Cultura/Educación

“Cuba”, 1979. Un borrón de Sean Connery

Por Carlos M. Estefanía

 

La Parca está de malas con la cinematografía mundial. No le ha bastado con llevarse consigo en estos días a Enrique Colina, en mi opinión el mejor crítico de cine que ha tenido la televisión cubana. Ahora ha venido por más, para reunir en el Walhalla de los cineastas a Colina con el mejor intérprete de James Bond, un personaje que nunca le vi criticar: Thomas Sean Connery (Edimburgo, Escocia; 25 de agosto de 1930-Nasáu, Bahamas; 31 de octubre de 2020)

Al menos el actor escocés llegó a la edad respetable de 90 años. Dejó tras de sí una estela caracterizaciones en filmes que gracias a su participación se hicieron inolvidables. Destaco entre ellos algunos de mis favoritos; Dr. No, de 1962, The Molly Maguires, de 1970, y El Nombre de la Rosa, de 1986.

 

A fuer de ser sincero, he de reconocer que no siempre Connery dio en el blanco al elegir un personaje. Dejándose involucrar, aunque no a menudo, en alguna que otra película infumable. Entre ellas una que para nuestra desgracia lleva en nombre de nuestra patria. Me refiero a la película Cuba, realizada en 1979, por el director norteamericano Richard Lester, producida por la hebrea norteamericana Arlene Sellers, y con guion del Británico Charles Wood.

 

Aquí se nos narra la historia de un mercenario británico, con experiencia en la lucha contra los insurgentes de Malasia, que llega Cuba para asesorar al ejército del general Batista en su lucha contra las guerrillas de Castro.  En este contexto el asesor antisubversivo se toma con una examante que ahora está casada con rico y joven propietario, cuya empresa embotelladora ella administra, mientras él la engaña con sus empleadas, la justificación perfecta para cometer el adulterio con el apuesto militar británico, encarnado naturalmente por Connery

Por una cuestión de elemental piedad debería estar vedado presentar esta película a un cubano, sobre todo ya tenía conciencia antes de la Revolución. La relación referencial del filme con la Cuba que pretende describir es similar a la que, tenían los animales reales aquellos bestiarios de medievales, en los que se dibujaban leones de oídas, irreconocibles para quien hubiese visto a la fiera carne y hueso.

Y si la ambientación de la obra es desastrosa, la asesoría debió ser peor. Aunque podría entenderse. El guión, según los cánones de la historiografía revolucionaria cubana, resulta insuficientemente maniqueo a la hora de presentar a los oficiales batistianos. Al mismo tiempo el alzamiento armado contra el gobierno es justificado con el respaldo popular.

En tales condiciones no creo que los realizadores estuvieran en condiciones de pedirle asesoramiento a quienes mejor conocen en Estados Unidos a la Cuba de los cincuenta los exiliados anticastristas. Tampoco podrían recabar el apoyo de la industria cinematográfica isleña, ni de sus academias, controladas como estaban por el gobierno. Algo que casi cuarenta años después, en 2008 si estuvo en condiciones de hacer, tocando un tema parecido Steven Soderbergh.

Es natural su Che nos ofrece a un Guevara, hecho de una pieza y desbordando culto a Fidel Castro por cada poro, servía de propaganda directa al régimen, Cuba del 79 también lo hacía, pero de una forma peligrosamente ambigua, sobre todo para aquel momento en que el régimen cubano amparado por la URSS se sentía en su máximo esplendor.

El caso es que la película parece un simple ejercicio de conversión en thriller, de la comedia cinematográfica Bananas, realizada en 1971, Woody Allen. La diferencia es que hora contamos marcas mucho más que indican de se trata de un país concreto, por ejemplo, un vuelo al país en Cubana de Aviación, el ataque a un tren militar que recuerda el descarrilamiento del tren blindado durante los enfrentamientos armados Santa Clara, la presencia de un comandante guerrillero que parece sincretizar las figuras de Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara, o la representación de  la campaña política de Andrés Rivero Agüero.

Se trata de quien será último presidente cubano salido de la concurrencia de varios partidos el suyo, Coalición Progresista Nacional, los tres de sus contrincantes: el de Carlos Márquez Sterling, Partido del Pueblo Libre, el Partido Auténtico de Ramón Grau y el de Alberto Salas Amaro Partido Unión Cubana, Se trata de líderes a los que no se mencionan por ningún lado de esta película tan “realista”. Del que sí se habla repetidamente es de Fidel Castro. Incluso al final se muestra imágenes reales del triunfante jefe guerrillero envuelto en un apoteósico recibimiento popular.

