Cultura/Educación

Del mambí al mito: ¿y si hubiéramos apostado por la  Cuba que votamos?

Por Carlos M. Estefanía.

Hay textos que llegan como un aguijón, no por malintencionados, sino porque se atreven a desmontar los dogmas de toda la vida. Eso logra el artículo Una ilegitimidad de origen. Crítica al arquetipo insurreccional cubano, publicado por el ensayista Maikel Arista-Salado el pasado 10 de mayo de 2025 en el semanario Cuba Española. Se trata de un análisis tan riguroso como incómodo, pero necesario para todo aquel que quiera repensar con seriedad el pasado —y el presente— de Cuba.

Lo que hace Arista-Salado es atreverse a tocar lo intocable: el mambí, ese héroe elevado al altar de la identidad nacional, símbolo de resistencia y libertad. Pero el autor no lo niega por negar, ni lo despoja de valentía o sacrificio. Lo que cuestiona es la legitimidad de erigir esa figura como modelo político fundacional, cuando, en realidad, ignoró los cauces legales disponibles en su tiempo y desoyó la voluntad política de un pueblo que, con todas las limitaciones del contexto colonial, había optado en su mayoría por una vía institucional.

Sí, como lo lees: los cubanos votaron. Y votaron en masa. En las elecciones de 1879, tras la Paz del Zanjón, la participación fue del 56,15%. En 1881, aunque más baja, se mantuvo dentro del juego legal. Para 1898, el autonomismo había ganado rotundamente: el 80% de los diputados del Parlamento insular eran autonomistas, frente a apenas un 14% de unionistas. El cuerpo electoral cubano, con sus propias aspiraciones y limitaciones, apostó por el diálogo político y no por la guerra. ¿Y qué hicieron los insurrectos? Siguieron disparando.

Este dato por sí solo ya sacude, pero el ensayo va más allá: nos muestra cómo el régimen restauracionista español ofreció espacios (ciertamente imperfectos, pero existentes) para que los cubanos participaran políticamente. Raimundo Cabrera, autonomista de aquellos años, lo reconocía sin ambages: “Fue posible la formación de listas ‘verdad’, los cubanos figuraron en el censo y alcanzaron su legítima representación”. ¿Por qué entonces insistir en la violencia como única vía? ¿Por qué esa obsesión con la ruptura y el sacrificio heroico?

Arista-Salado no teme ir al hueso del problema: el culto al mambí, es decir al revolucionario cubano del siglo antepasado, precursor innegable del de siglo XX, transmite una ética peligrosa, donde el desacato se sobrepone al voto, y el fusil al diálogo. Esa herencia insurreccional, nos recuerda, no se quedó en el siglo XIX: alimentó también el modelo revolucionario del siglo XX, donde se volvió a legitimar la toma del poder por las armas, el desprecio a la ley y el culto al hombre fuerte. En otras palabras: lo que se sembró en la manigua floreció en Sierra Maestra.

Y como bien apuntamos desde esta tribuna: Buen aporte. Los cubanos no han aprendido historia, sino solo leyendas fundacionales: primero las del Estado nacional, luego las del régimen actual. En ambos casos, se impuso el mito sobre el dato, el héroe armado sobre el ciudadano que vota.

Aún más provocadora es la sección en la que el autor examina la intervención de Estados Unidos. Los mambises, sostiene, no solo fueron sorprendidos por la llegada yanqui: la solicitaron activamente. Al hacerlo, internacionalizaron un conflicto interno, facilitaron una ocupación y pusieron en duda su propio patriotismo.

¿Se puede considerar patriota a quien invoca la intervención de un extranjero contra su propio país? ¿O es momento de reconsiderar el significado mismo de la palabra?

Este ensayo no pretende destruir una historia, sino liberarla de sus ataduras ideológicas. Nos invita a reflexionar desde otros valores: la legalidad, el voto, la soberanía civil. A recuperar el civismo frente al militarismo. La palabra frente al machete.

Es tiempo —nos dice Arista-Salado— de repensarnos como pueblo. Y no podría estar más de acuerdo: es hora de regresar a casa. Pero a una casa sin mitos impuestos, donde la historia pueda contarse también desde las urnas, los periódicos de la época y las voces silenciadas por el estruendo de los disparos.

Una Cuba posible fue ignorada. Quizás aún estemos a tiempo de rescatarla, no adosándola legalmente a una España en crisis, como piden nuestros compatriotas reunificacionistas, sino llevándola a una casa con más de dos habitaciones, donde Cuba pueda ser salvada junto a esa madre patria, hoy decadente,  que clama por la ayuda de sus hijos en el exterior, mientras que un sinnúmero de  bastardos, contagiados por el mismo separatismo que plagó a nuestros ancestros, la devoran desde adentro. Esto solo se lograría en un nuevo concierto que reintegre, en ese todo coherente y variado que un día fue, la hispanidad transatlántica, hoy seccionada.

Carlos M. Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.

”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”

Redacción de Cuba Nuestra
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One Comment

  1. Diego Trinidad

    Es un concepto interesante. Pero como historiador profesional, dudo mucho que el Autonomismo haya nunca contado con el apoyo de la mayoría del pueblo cubano en 1895. Por otro lado, el Independentismo NUNCA contó con la mayoría y aún durante la Guerra de Independencia no era la mayoría. Hubo muchos guerrilleros que pelearon junto a los Españoles. Ahora, insinuar que muchos cubanos entonces apoyaban remotamente la intervención de EEUU en la Guerra en 1898 es simplemente falso. Si, los cubanos estaban exhaustos de la Guerra. Y si, la bárbara politica de Reconcentration del Gobierno Español de Cánovas del Castillo, implementada por el Capitán General de Cuba, Valeriano Weyler, había producido casi un cuarto de millón de muertos. Pero NO pudo acabar con la rebelión y malamente «pacifico» las tres provincias occidentales de Cuba. La Guerra estaba en un estado de parálisis en ambos lados. Ni España ni los independentistas podían ganar (prefiero no usar «Mambises»; no me gusta). ¿Entonces cuál sería el final si EEUU no interviene? Probablemente una semi Autonomía con promesa garantizada de independencia. Pero ¿garantizada por quién? Además, casi seguro los líderes rebeldes NO hubieran aceptado esa solución. Entonces, guerra interminable. Pero toda esta complicada teoría ignora algo definitivamente cierto. España NUNCA hubiera aceptado la independencia y por su soberbia, perdió su última colonia. Cuando al fin se adoptó una Autonomía limitada bajo el Gobierno de Praxedes Segasta ya era muy tarde, ya EEUU estaba a punto de intervenir, y ya habían muerto cientos de miles de Cubanos inocentes. No. Me parece que todo esto es un intento de justificar lo injustificable y de culpar a los independentistas de lo que ya sabemos sucedió. Eso es fácil pero el escrito ni remotamente puede probarlo.

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