal –con la ayuda de un médium- y del leñador, único testigo de los hechos.

Aunque pareciese que Kurosawa está obsesionado con saber cuál de todos los protagonistas del asesinato del señor feudal dice la verdad, no es esa la línea central de esta obra.  La importancia del relato yace, única y exclusivamente, de que ninguno de los protagonistas dice la verdad, sino su verdad.  Cuando se dice esa verdad, caemos de lleno en el reino de lo ilógico ya que la verdad de tres de los individuos no es cierta, o comprometida.  Una vez más, la realidad ilógica toma efecto en la relación de quién miente y quién no.  Si todos dicen la verdad, ¿quién dice la mentira?  Y si todos mienten, ¿dónde reside la verdad?   La mentira es tan poderosa en esta situación como la verdad, porque si en vez de buscar la verdad, buscáramos el hecho de la mentira sería más fácil de resolver el crimen del señor.  No olvidemos aquella frase extraordinaria de Thomas MannUna gran verdad es aquella cuyo opuesto también lo es

 

 

 

[3]  En la revista «American Journal of Medical Genetics», se lee un artículo sobre investigadores alemanes que encontraron el «cromosoma criminal» en el 1,8 por ciento de los agresores sexuales que examinaron. Esta alteración era mucho más común en este colectivo que en el resto de los convictos seleccionados al azar (0,7-0,9 por ciento) o respecto a la población general (0,01). Dos de los tres hombres de la muestra que nacieron con el XYY habían cometido varios homicidios, y los tres fueron definidos por los psiquiatras forenses como sádicos sexuales y psicópatas.

 

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