Por Gloria Chávez Vásquez.
“La humanidad no se mantiene unida por la mentira. La confianza es la base de la sociedad. Donde no hay verdad, no puede haber confianza, y donde no hay confianza, no puede haber sociedad “.
Frederick Douglass.
Abolicionista estadounidense (1817-1895)
Uno de los clásicos del cine, Rashōmon (1950) del director japonés Akira Kurosawa, tiene su origen en dos narraciones del escritor Ryūnosuke Akutagawa. La historia toma lugar en la época medieval, y trata del asesinato de un samurái y la violación de su esposa. Tres testigos que presencian el crimen desde un punto diferente, cuentan su versión de acuerdo a su percepción y prejuicios individuales. Al final ninguno de los testimonios es convincente. Cada uno cuenta lo que vio, pero su verdad es subjetiva porque está contada desde los sentimientos y su experiencia personal. Ninguno se limita a los hechos, sino que colorea su punto de vista.
Tal fue el impacto del relato escrito y visual en la conciencia de los cinéfilos, que, a ese relativismo que tiñe y desarticula la verdad, se le llama desde entonces: Efecto Rashōmon.
La verdad es simple, pero tan poderosa que, aunque a veces se compliquen los hechos, vale la pena buscarla con ahínco para llegar a ella. De ahí que jueces, fiscales y abogados dicten a los interrogados: “cíñase a los hechos”. La verdad de Rashōmon es que el violador atacó a la mujer y mató al marido. Punto. Pero en el conflicto de versiones, se obstruye la justicia. Es imperativo coincidir en esa dimensión donde se halla la verdad. En esos tres testimonios está el punto equidistante. Es el siempre encuentra un Sherlock Holmes o un Perry Mason. O, en definitiva, cualquier ser humano justo.
Es la verdad relativa la que salvó a O.J. Simpson de una condena por el salvaje asesinato de dos personas, su esposa y un joven acomedido. La misma que condenó al policía bajo cuya custodia murió George Floyd. Por esa razón, la justicia es también relativa, debido a las presiones, en este caso, raciales.
“Si la verdad no es un absoluto, si su verdad no tiene que coincidir con la mía o incluso con la realidad demostrable ¿no estamos simplemente hablando de sentimientos en lugar de hechos?” es la pregunta que se hace el autor de “Retos a los mitos progres”, Lawrence W. Reed.
Desafortunadamente el ser humano tiende a parcializarse, y más cuando su posición está dictada por falsas lealtades o simpatías. Son muy pocas las personas que pueden asumir un papel objetivo y real en los casos donde la verdad y la justicia son vitales. La justicia se presenta casi imposible cuando se intenta ocultar la verdad. Puesto que es también la base y requisito de la libertad, no puede haber seres humanos libres donde la verdad no tiene importancia absoluta.
En el caso del reciente paro nacional en Colombia, la verdad es que los insurrectos violaron la credibilidad de los manifestantes pacíficos que pedían eliminar la reforma tributaria, provocando un estado de emergencia en el que el gobierno se vio obligado a desplegar las fuerzas especiales contra motines del ESMAD. En ciudades principales como Cali y Bogotá, los vándalos saquearon indiscriminadamente, destruyeron monumentos, mientras los provocadores incendiaban edificios y establecimientos. Guerrilleros urbanos adiestrados utilizaron armas de fuego, hiriendo y matando agentes del orden y causando el pánico entre los ciudadanos. Grupos de enmascarados armados, incluyendo grupos indígenas que habían llegado a unirse al paro, cerraron vías y se apoderaron de peajes, sitiando así las urbes y boicoteando la distribución de alimentos. Algunos insurrectos llegaron a disfrazarse con uniformes para llevar a cabo los atropellos y responsabilizar a los escuadrones policiales que, ya para los efectos, actuaban en defensa propia. Luego, con la ayuda de las redes sociales, crearon imágenes falsas que dispersaron por el mundo, y con la complicidad de los manipuladores políticos, periodistas locales e internacionales y grupos radicales colombianos en otros países, clamaron, como el pastorcito mentiroso: “! ¡Nos están matando!”. Pretendieron ocultar la verdad ante la audiencia mundial.
Con la premura del prejuicio y la conveniencia, los organismos de derechos humanos emitieron comunicados y lanzaron reportes prematuros, causando que mandatarios, políticos y activistas de países de la unión europea y los Estados Unidos, lanzaran las preconcebidas acusaciones y amenazas al gobierno colombiano. Las periódicas y selectivas reacciones de los burócratas de derechos humanos ameritan una investigación de saneamiento de esos organismos que mas que ayudar a pacificar, contribuyen a exacerbar los ánimos. Su verdad es flexible y superficial.
