Por Roberto Starke/El Debate.
La oposición en Venezuela está ingresando a un escenario desconocido y arriesgado. El próximo 10 de enero debería asumir el gobierno de Venezuela Edmundo González Urrutia, el hipotético vencedor en los pasados comicios. Digo hipotético, porque los resultados no fueron aceptados por el gobierno de Nicolás Maduro, quien desconoció la victoria y se autoproclamó ganador, sin muchas pruebas al respecto. ¿Qué hará la oposición? ¿Cuál será la reacción de González Urrutia, quien amenaza con realizar la jura correspondiente? ¿Dónde será? ¿Bajo qué circunstancias? ¿Qué rol tendrá la jefa de la oposición, María Corina Machado, quien reside en la clandestinidad? Todas son incógnitas para las cuales no hay respuestas claras.
Se trata de un hecho político de enorme impacto en la región. La mayoría de los países han tomado distancia de Nicolás Maduro, quien está casi aislado. Solo Cuba y Nicaragua acompañan formalmente al dictador. Están aquellos que siempre dudan y tienen actitudes ambiguas, como Colombia, México y Brasil. Sin embargo, en los últimos meses, el presidente Lula da Silva ha tomado distancia de Maduro, presionado por su coalición de gobierno, la reacción de la región —de la cual Brasil no quiere aislarse— y la conducta opaca de Maduro respecto a los resultados de la contienda electoral.
Pese a este aislamiento regional, el régimen autoritario se mantiene incólume. La represión, la existencia de presos políticos, la pobreza como contracara de la ostentación de la clase gobernante, se han convertido en parte del paisaje cotidiano, algo habitual y hasta aceptado. El «madurismo», si podemos calificarlo de esta forma, está ganando la batalla política…
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