Esto contrasta con el Batista anodino y rollizo que aparece en la película, cuyos rasgos mestizos desaparecen o son disimulados con los del actor que le interpreta, Wolfe Morris, un británico cuyos antepasados hebreos ucranianos no le ayudan demasiado en su caracterización del “Indio” como llamaban sus seguidores al dictador cubano de entonces.  Acaso la idea fuera con esa selección actoral la de mantener el eje étnico clasista que se nos dibuja en la película; de un lado una elite gobernante blanca y batistiana, del otro un pueblo multirracial humilde y fidelista. La imagen se fortalece con los paseos que dan los protagonistas en medios de su romance por sitios deprimentes y miserables en escenas que no se explican, más que con el objetivo de satanizar la Cuba de Batista.

Por cierto, en la única escena de terrorismo fidelista, los masacrados solo pertenecen a la clase dominante, no a la población humilde que si se ve siendo asesinada por los soldados gubernamentales. Una de las pifias de esta escena, que parece un acto de terrorismo armado es que los atacantes llevan el típico uniforme de campaña verde olivo de la guerrilla. El otro olvido es que, en lugar del emblema del 26 de julio, lo que portan pegado al uniforme es una bandera cubana, como si aquella fuera una guerra de liberación nacional contra un ocupante extranjero y no una guerra civil en la que en definitiva se enfrentaban dos facciones de cubanos, unos en el gobierno y otro en sector armado de la oposición.

Menos mal que al meterse en esta desventura cinematográfica Sean Connery todavía contaba con la inercia de sus encarnaciones de James Bon, la fuerza que sin dudas le sacaría de aquel bache. Incluso el director intente explotar el espectro del espía británico adaptando para la ocasión una de sus réplicas las conocidas, cuando el asesor se identifica de la siguiente manera:” Mi nombre es Robert, Robert Dapes”, que es como se llama el militar británico.

En otras de sus réplicas Dapes reconoce que todo se hace por dinero, pero añade una especificación, “siempre al servicio de gobiernos legítimos”. El caso es que el asesor, de modo poco convincente pera, cambia inesperadamente de bando, haciéndose del control de un tanque con la ayuda de un torpe empresario norteamericano, y disparando contra los militares a los que había venido a ayudar, todo en medio de una esperpéntica batalla, que como todos los encuentros armados que vemos con la guerrilla más parece un trabajo de clase de unos alumnos de cine de primer año que la obra de un director veterano como ya era para ese momento Richard Lester.

Al parecer este director estaba más interesando en que le veamos como un personaje más, el juego de la ex novia de Dapes, que, por cuidar las continuas incongruencias de fechas y textos incorrectos, autos y ropas, sobre todo masculinas, de diseño anacrónico, etc.

Evidentemente el espectador implícito en la obra es un anglosajón que no tiene la menor idea de lo que era Cuba, ni siquiera del idioma español, que, salvo raras excepciones, se masculla como si fuera una segunda lengua mal aprendida, no importa que el personaje que lo usa sea un cubano. De la atmosfera sonoro cultural ni se diga. Las cabareteras dan ganas de llorar, por no hablar de la música brasilera, incluso con breves pasajes cantados en portugués, con que se acompaña la llegada de Robert Dapes a la isla.

Afortunadamente del mismo modo que en Cie, nada puede ser absolutamente bueno, tampoco nada puede ser absolutamente malo, y esta película no es la excepción. Creo que el director no contó con el talento del actor de origen ruso hebreo Martin Henry Balsam, quien en su, el General Bello, muestra el carisma que se le ha perdido a Connery. Así resulta que, en esa película esencialmente antibatistiano, el personaje que mejor queda interpretado y por tanto se vuelve más interesante, es el del oficial de mayor graduación en el ejército de Batista que allí vemos. Misterios del arte.

Pero la observación de este objeto debe ir más allá de la crítica a la mala ambientación o lo poco convincente historia de amor entre el mercenario británico y una antigua amante. Es necesario ver lo que puede haber tras la vocación de entretenimiento y por supuesto de hacer dinero de esta pieza, a pesar de todo cultural. Hay que además el rol propagandístico en cuanto a la reconversión de un enemigo. En los momentos en que la Casa Blanca tiene un presidente como Jimmy Carter, el primero que año después y mucho antes que Obama visite a Cuba; un político dispuesto a hacer las paces con el gobierno de Cuba, incluso a dejar sus discípulos en Nicaragua tomen el poder como ocurre en ese mismo 1979.  Y si alguien se cree, que cine americano y gobierno no tienen nada que ver, pues que busque en los archivos el cine estalinista que se hizo en Estados Unidos durante la segunda guerra mundial, cuando su gobierno y el soviético se coaligaron para vencer a Alemania y a sus aliados.

