Por Ulises F. Prieto.
Cuando llegué a Cleveland descubrí que el personaje Walter Mitty aún vivía en Ohio, olvidado junto al memorable James Thurber en la ciudad de Columbus. Enseguida intenté ponerme en contacto con él por aquella amistad que nos unía desde mis años de bicicleta en La Habana. He dicho amistad, pero no es exacta la palabra. Walter Mitty es un personaje literario, por lo tanto, no puede ser un amigo real de nadie, y ya he advertido varias veces que yo no soy de los que tiene amigos imaginarios. No estoy tan loco. Walter Mitty no puede ser mi amigo. Es tan sólo un conocido. Un conocido imaginario, pero nunca va a ser mi amigo.
Recientemente me escribió para hacerle llegar una carta a la directora del periódico digital ZoePost. Según mi conocido Walter Mitty, se había cometido un error imperdonable al haber dado muy poca importancia a una gran noticia. El descuido, insistió él, había llegado a tal nivel que fue publicado en el número vespertino de un olvidado martes en una página impar.
Le respondí que su comentario no tenía mucho sentido. La clasificación de “periódico o diario digital” tiene razones meramente históricas. Es una traslación antiguo mundo del papel al ciberespacio. Ningún periódico digital es ciertamente un diario, ni un semanario. No es periódico. No hay frecuencia de publicación, sino que constantemente están publicando noticias y artículos. En vez de periódico digital debería decirse continuo digital. No hay números ni vespertinos ni matutinos. Tampoco tenía sentido lo de página impar. No hay páginas propiamente dichas, y mucho menos se enumeran. Finalmente le escribí que no había encontrado la noticia a la que él hacía referencia.
Mi conocido Walter Mitty me escribió de vuelta para decirme que el hecho de que yo no hubiera encontrado dicha noticia era otra muestra de la poca importancia que le habían dado a ella. Si la habían publicado y no podía encontrarse, estaba mal, si no la publicaron, peor. Pero lo que sí era inaceptable, según él, es que, si realmente nunca ocurrió el hecho, no hubieran dicho nada al respecto, ni siquiera para desmentirlo.
Sobre la situación actual de que los periódicos digitales se hayan empeñado en prescindir de los números, las enumeraciones y hasta de las frecuencias, no quiso comentar demasiado. Según él, el día anterior había tenido una intensa discusión con el ensayista y filósofo Profesor Ray Luna sobre el fracaso de las matemáticas modernas, y había quedado exhausto. Simplemente se limitó a argumentar que le parecía lamentable esa rebelión que se está gestando contra las Matemáticas por parte de una juventud irreverente y post-moderna.
Aquí les comparto la carta de Walter Mitty a la directora de ZoePost:
Cleveland, 19 de October 2020.
Estimado señora directora de ZoePost:
He leído en su periódico que un equipo de científicos ha descubierto el gen que produce el amor. La noticia fue publicada en la esquina inferior derecha en la página 16, por cierto, página par, con un titular muy pequeño “El gen del amor”. Me pongo en contacto con usted, para transmitirle mi consideración de que el escaso interés que le prestó fue un error editorial.
El descubrimiento de una base genética para el amor, nos permite explicar la razón por la cual dicho sentimiento ha desaparecido, lo cual ha conducido a la aparición de tantos malversadores (me refiero a los que escriben malos versos). Hasta ahora era inexplicable como la poesía, un producto tan antiguo como la humanidad misma ha sido totalmente extinguida. Desde una perspectiva científica me aventuraré a ofrecer una causa racional. En mi opinión la culpa la tiene de nuevo otro atroz alemán, exactamente un prusiano. Aunque para no ser totalmente injustos debemos agradecerle que indirectamente haya logrado que nuestros genes de hoy en día sean superiores desde un punto de vista evolutivo.
En el siglo XVIII fue elaborado en la ciudad de Leipzig un virus letal. El responsable resultó ser el famoso genocida alemán Johann Wolfgang Von Goethe y su arma fue difundida con el título “Las Penas del Joven Werther”. El germen poseía una apariencia inofensiva, tenía la forma de un pequeño libro con un leguaje sencillo y preciso, y una historia atrayente. Sin embargo, resultó ser extremadamente destructor para aquellos que habían sido señalados con el desatinado gen del amor.
Una vez contagiado del virus, algunos gustan de llamarle libro, el paciente sufría síntomas que lo atormentaban hasta una inexorable muerte. El nombre con que fue clasificado el síndrome en su época no fue muy científico; pero sí elocuente, mal de amores. El enfermo pervertía su atención, y el humor devaneaba de modo inexplicable con oscilaciones extremas. Llegaba a la euforia máxima con sólo recordar la sonrisa de una joven, y luego descendía a la tristeza más profunda también con el recuerdo de la misma sonrisa en la misma joven. La literatura clínica de la época refiere que los pacientes padecían frustraciones sin explicación verosímil alguna. A veces se encontraba a uno de ellos llorando sin posibilidad de consuelo y cuando se le preguntaba, ponía como causa de su cuita el hecho de que otro individuo, el cual generalmente no pertenecía a su familia, ni tampoco era su jefe, había pasado sin mirarle. También resulta sorprendente que en estos estados de evidente sufrimiento había ocasiones en que el enfermo se sentía superior en espíritu a sus congéneres sólo porque era capaz de sufrir más. (Perdón por haber usado inadecuadamente el término “congénere” porque no tenían los mismos genes.) A pesar de aquel aliciente que les permitía inexplicablemente sentirse superiores nada impedía que los aquejados por la obra de Goethe cometieran suicidio.
El suicidio se convirtió en la causa principal de muerte. La enfermedad resultó ser terriblemente contagiosa. La mayoría de las personas que leían fueron exterminadas. Sólo sobrevivieron los que carecían del fatal gen. La historiografía recoge estos hechos dentro del marco del movimiento romántico. Hasta ahora los historiadores han dicho que el romanticismo es una época que se encuentra entre el clasicismo y la época moderna. Sin embargo, ante este nuevo avance de la genética debemos aceptar que el romanticismo no se trató de un mero movimiento artístico, sino más bien de una epidemia. Por fortuna tras los efectos de “Las Penas del Joven Werther” la raza humana quedó limpia de aquel defecto evolutivo y ahora somos inmunes al fatal virus.
Estimada directora, antes de despedirme, se me ocurren varias preguntas. He demostrado en la presente misiva que gracias al infame Goethe la humanidad ha sido salvada del amor, eliminando el gen responsable. ¿Entonces con qué muestra trabajaron los investigadores para encontrar el mencionado gen? ¿Debo entender que hubo sobrevivientes y aún existen personas amenazadas por el arcaico mal de amores? Si es así propongo que todos los enfermos sean recluidos en laboratorios para estudios y evitar así la contaminación de las generaciones venideras. En el caso de que esto no sea posible debido a las inútiles convenciones morales que se han puesto de moda, sugiero que destruyamos todas las sepas del virus llamado “Las Penas del Joven Werther” el cual me consta que aún continúa latente en muchas bibliotecas.
Esperando una buena salud para usted, me despido con todo el afecto que me permite mi sana naturaleza,
Walter Mitty, Ph.D.
Ulises F. Prieto es Profesor de Matemáticas y escritor.
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