Cultura/Educación, EDITO

ED. España, la hispanidad y su posición frente a la historia

Por Zoé Valdés/El Debate.

Hispanidad traducida ahora en folclor. Folclor, qué palabra pesada, vestida a la usanza de fiestas patronales y banderines siniestramente coloridos, con el aroma a pólvora y arroz con leche que pretende envolverlo todo en un abrazo impostado. Pero quiero hablar de otra hispanidad: no la que ofrece estampas para turistas ni la que recicla lo ancestral en trajes de feria, sino una hispanidad contraria al folclor —esa que rebate la cartografía sentimental de lo que «debe» ser nuestro, que desordena los manuales de identidad y nos obligaría a mirarnos sin maquillaje ni absurdo y torpe meneo de caderas.

El folclor, con su humildad manufacturada, se ha convertido en el barniz que esconde contradicciones. Se alza como bandera de lo auténtico, pero en realidad actúa como coraza: te encasilla, te reduce a una canción regional, a un bailoteo repetido hasta la náusea, a una receta que jamás admite variación. La hispanidad que debiéramos proponer se rebelaría contra esa domesticación. Es una hispanidad plural, disonante, que no pide permiso para mezclarse, para transgredir, para traicionar el altar donde algunos —políticos, curas culturales, mercaderes del pasado— veneran la idea de una homogeneidad imaginaria. Hispanidad del pensamiento y del idioma, en un río natural y discursivo.

Pienso en las plazas soleadas o iluminadas donde se repite, año tras año, el mismo repertorio de gestos. Las viejas fotografías «coloniales» –aunque ya no sabemos quién «coloniza» a quién– siguen colgadas en las casas de quienes prefieren recordar una sola e impostada versión del pasado; la historia se convierte en libro de contabilidad: sumas de gestas y pérdidas, sin ruido ni ambigüedad.

El folclor ofrece consuelo. Pero el consuelo es la cárcel más elegante. La hispanidad contraria al folclor exige desobediencia: cuestiona héroes, desmonta epopeyas, introduce voces que siempre han estado ahí, pero fueron silenciadas por el tinglado oficial.

No es un rechazo romántico del pasado; es, antes bien, un aggiornamento ético y estético. Se trata de reconocer que la lengua, las costumbres y los cuerpos de la hispanidad han sido moldeados por tráficos inesperados: esclavitudes de la mente, migraciones soberbias, violencias íntimas, mezclas prohibidas. En esa urdimbre hay una riqueza que el folclor, en su actitud decimonónica, se niega a ver. La hispanidad contraria se hace eco de la multitud: de los hablantes que inventan jergas, de las mujeres que cortan con rituales atontados, de las comunidades que rehacen lo sagrado en clave profana, de una forma de pensar libre y plena.

Hay que decirlo con crudeza: el folclor muchas veces es instrumento de poder. Se lo recita desde arriba para domesticar disenso. Se lo exhibe en campañas políticas como prueba de raíces y de estabilidad moral, cuando en realidad es la máscara que oculta la transición de lo vivo hacia lo mercancía. La hispanidad contraria al folclor se niega a ser mercancía. Se niega a la nostalgia como producto. Busca en cambio la subversión cotidiana: en la cocina que arriesga nuevos sabores, en la poesía que no teme la blasfemia, en las canciones que mezclan ritmos y lenguas con una insolencia que enriquece en lugar de empobrecer una cultura.

¿Y quiénes son los aliados de esta hispanidad tremenda? Los que no reclaman títulos de pureza. Los mulatos, los criollos, las gentes mestizas que existen entre y más allá de las etiquetas. Los exiliados o inmigrantes que llevan en su equipaje una versión renovada de lo que significa ser hispano: una identidad que muta, que se adapta y que no aspira a ontologías absolutas, pero que respeta la raíz, el amor a España. Porque España es un acto de amor, Iberoamérica es su mayor prueba. También los jóvenes, esos que toman un instrumento tradicional y lo hacen sonar con electrónica, que una vez transformaron el bolero en filing y el flamenco en diálogo con el rap. Su provocación estética es política: desarma el relato que reclama uniformidad, y al mismo tiempo defiende desde lo puro y lo abstracto los orígenes…

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