Pero la Verdad, como la tierra tras una nevada (aforismo de A. Lincoln) ha ido emergiendo, revelando entre otras cosas, la conveniente agenda del comité del paro. Los detalles los conoceremos cuando las demandas por daños y perjuicios, presentada por ciudadanos y representantes de varias ciudades se ventilen en las cortes. La alarma sonó cuando los cabecillas del comité escogieron continuar la huelga a pesar de haber obtenido sus supuestos objetivos de eliminar la reforma tributaria y de paso la de la salud.
Los eventos del paro nacional también contribuyeron a una revisión del papel de los indígenas o la llamada minga en los planes de las guerrillas del ELN. Colombia entera pudo ver la actuación de las numerosas delegaciones a las diferentes ciudades y la participación nada pacífica de este nuevo elemento que se ha añadido a la violencia en el país. Los indígenas gozan de privilegios de impunidad ante la ley, poseen una tercera parte del territorio colombiano, se han enriquecido cultivando coca y funcionan en complicidad con las guerrillas. Ahora se prestan a la destrucción de la historia colombiana. Los reportes de las comisiones pro derechos humanos los describen como “víctimas”, restando así su responsabilidad en el estado de violencia del país.
De igual modo, no pueden ser etiquetados como víctimas los individuos que participan activamente en la destrucción de la propiedad pública y privada y en muchos casos de los ataques a otros seres humanos, sean civiles o policías. Filmados y documentados están los casos de centros de vigilancia (CAI) que fueron quemados con personas dentro. En el pasado, uno de los objetivos de los criminales ha sido quemar vivos a estos guardianes de la ley responsables de la protección pública.
Como un país en estado de guerra, los derechos humanos en Colombia merecen un escrutinio equilibrado. Si no hay un balance de izquierda con derecha no hay verdad. No se le puede exigir cordura a las fuerzas del orden mientras exista terrorismo, vandalismo, secuestro, corrupción, etc. No es realista. Y como dice L.W. Reed, “Pervertir ‘la verdad’ para convertirla en una verdad parcial o una mentira absoluta es un signo seguro de podredumbre del carácter. Es una herramienta común de los putrefactos, que, por definición, son personas que buscan dañar, engañar y controlar su propio engrandecimiento”.
En palabras del escritor estadounidense, creer que la verdad no existe para todos y que por eso es relativa, es una noción “bastante cínica”. Es la actitud del déspota militar de “A Few Good Men” interpretado por Jack Nicholson, cuando se evidencia que ha mentido: “¡Uds. no pueden con la verdad!”. El personaje percibe la verdad de los hechos como exclusivamente suya; mirar las cosas a su modo le permite tergiversar la realidad. Es un dogma que los opresores imponen a sus víctimas.
La decadencia moral de un país es obvia cuando la verdad ha perdido todo su peso, dice Reed: “ya no es como una roca sino como una pluma arrastrada por el viento”. Es la “verdad” de la madre que alcahuetea la irresponsabilidad de su hijo y lo esconde cuando ha robado, ha matado, ha violado, y elude el castigo de la ley. Es la verdad convertida en mentira, del padre que abandona a la familia para según él, recomenzar su vida. Es la mentira del que se declara líder para explotar a sus seguidores en beneficio propio. Es la falsedad del que dice defender a todos, pero se parcializa por aquellos que solo piensan como él. Son los suyos contra los “otros”. ¿Cuál imparcialidad? ¿Qué justicia?
Cuando la verdad deja de ser un ideal y un absoluto y se convierte en un inconveniente, o cuando la verdad es moldeable y moldeada para acomodarla a las expectaciones e intereses personales “el desastre está a la vuelta de la esquina”, agrega Reed.
Cabe entonces la pregunta: “Si eres acusado falsamente de un crimen, ¿qué verdad quieres que prevalezca en última instancia? ¿La de él, la de ella, la de ellos o la verdad? Te gustaría vivir en una sociedad en la que se nos pregunta en el tribunal, “¿Jura decir su verdad o mi verdad, algo de la verdad o todo menos la verdad?”
Y es que como asegura nuestro autor, “En el espectro de la realidad, los dos polos son verdad en un extremo y se encuentran en el otro. Cada posible combinación intermedia tiene una medida de ambos, pero no es la verdad”.
Gloria Chávez Vásquez es escritora y periodista.
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Y la verdad luego de ser manipulada y alterada llega a crear dudas y confusion entre los que buscaban el origen del hecho.
La verdad, apreciada Gloria, la verdad fáctica, desprovista de subjetividades, termina por imponerse sobre los sesgos oportunistas. Por desgracia, el proceso decantador en ocasiones es lento, accidentado. En Colombia, la verdad, verdad, amenazada por la tropa intelectualoide de filiación zurda, que penetra como cancer en todos los ámbitos, pareciera ir perdiendo la pelea. Sin embargo, a nosotros nos corresponde divulgarla, defenderla, tal como tú lo haces, con claridad y firmeza, denunciando a sus enemigos. Al final, la verdad triunfará.