Por Lucimey Lima Pérez.
Aunque la pornografía no es nueva, la aparición de Internet y su difusión ha hecho que el consumo se haya extendido enormemente. Sin embargo, las controversias en relación con la misma influyen sobre la falta de requerimientos suficientes que permitan incluirla en adicciones en las clasificaciones de enfermedades mentales, ya sea la de la Organización Mundial de la Salud o la de la Sociedad Americana de Psiquiatría. Por otro lado, las evidencias sobre su uso y abuso hasta la adicción son innumerables y contundentes.
Las opiniones son tan disímiles que algunos investigadores en sexo y sexualidad la consideran de utilidad en la educación sexual. Pero ¿cómo si un comportamiento conlleva a daños cerebrales puede ser educativo?
Existen argumentos para que haya sido considerada “una nueva droga”, ya que las áreas cerebrales afectadas son las mismas que las que se modifican en forma negativa por la adicción a diversas substancias. Las alteraciones se refieren a centros de recompensa situados en los núcleos basales y en la amígdala, los cuales se activan hasta el agotamiento con la vista de pornografía, esto repercute sobre centros de control y toma de decisiones en la corteza pre-frontal, los cuales son inhibidos y, por tanto, la capacidad para modificar la conducta está en minusvalía. Primero la tolerancia, el individuo necesita más y más para satisfacer su malentendido placer, y cada vez es más difícil romper con el círculo vicioso.
La pornografía afecta a los niños y adolescentes en una forma dramática debido a la inmadurez del tejido que lo hace mucho más moldeable a imitar conductas observadas en la pantalla. El sistema de recompensa está naturalmente disparado en los jóvenes y los sistemas regulatorios no tienen el poder que se obtiene durante el desarrollo. Además, existen unas neuronas en las zonas parietales del cerebro conocidas como células en espejo que se disparan al ver acciones de otros, aunque el observador no las esté haciendo. Esto resulta en una mayor posibilidad de imitar las conductas. Y, bien, si esas conductas son realmente una actuación mal pagada, pero altamente remunerativa para los productores, la enseñanza es negativa y ficticia.
De acuerdo con varias estadísticas a nivel mundial casi el 50% de los individuos entre 9 y 10 años han visto pornografía en computadoras o en teléfonos durante el último mes antes de ser encuestados.
Las estrategias de protección para una sexualidad sana se basan en el comienzo de la educación sexual impartida por expertos, iniciada por los padres en etapas tempranas de la vida, y sustentada por las escuelas. Además, ser vigilantes sin ser punitivos, sino confiables, permite la detección y la intervención tempranas para evitar el deterioro. El estrés que desencadena el uso de pornografía produce culpa, vergüenza, tristeza, ansiedad, aislamiento, bajo rendimiento y disminución de las relaciones interpersonales. El tratamiento por especialistas, si no existe una regulación personal y por el entorno, incluye el apoyo, la comprensión, el manejo de la culpa, y la esperanza. Los daños pueden ser reversibles cuando se detecta a tiempo.
Luego, ante los hechos, solamente asomados en esta comunicación ¿vamos a permanecer inertes?
Psiquiatra, Psicoterapeuta, Neurocientífico
Investigador Titular Emérito del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC)
Especialista en Psicoterapia y Educador en CatholicCare, Hobart, Tasmania, Australia
lucimey.limaperez@aohtas.org.au