Por Manuel C. Díaz.
“Me moriré en París con aguacero / un día del cual tengo ya el recuerdo”, escribió el poeta peruano César Vallejo.
“Me moriré en París -y no me corro- / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño”.
Estos versos, aunque pudieron haber sido proféticos, no lo fueron. Porque si bien es cierto que César Vallejo murió en París, no era jueves ni llovía. En realidad, fue un viernes y recién comenzaba la primavera de 1938.
César Abraham Vallejo Mendoza nació un 16 de marzo de 1892 en Santiago de Chuco, un remoto pueblo de los andes peruanos. Estudió literatura y leyes en la Universidad de la Libertad, en Trujillo, pero por falta de recursos económicos tuvo que abandonar los estudios durante un tiempo.
Trabajó en las plantaciones de caña de la Hacienda Roma, una experiencia que quizás influyó en la radicalización de sus ideas políticas.
Al fin, en 1915, se graduó como Bachiller en Letras. Un año después se trasladó a Lima, donde trabajó como maestro y donde entró en contacto con la intelectualidad peruana de esa época. En 1918 publicó Los heraldos negros, su primer poemario, que aunque vendió poco y fue recibido con frialdad por la crítica, tuvo grandes elogios por parte de la mayoría de los escritores limeños.
Muchos años después, esos primeros poemas serían recitados de memoria en los círculos literarios de América Latina y Europa: “Hay golpes en la vida tan fuertes !yo no sé! / Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el alma !Yo no sé!”.
En ellos, Vallejo utiliza un lenguaje diferente y se aparta de los modelos tradicionales que había adoptado en sus incipientes balbuceos poéticos de Santiago. El romanticismo y el modernismo, como guías de estilo ya no tenían cabida en su nueva expresión poética: “Son pocos, pero son, abren zanjas oscuras / en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. / Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas, / o los heraldos negros que nos manda la muerte”.
Ya por esta época César Vallejo estaba influenciado por José Carlos Mariátegui, Secretario General del Partido Socialista de Perú, y comenzaba a perfilarse su futura militancia comunista. Pero todavía era más poeta que militante.
En 1922, publica Trilce, su segundo libro de poesía, que es ignorado por la crítica. El mismo Vallejo lo admite cuando dice que Trilce “había nacido en el mayor vacío”. Y cómo no iba a nacer así si era una obra repleta de simbolismo que nadie podía entender en aquel momento: “El traje que vestí mañana / no lo ha lavado mi lavandera: / lo lavaba en sus venas otilinas, / en el chorro de su corazón, y hoy no he / de preguntarme si yo dejaba / el traje turbio de injusticia”.
Después de Trilce, en ese mismo año, publica Escalas meliografiadas y Fabla salvaje, dos libros de prosa que no tuvieron ninguna acogida. Es entonces que decide aceptar la invitación de su amigo Julio Gálvez de viajar a París, ciudad en la que viviría la mayor parte de su vida.
Los primeros años de Vallejo en la Ciudad Luz fueron de extrema miseria y por un tiempo abandona la poesía, hasta que en 1925 encuentra su primer trabajo fijo en una agencia de prensa. Su situación económica mejora con los artículos que publica en diferentes revistas y periódicos de Perú.
Al año siguiente se muda al hotel Richelieu y comienza a frecuentar exhibiciones de arte, conciertos y cafés, donde conoce a Jean Cocteau y Pablo Picasso, vinculándose más tarde con los surrealistas André Breton, Paul Eluard y Louis Aragón.
En 1928 no solo comienza a leer textos marxistas sino que empieza a comportarse como un activo militante. Al parecer, pasó sin sobresaltos del surrealismo al comunismo. En ese mismo año realiza su primer viaje a la Unión Soviética y al regresar, junto a otros exiliados, crea una célula marxista-leninista en París y se afilia al Partido Comunista de Perú, que ya había sido fundado en Lima por Mariátegui.
En 1930, para cuando se va vivir junto a su compañera Georgette Phillipart, ya el gobierno francés lo consideraba una persona peligrosa y declara, mediante un decreto, que su presencia “compromete la seguridad pública”.
Así, Vallejo y Georgette abandonan París y se trasladan a España. A su llegada a Madrid se incorpora al Partido Comunista Español y allí lo sorprende el triunfo de la República. Comienza entonces una de sus etapas más prolíficas como escritor. Escribe artículos para periódicos y revistas, obras de teatro y ensayos alabando el comunismo. También escribe la novela, Tungsteno, una obra de marcado tono antiimperialista en el más ortodoxo estilo soviético.
Sin embargo, a pesar de la relativa fama que esa labor periodística le trajo, no encuentra donde publicar sus otros trabajos. En 1933, después de haber obtenido un permiso de residencia, regresa a París. Como el permiso de residencia no le permitía participar en actividades políticas, permanece en una relativa oscuridad pública. Se casa con Georgette en 1934 y comienza un período de grandes penurias económicas hasta que, al fin, encuentra un trabajo como maestro y su vida personal comienza a mejorar otra vez.
En 1937, en plena guerra civil, regresa a España para participar en el II Congreso de Escritores. Visita los frentes de guerra y ve con horror los estragos de la terrible contienda. De vuelta en París escribe los quince actos de de la tragedia La piedra cansada, y en apenas seis meses, los poemas de Sermón de la barbarie.
En medio de ese estado creativo escribe España, aparta de mí este cáliz, uno de sus libros de poesía más famosos: “Niños del mundo, / si cae España -digo, es un decir- / si cae / del cielo abajo su antebrazo que asen, / en cabestro, dos láminas terrestres”.
Poco tiempo después, el 15 de abril de 1938, el mismo día en que el ejército de Franco cortaba en dos el frente republicano de Aragón, César Vallejo moría en París. Era un viernes santo. Y no llovía. Fue enterrado en Mountrouge, el llamado “cementerio comunista”.
En 1960, su esposa Georgette trasladó sus restos al cementerio de Montparnasse, donde descansan desde entonces.
Manuel C. Díaz es escritor, periodista, crítico literario.