EDITO

Capicúa

Por Minervo Lázaro Chil Siret.
A propósito de la celebración en La Habana del 8vo Congreso del Partido Comunista de Cuba, hay quienes se han empeñado en crearse y/o crearle a los demás una “realidad” paralela, falsa, más acorde a sus deseos o a sus intereses que a los hechos y situaciones reales. En su afán de blanquear al totalitarismo castrista, han pretendido dar una imagen de cambio que el propio régimen se ha encargado de desmentir, no sólo con sus acciones sino hasta con su propio discurso.
El evento cumbre de los comunistas cubanos ha sido publicitado como el Congreso de la Continuidad Histórica de la Revolución. Y el propio Miguel Díaz-Canel, Presidente de la República, designado a dedo por el anciano dictador, General Raúl Castro (quien a su vez heredó el poder totalitario de su difunto hermano Fidel), casi cada vez que habla repite como papagayo que él es continuidad. Y es que sabe que para mantenerse en el cargo necesita que los dinosaurios de la oligarquía mafiosa confíen en que va a defender sus exclusivos privilegios.
Este Congreso, a diferencia de otros eventos similares anteriores, no se transmitió en vivo ni tampoco se permitió la presencia de los medios de prensa extranjeros acreditados en el país. Quizás porque lo que se “discutió y decidió” en ese cónclave partidista no era realmente de interés público. No se propuso entre sus objetivos crear vías que le permitieran al pueblo solucionar los múltiples problemas que enfrenta en su vida cotidiana y elevar su calidad de vida; muchísimo menos reconocer, garantizar y respetar de manera efectiva y práctica los derechos de los cubanos todos.
Prueba de ello es que los “debates” que realizaron, tuvieron como sus ejes centrales prioritarios la “actualización” del llamado modelo socioeconómico cubano de desarrollo socialista (entiéndase persistir absurdamente en la continuidad de las obsoletas y fracasadas políticas de absoluto control centralizado de la economía, incluido el restringido y “descentralizado” sector no estatal), la labor político-ideológica (entiéndase adoctrinamiento de la población), el enfrentamiento a la subversión ideológica (entiéndase férrea represión de toda manifestación de descontento, desacuerdo o abierta oposición al totalitarismo castrista) y la política de cuadros (entiéndase asegurar un relevo que le garantice a los ancianos dirigentes disfrutar de una jubilación jubilosa, valga la redundancia).
La magna cita partidista dejó bien claro que a los capos de la mafia gobernante lo único que le importaba era garantizar que pudieran mantener el poder totalitario a toda costa y a todo costo. Su contenido estuvo dirigido, no exclusivamente pero sí fundamentalmente a sus propios dirigentes y militantes. Fue un mensaje aclaratorio, y a la vez de severa advertencia, de que jamás tolerarían ninguna suerte de perestroika ni de glásnost, no fuera a ser que alguno de ellos pudiera llegar a creerse una versión caribeña de Mijaíl Gorbachov.
La vieja cúpula de la junta político-militar en el poder advirtió que aunque se “jubilen” y admitan en su cerrado círculo oligárquico a quienes parecen ser los más confiables entre sus lacayos, y les den migajas de autoridad, van a estar muy pendientes de ellos. Por lo que estos nunca tendrán poder real para decidir nada importante, especialmente si va contra lo que los “históricos” ordenan. Ese “relevo generacional” es consciente de que no es más que un pequeño grupo de marionetas que jugarán por un tiempo a ser los “gobernantes”, hasta que sus titiriteros decidan que es hora ya de reemplazarlos por otros tan abyectos como ellos, o partan finalmente de este mundo. Por eso tanto su accionar como su discurso no se diferencian casi nada de los de sus venerados y adulados predecesores.
Era realmente de tontos o de locos esperar algo diferente a lo que ya todos sabían que iba a pasar. La mayor parte de la llamada “generación histórica” ha pasado a un aparente y simulado retiro, pero siempre queda otra parte activa para vigilar y controlar a esas nuevas generaciones, no vaya a ser que se desvíen del camino previamente trazado. Parafraseando al dictador español Francisco Franco, todo queda encadenado, y bien encadenado. Cuba continuará siendo la férrea dictadura totalitaria que ha sido durante los últimos 62 años. Los cubanos seguirán, cual modernos esclavos, sin libertad, sin derechos, y teniendo que agradecer a perpetuidad a los esclavistas y a sus mayorales que les permitan al menos seguir viviendo y sirviéndoles.
Termino este análisis sobre el 8vo Congreso del PCC recién concluido, de la misma manera como acaban algunas partidas de dominó en las que el ganador se impone jugando por cualquiera de los dos extremos. Permítanme aplicar la “capicúa” a un refrán que refleja gran sabiduría popular y que le viene como anillo al dedo al resultado de este evento. Reza el refrán que es “el mismo perro, pero con diferente collar”. O igual podemos decirlo a la inversa, “diferente perro, pero con el mismo collar”.
Minervo L. Chil Siret es miembro del Movimiento Cristiano Liberación.

2 Comments

  1. El gatopardismo en todo su esplendor, “que todo cambie para que todo siga igual”

  2. Pingback: Capicúa – – Zoé Valdés

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