Por Zoé Valdés/El Debate.
En el Diccionario de Americanismos de la Real Academia Española la significación de la palabra ‘terepe’ aparece con claridad: En Cuba, desmayo de una persona a causa de un impacto emocional. En otros diccionarios se añade que el terepe tuvo su origen en los movimientos raros y excesivos de la cabeza y del cuerpo provocados por la epilepsia, o el histerismo. Tal vez en Cuba en una época hubo numerosos epilépticos, histéricos todavía los hay, como en cualquier sociedad totalitaria.
En Emiratos Árabes recibieron a Trump con una especie de ritual, que sólo he visto que hayan usado en su homenaje, y que se compone de una bienvenida muy especial en la que el invitado debe desplazarse sobre un tapiz rojo -caminando, no volando, todavía los emires no han llegado tan lejos-, y a ambos lados mujeres con las cabelleras sueltas, vestidas con unos batilongos, se desatan a bailar lo que ellos llaman la danza del cabello, que consiste en mover la cabeza de forma elocuente con movimientos muy parecidos a los que se producen cuando se sufre de «terepes», y sus caballeras ondean de un lado a otro en una actitud muy rockera o sicalíptica. Al presidente norteamericano aquello le fascinó, las saludó con el puño en alto (es algo que no entiendo de Trump, aunque tampoco hay que entenderlo todo) mientras repetía: I love you… Se le notaba satisfecho, diría que hasta feliz.
Trump está resultando ser un cómico muy serio, e inclusive sumamente eficiente; perdonen el antagonismo, pero si oyeron su discurso en Arabia Saudí frente al Príncipe, al que lo mismo lo llamaba Mojama que Salomón, se darán cuenta de a qué me refiero. Un discurso con un tono sumamente jocoso y optimista, pero es el discurso más importante que seguramente se ha podido escuchar en aquella sala de conferencias y cumbres repleta hasta la bandera.
Trump mencionó a Dios, no tengo que hacerles un esquema de a cuál Dios invocó, pero por encima de todo, habló de lo que él cree que los saudíes necesitaban saber: arengó a que en el mundo regresara la paz, a que se edificaran más torres doradas contra menos muertes, se llevó 600 mil millones de dólares en negocios firmados con el país del Golfo Pérsico, y recaudó las simpatías de la multitud allí presente. Se nota que a él le gusta el Príncipe Mohamed bin Salmán, y que al Príncipe a su vez le encanta Trump; de lo contrario nada hubiera sucedido como ocurrió, en medio de una euforia colectiva ante un discurso tan distinto, tan novedoso.
No puedo ocultarles que a mí esta nueva posición me inquieta, pese a su reconocimiento tan subrayado a Marco Rubio, quien con toda evidencia está haciendo un magnífico trabajo, y más me preocupó cuando más tarde lo vi con el presidente golpista sirio en Siria, haciendo lo suyo mediante esa manera tan propia y particular de embolsillarse simpatías y el paquete entero.
No obstante, su paso ha cambiado en muy breve tiempo con relación a Israel; y al no ser que todo esto haya acontecido en pleno acuerdo con Israel, resulta como mínimo extraño. Al mismo tiempo, supongo que Trump no es tan tontolaba como para dejarse engañar mediante la disfrazada taqiyya. Sólo él sabrá lo que hace… Lo que sí es cierto es que algo importante y trascendental debe variar en el mundo, probablemente haya comprendido que la estrategia para que esto acontezca debe ser otra. Confiemos en el negociador tan eficaz que siempre ha sido hasta ahora…