Política

El Status Profundis

Por Gloria Chávez Vásquez.

Las investigaciones actuales del Congreso de los Estados Unidos, sobre el contenido del computador portátil de Hunter Biden, destaparon una verdadera caja de sorpresas: muchos miembros de la familia, incluyendo al presidente, se han enriquecido vendiendo acceso a la presidencia y negociando ilegalmente con gobiernos como los de China, Rusia y Ucrania. Mediante ese tráfico de influencias, que invita a una épica de Hollywood, el dinero de los contribuyentes estadounidenses ha ido a parar, principalmente, a los bolsillos de los Biden.

El daño causado por la política corrupta de J. Biden, una versión del radicalismo de Obama– ha perjudicado drásticamente la economía nacional y provocado el colapso de sus fronteras, la calidad de vida de las principales ciudades y degradado la moral del país a una velocidad alucinante. Este panorama ha sido posible, gracias a la complicidad de individuos sin escrúpulos dentro y fuera del FBI. No debemos descontar los medios de propaganda “y el sospechoso proceso electoral, que colocó a un hombre incompetente e incapacitado como líder del mundo libre en 2020.

Con ánimo de lucro y de poder

Se pensaba que, hasta entonces, nadie se había enriquecido tan rápido, como los Clinton”, escribe el periodista e investigador, Peter Schweitzer, en su libro “Clinton Cash: la historia ignorada de como los gobiernos extranjeros y negocios ayudaron a Bill y a Hillary a hacerse ricos. O los Obama, ahora accionistas y contratistas de Netflix, desde donde dictan su parcializada agenda racial, del mismo modo que Barack gobernó con su lema “el fin justifica los medios” durante ocho años. Como marxista radical B.O. ha empleado todas las tácticas de guerra de la extrema izquierda revolucionaria creadas por Saul Alinsky en “Reglas para Radicales”.

Propulsado como “el primer presidente negro” B. Obama descuadernó los derechos civiles fomentando, exacerbando y manufacturando el odio racial donde ya no existía. Obama infligió más daños que ningún otro presidente en la historia de la república. Por lo menos hasta que Joe Biden se convirtió en marioneta de lo que muchos llaman “la tercera presidencia de Obama”.

Hasta que Trump se atravesó

El pantano ya apestaba a mil demonios cuando Donald J. Trump entró en la arena. A partir de entonces, Trump se convirtió en el contrincante más temido de “la clase dirigente”, “las elites,” el “estado profundo,” o como muchos lo llaman “el pantano de Washington, D.C”, que el entonces candidato, prometió “drenar”. Todas las medidas propuestas por Trump – desde la accesibilidad a bajo costo de la energía, hasta reconstruir el ejército y negociar tratados de comercio más realistas con otras naciones, así como asegurar las fronteras, – encontraron eco en la voluntad del pueblo de clase media, columna vertebral económica y moral de la nación. Desde ese momento, las histéricas elites del gobierno, los medios, la cultura y la academia lo declararon enemigo número uno, etiquetándolo de Hitler.

A pesar de todos los esfuerzos de desinformación y sucias tácticas, Trump ganó las elecciones presidenciales de 2016. Para los elitistas, eso no estaba en su libreto. ¡Trump no estaba supuesto a ganar! Las encuestas pro demócratas predecían como ganadora a Hillary Clinton.

Los ataques, cada vez más furibundos continuaron sin tregua, año tras año, desde su elección hasta el presente. Al punto que hay un ejército de abogados de izquierda trasnochando y arrancándose los pelos para inventarle nuevos delitos. No importa que DJT sea un astuto, experimentado y sabio negociador que ha desafiado con destreza a los lideres de países como China, Rusia, Corea del Norte e Irán. No importa que como ser humano y presidente, haya demostrado un extraordinario sentido común, inagotable energía, enorme capacidad para el trabajo, y genuina valentía. O que posea un auténtico amor y respeto por su gente, y las fuerzas del orden de su país.

Nada de eso les importa a las clases gobernantes. De hecho, ese es el problema. Desde su punto de vista, Trump tiene que ser eliminado.

Habiendo fracasado en tumbar a Trump durante sus cuatro años de gobierno, a pesar de las fabricaciones del escándalo de colusión con Rusia – concebido y patrocinado por la campaña de Hillary Clinton, o los juicios para sacarlo de la presidencia, las elites del pantano D.C. están redoblando sus tácticas para evitar que Trump corra y gane las elecciones en 2024.

