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El Gringo Viejo y las raíces hispanas de Los Ángeles

Por Dámaso Barraza.

Los Ángeles, la vibrante metrópolis que a menudo simboliza el «Sueño Americano», se ha convertido, lamentablemente, en el epicentro de una agitación social y política que sacude sus cimientos. Lo que comenzó el 6 de junio de 2025 como una redada de rutina en el Distrito de la Moda, en un mayorista de ropa y una sucursal de Home Depot, desencadenó una cascada de eventos que expuso las profundas grietas en el tejido social estadounidense.

El detonante fue brutalmente simple: más de un centenar de detenciones. Pero la reacción comunitaria, abrumadoramente hispana, no lo fue. Fue una respuesta visceral, un intento desesperado por impedir los arrestos, que rápidamente escaló a enfrentamientos con agentes federales y locales. Y, como si la tensión no fuera ya palpable, la orden del presidente Trump de desplegar la Guardia Nacional sin el consentimiento del gobernador de California actuó como un catalizador, elevando la polarización a niveles críticos.

La justificación de Donald Trump para la presencia militar fue que era necesaria para imponer «una ley y un orden muy fuertes», ante lo que calificó como disturbios violentos e insurrección provocados por las protestas contra las redadas migratorias. Refiriéndose a los manifestantes, Trump afirmó que atacaban y hostigaban a agentes federales en un intento de frenar las operaciones de deportación. Para él, Los Ángeles estaba viviendo una «invasión y ocupación» por inmigrantes indocumentados y criminales.

Pero preguntémonos cómo las recientes declaraciones del presidente Trump —calificando las protestas en Los Ángeles como una «invasión y ocupación por inmigrantes indocumentados y criminales» y una «rebelión contra la autoridad federal»— no solo polarizan el debate, sino que también revelan una retórica que va más allá de la mera aplicación de la ley migratoria. Si bien la administración insiste en que libra una guerra contra la inmigración irregular, la realidad en las calles de Los Ángeles sugiere que estamos presenciando, quizás, una ofensiva más profunda: una batalla contra la cultura hispana y su creciente influencia en Estados Unidos.

Así es: cuando Trump habla de «invasión», ignora la historia y la demografía de ciudades como Los Ángeles, donde la cultura hispana es un pilar fundamental. Esta retórica deshumaniza a una parte significativa de la población, reduciéndola a una amenaza que debe ser «expulsada» o «sometida». La afirmación de que las protestas son una «rebelión» no solo constituye una criminalización de la disidencia, sino que también despoja a los manifestantes de su agencia y de la legitimidad de sus demandas.

Durante la guerra expansionista que culminó en 1848 con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, y que le costó a México más de la mitad de su territorio, se provocaron importantes cambios demográficos. Muchos mexicanos que vivían en los territorios arrebatados optaron por quedarse, un hecho que alteró profundamente la composición poblacional de esas regiones y tuvo implicaciones sociales y culturales a largo plazo que aún persisten, sobre todo en Estados Unidos.

La reacción de Trump enviando al ejército a reprimir a los manifestantes en Los Ángeles no es sino la continuación del conflicto anglosajón–hispano en los actuales Estados Unidos, un conflicto que no terminó con las anexiones del siglo XIX; sus efectos siguen presentes, y —sin temor a error— puede decirse que la política trumpista contra los inmigrantes es una de sus manifestaciones contemporáneas.

El caso de Trump recuerda la tragedia del rey Macbeth, ante la profecía de que el bosque de Birnam marcharía hacia Dunsinane, un evento que parecía imposible y antinatural. Esta escena guarda una inquietante resonancia con la retórica y las ansiedades del presidente Donald Trump respecto a la inmigración en Estados Unidos. Así como Macbeth se aferró erróneamente a la aparente inmovilidad del bosque como garantía de su seguridad —y que, de manera literal, se movió— Trump se aferra a una identidad nacional anglosajona en la que ve moverse, no árboles de un bosque, sino raíces que no ha logrado desarraigar: raíces que provienen de la riqueza de la hispanidad, y que ni el paso de los siglos, ni el envío de la Guardia Nacional han podido eliminar.

Dámaso Barraza es un opositor cubano radicado en Suecia.

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