Por Zoé Valdés/El Debate.
Las iglesias se iluminaron de rojo en Francia, creo que también en el resto de Europa; la decisión tomada y llevada a cabo se debió a un deseado y merecido recordatorio de los cristianos perseguidos en el mundo, que son numerosos, como numerosos son también los silencios.
Por supuesto que me adhiero al recordatorio, como creo que debemos hacer muchos más, aunque debo confesar que la iluminación no me agradó. Sí, algo es mejor que nada, me dirán; pero yo no creo que debamos irnos por la vía del espectáculo solamente cuando los cristianos poseen además de grandes ideas, una fe sólida y eterna, que pudiera aparecer más en el panorama social mediante debates en los medios de comunicación y en las instituciones educativas y culturales. Sería un excelente punto para emprender la batalla cultural.
En Francia todavía existen esos debates, es cierto que cada vez menos, y casi siempre impregnados del toque de la contrapartida islámica. La comparación o equilibrio coarta cualquier desarrollo hacia los temas más relevantes del cristianismo, no sólo históricos, sino actuales. Sin embargo, pareciera como que existiera un plan de anteponer el combate musulmán a la resistencia cristiana. Lamentable y oneroso por pobre.
El rojo encima de una iglesia me recordó demasiado al feo espectáculo durante la inauguración de los Juegos Olímpicos desarrollados en este país. En un momento, mientras actuaba una banda musical de metal. Los chorros de una supuesta sangre tiñeron los muros de La Conciergerie; en las ventanas se pudieron apreciar imágenes de la reina María Antoinette, con su propia cabeza entre las manos, mientras que desde el cuello le corrían borbotones de falsa sangre que le bañaban el vestido. Fue una de las partes más criticadas y menos apreciadas por el público.
El aspecto que tomaron las iglesias en Francia, bañadas con esa penetrante luz roja, dio para imaginar en algo así como espectral, satánico. Igual era lo que buscaban, transformar las fachadas de las iglesias en puertas demoníacas…