En marzo pasado, una fiscal de Nueva York que lleva años tratando de encarcelar a Trump le imputó 34 cargos por supuestamente “falsificar documentos de negocios.” La fecha del juicio fue escogida para impedir su participación en el ciclo de elecciones del 2024. En junio, se le imputaron otros 37 cargos relacionados con el manejo de documentos clasificados y para julio traman involucrarlo como el líder de las protestas del 6 de enero. La inquisición del pantano intenta mantener a Trump imposibilitado y humillado a punta de mentiras y falsos testimonios políticamente motivados, durante toda la campana electoral. Si consiguen que un jurado lo encuentre culpable, Trump enfrentaría 400 años en prisión.

El propósito obvio de los demócratas del estado profundo es impedir “constitucionalmente” que Trump vuelva a la presidencia. La proyección, (el mecanismo de defensa reflexivo de la izquierda) es, acusar a otros de la maldad y crímenes de los que ellos son culpables – la obsesión de tratar a Donald Trump como un criminal tiene que ver con el hecho de que sus acusadores y perseguidores son los criminales.” El ladrón juzga por su condición” dice el refrán.

¿Por qué no han sufrido las consecuencias legales?

Agentes corruptos del FBI como los identificados en el Reporte Durham deberían haber sido condenados a) por violación al juramento en su oficio, b) por mentir a los jueces, c) por iniciar un caso a sabiendas de que era falso y d) por diseminar información falsa a los medios de izquierda y continuar difamando a Trump – primero como candidato y luego como presidente.

Otros oficiales del FBI y de los departamentos de Justicia y de Estado, deberían haber sido condenados por prestarse a proteger a Hillary Clinton cuando, como ex secretaria de Estado guardó y luego destruyó 32.000 documentos clasificados, ilegalmente, en las computadoras de su casa. Suplantando a los fiscales, el entonces director del FBI exoneró a Clinton durante su campaña presidencial.

El presidente Biden, su hijo Hunter y otros miembros de su familia, deberían estar enfrentando cargos por tráfico de influencias y por aceptar sobornos como el de $3.5 millones de la viuda de un alcalde de Moscú; o los10 millones de dólares de la firma de gas natural de Ucrania Burisma que buscaba evadir una investigación por corrupción que involucraba a Hunter, o por tejer una red de lavado de dinero extranjero que han estado recibiendo de los gobiernos comunistas del mundo. Todo ello investigado y comprobado, las evidencias son ignoradas o mantenidas en el silencio por la banca y el gobierno.

El FBI continúa protegiendo a los Biden del mismo modo que alcahuetea a los Clinton y a los Obama entre muchos otros miembros del Status Profundis. Esto en contraste con la persecución de que se ha hecho objeto al presidente Trump (y a miles de ciudadanos inocentes) para desacreditarlo, difamarlo, humillarlo y sacarlo de en medio.

¡Estos son los que quieren gobernar el mundo!

Para hacernos idea de la injusticia, es necesario entender la mentalidad de los individuos comprometidos, corruptos y sin consciencia: ¿cómo piensan o razonan esas personas, cuando justifican sus delitos? A nosotros nos resulta más fácil mirar esa aberrante mentalidad enfocando desde una perspectiva más amplia, un pantano más extenso: las elites globalistas, los George Soros y los Bill Gates, el Foro Económico Mundial, los pelucones como Klaus Schwab, los gallinazos como John Kerry y los comunistas de envergadura como Xi Jinping, que ahora preside eventos en el WEF.

David Kupelian, editor de la revista Whistleblower y autor de El Mercadeo del Mal: De qué modo los radicales, elitistas, y falsos expertos nos venden la corrupción disfrazada de libertad afirma que Trump “representa una amenaza mortal para los siniestros planes del Estado Profundo y los globalistas”, porque “proyecta una luz sobre la sociopatía de las clases dirigentes actuales”. Esta es la elite globalista que prohíbe la gasolina, el gas y el carbón, y exigen a la población mundial que dejen de comer carne – todo esto al ritmo de un orquestado “cambio climático”. Mientras tanto ellos vuelan en sus aviones privados para empacharse de carne y langosta en los festines globalistas de Davos, soñando con obligar a “la plebe” del mundo a comer grillos.

 

Gloria Chávez Vásquez escritora, periodista y educadora reside en Estados Unidos.

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One Comment

  1. Maria E. Enriquez

    Excelente el artículo de Gloria Chávez Vásquez.

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