Hay que reconocer aquí una pieza más paradigmática, y esto le infiere al filme la importancia que le falta desde el punto de vista artístico. Se trata de un elemento insoslayable de corpus que denominaré como “Cuba Vuestra”. Es decir, la Cuba que sale de una mirada extranjera sobre nuestra patria. Una visión que se plasma el libros o pantallas, sutil o abiertamente interesada en legitimar a las nuevas clases sobre la base del escarnio de las pasadas.

Este tipo de arte, sobre todo el cinematográfico, no es ni mucho menos el primero que usa a Cuba como telón de fondo para contarnos una historia. Sí es el que se inicia a partir de 1959, pero tomando como materia la Cuba batistiana. El disparo de salida lo dio Nuestro Hombre en La Habana, rodadas aquel mismo año 59 en la propia capital que nombré, bajo la dirección de Carol Reed.  Está basada en una novela de 1958 de Graham Greene, quien trabajó para la inteligencia de su país también se encarga del guión.  Llama la atención la afinidad que tienen los británicos por el Castrismo, a veces me pregunto si no habrán tenido su imperio que ver con el ascenso y mantenimiento del mismo.

 

Luego vendrán otras obras con el mismo espíritu, entre ellas Soy Cuba, rodada también in situ por el director soviético Mijaíl Kalatózov, Habana de 1990, dirigida por Sydney Pollack y protagonizada por Robert Redford, El Padrino II, hecha en 1974 por Francis Ford Coppola o la española Una Rosa de Francia de 2006 dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón.

 

Por cierto, ya que hablamos al propio del mejor 007, traigamos a colación el protagonismo que tiene en Una rosa, la que más tarde será la primera cubana que interpreta la chica Bond: Ana de Armas.

Se trata de una actriz que tendría una carrera impecable de no haberse prestado para hacer de “chica avispa”. Me refiero a su participación en la película de 2019 La red avispa, escrita y dirigida por el cineasta francés Olivier Assayas, como adaptación del libro de Fernando Morais Los últimos soldados de la Guerra Fría. Aquí se narra desde una perspectiva afín a los intereses del gobierno cubano, la vida de cinco agentes suyos infiltrados en Estados Unidos y atrapados con las manos en la masa. Ellos son: Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González.

Un actor debe saber elegir y más cuando sabemos que con el cine se hace muchos más que entretener, se intenta convencer y lo peor, mentir. Es precisamente por eso que Ana Margarita Martínez, convertida en el personaje encarnado por de Armas está demandando a los realizadores de esta película, por las falsedades que dice sobre ellas. Evidentemente, La Red ha sido un traspié en la carrera artística de la cubana, esperemos que aprendan la lección. A fin de cuentas, cosas así le pasan a cualquiera, incluso a personalidades como la que acaba de abandonarnos que, fuera de milagro o porque “solo se vive dos veces”, resucitó su carrera sacándola de la tumba que fue, en 1979, aquella “Cuba” bananera.

 

 

Carlos Manuel Estefanía. Nacido en La Habana en 1962, realizó estudios de Filosofía en las Universidades de La Habana y Moscú, licenciándose en 1987 en la especialidad de Materialismo Histórico. Posteriormente realizó estudios de postgrado en materias tales como, economía, relaciones internacionales, periodismo, lingüística, teoría de la comunicación y semiótica. Así mismo recibió cursos por encuentro en la Facultad de Derecho en la Universidad de La Habana, en materias tales como: Historia del Estado y el Derecho, Teoría del Estado, Derecho de Familia, entre otras. En mayo de 2009 recibió el título de Magister en Pedagogía del Español y de las Ciencias Políticas por la Universidad de Estocolmo.

Radica en Suecia desde 1993, donde es fundador e integrante de la directiva de la Sociedad Académica Euro cubana, así mismo, es presidente de la Asociación de Graduados Extranjeros en Suecia. Es además miembro de la Asociación de Corresponsales Extranjeros en Suecia (PROFOCA) y del Colegio Nacional de Periodistas de la República de Cuba en el Exilio.

One Comment

  1. Juan Pablo

    Perdona Carlos, pero la mejor película (con diferencia) en la que participó nuestro Sean Connery fue El hombre que pudo reinar.

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*