EDITO

ED. María Pérez y de lo pacato al paredón

Por Zoé Valdés/El Debate.

Estudié por obligación, como todo lo que se estudia en Cuba, entre otras carreras, una carrera de Educación Física. En el último año me expulsaron tras una de esas trampas comunistas de eliminación de universitarios graduados debido a la posterior carencia de ubicación profesional (el comunismo mide la cantidad de matriculaciones universitarias y nunca el número de egresados, el número de graduados se infla la mayoría de las veces); el mal me vino a mejor, pues de ahí tras de dos años de autoestudio matriculé en Filología, la carrera de mis sueños, que se convirtió en la de mis pesadillas, como todo lo que toca el castrismo. Durante los cuatro años de Educación Física en Ciudad Libertad, que más bien pudiera llamarse Ciudad Opresión, pasé siguiendo la metodología de enseñanza por todas las especialidades deportivas, y con excelentes notas. Mi especialidad era natación, y gimnástica en segunda opción, porque en una isla rodeada de agua, con ráfagas norteñas casi permanentes, las piscinas se hallaban más secas que el Sahara. Mi paso por la especialidad de Atletismo no fue notable, aunque me esforcé en ello y el esfuerzo al final dio sus frutos; sin embargo, el atletismo, como la natación y la gimnástica, son deportes que prefiero dada su exigencia de concentración, basada en un ejercicio y entrenamiento además del corporal también de la mente y el espíritu; son deportes solitarios, y dentro del atletismo, la marcha lo es más que el resto.
María Pérez y Álvaro Martín, dos atletas españoles de altísimo nivel, ganaron dos medallas de oro cada uno en el Mundial de Atletismo de Budapest, dos grandes que han demostrado lo que significa el honor y el deber, la entrega y la excelencia, en su disciplina. María Pérez, en marcha, para mí es un ejemplo de lo que significa unir el cuerpo y la mente en un solo objetivo: darse, entregarse, a través de un denuedo máximo, un ahínco superior. Pocas portadas les han dedicado a estos dos deportistas, que merecen, al juicio de muchos, una atención preferencial por lo grande que han puesto el nombre de su especialidad, del deporte, y de España. Y, no ha sido así. María Pérez nos dio además una reflexión muy «bonica», según sus palabras, y para mí muy sabia, aquí podrán verla (https://www.youtube.com/watch?v=Dh3fWf8w8zc). De quienes debiéramos estar hablando en estos momentos es de María Pérez y de Álvaro Martín, de ahí mi título de hoy subrayando el nombre de ella, a raíz de las acciones de los que por el contrario no merecían tanta o ninguna publicidad debido a los sucesos que empañaron un triunfo de España en el Mundial de Fútbol.
Mi amigo Jean-François Fogel, que en gloria esté, lo repetía una y otra vez: «No veo futbol, es un deporte de masas». Llevaba razón. El molote por lo general no conduce más que a la indecencia, y la indecencia y la cobardía una vez más han empercudido el trabajo de un equipo. No veo futbol desde hace un tiempo, porque también hago rechazo a lo bestial masivo. Prefiero el individuo al rebaño. Futbol femenino he visto poco, no me cuadra, nunca me ha cuadrado, y desde estos acontecimientos menos que nunca lo veré. No sólo han afeado el resultado, lo han anulado; es que hubiera preferido que ganara el equipo rival, con tal de evitarnos que España apareciera en las portadas de los periódicos del mundo entero como protagonista de una mentira nazicomunista de las peores. Aunque muchos no han tenido ojos antes, más que ahora que les han pisado el callo…

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