Cultura/Educación

Budapest. una joya del Danubio

Manuel y su esposa

Por Manuel C. Díaz.

Si usted es de los que piensa que las aguas del río Danubio son azules, como las de vals de Strauss, le tengo noticias: no lo son. Pero por favor, no deje por eso de navegarlas, tal como hicimos mi esposa y yo recientemente -un año antes de la pandemia- cuando nos embarcamos en el Vilhjalm, uno de los barcos de Viking River Cruises, cuyo recorrido comenzaba en Budapest, con paradas en Bratislava, Viena, Krems y Linz, y terminaba en la ciudad alemana de Passau.

Habíamos llegado a Budapest dos días antes de la salida del crucero (pequeño y fluvial, pero crucero al fin) porque queríamos disponer de tiempo suficiente para visitar la ciudad. Como estábamos hospedados en la parte de Pest, que es principalmente llana (Buda, la otra parte, está en una colina), decidimos recorrerla a pie. Y eso fue lo que hicimos. El primer día, desde nuestro hotel y con un mapa de la ciudad en la mano, fuimos caminando hasta las márgenes del río y bordeando la peatonal que lo circunda llegamos hasta el edificio del Parlamento, asiento de las principales instituciones políticas de Hungría y símbolo de su independencia.

Sus más de seiscientas habitaciones incluyen la Presidencia de la República Húngara, los apartamentos privados del presidente, la Cámara de Diputados, la Asamblea Nacional, las oficinas del Primer Ministro y la Biblioteca del Parlamento. El esplendor de sus interiores solo es comparable al de los más bellos palacios europeos. En todos sus salones sobresalen frescos y esculturas de artistas famosos. Sus techos de roble y nogal, con detalles dorados, les proporcionan una solemnidad imperial a los aposentos. Alrededor de su domo, dieciséis pilares de mármol sostienen las estatuas de reyes y santos húngaros.

Desde el Parlamento caminamos hasta la Avenida Andrassy y la recorrimos desde la Plaza Isabel, donde comienza, hasta la Plaza de los Héroes, donde termina. Este hermoso boulevard, de amplias aceras y frondosos árboles, está flanqueado por casas y palacios neorrenacentistas, tiendas de marcas famosas y numerosos cafés y restaurantes. Es aquí también donde se encuentra la Ópera Nacional de Hungría, un edificio cuya fachada está decorada con esculturas de famosos músicos y compositores, así como el Museo de Franz Liszt, donde se exhiben muchos de sus instrumentos originales.

Al final de la Avenida Andrassy se encuentra la Plaza de los Héroes, no solo la más grande de Budapest, sino la más simbólica. Fue aquí donde el pueblo, durante la sublevación de 1956 derribó la estatua de Stalin y también donde en 1989 se realizó un servicio religioso en memoria de Imre Nagy, primer ministro de Hungría que fue ejecutado por los soviéticos después de la invasión.

En el centro de la plaza, construida en 1896 para conmemorar los mil años de la fundación del Estado, se levanta el Monumento al Milenio, en cuya parte superior puede verse el Arcángel San Gabriel sosteniendo en su mano derecha la Corona Húngara, y en la izquierda, una cruz apostólica. A su alrededor, extendiéndose a ambos lados, se abren dos columnatas decoradas con las estatuas de importantes figuras políticas de Hungría. En los costados de la plaza están el Museo de Bellas Artes, con varias colecciones centradas en diferentes estilos artísticos, y el Palacio de las Artes, que alberga obras de arte moderno.

Antes de regresar al hotel visitamos la Catedral de San Esteban, que comenzó a construirse en 1851 y se terminó, por problemas estructurales en su cúpula, cincuenta y cuatro años más tarde. En su interior, justo detrás del ábside, se encuentra la capilla donde se conservan las reliquias más importantes de la cristiandad húngara, la llamada Santa Diestra: la mano derecha, momificada, del Rey Esteban I, primer rey de Hungría y Santo de la Iglesia Católica.

Esa noche, por recomendación de los empleados del hotel cenamos en un típico restaurante húngaro del vecindario llamado Firkasz. No teníamos otra opción: habíamos llegado ese mismo día después de nueve horas de vuelo, era tarde, y estábamos cansados y hambrientos. La verdad es que llegamos al restaurante sin muchas expectativas. Pero para nuestra sorpresa, el servicio fue excelente y la comida deliciosa. Ordenamos el famoso gulash, considerado el plato nacional de Hungría y que no es más que una sopa de vegetales y carne de res a base de páprika; unos medallones de ternera con papas fritas; una botella de vino tinto de la casa y una torta Gundel, hecha con nueces molidas y pasas, y servida con crema de chocolate.

Al otro día, temprano en la mañana, salimos hacia Buda. Al llegar al río cruzamos el Puente de las Cadenas y tomamos un funicular que nos llevó hasta la Iglesia de Matías, también conocida como Iglesia de la Coronación, una de las más antiguas de Hungría. Aunque construida en el siglo XIII, lo único que queda de su estructura original es la parte baja del campanario sur. Bajo los reinados de Luis El Grande (1342-1382) y de Segismundo de Luxemburgo (1387-1437) se le conocía como Iglesia de Nuestra Señora. El 22 de diciembre de 1476, frente a su altar mayor el Rey Matías Hunyadi se casó con Beatriz de Aragón, hija del rey de Nápoles. Y en 1867, cuando Hungría y Austria acordaron la paz, Francisco José I fue coronado, también frente a su altar mayor, con la Santa Corona Húngara. Ambos eventos son los orígenes de sus nombres.

A un costado de la Iglesia de Matías -o de la Coronación- se alza la estatua ecuestre de San Esteban I, primer rey de Hungría y fundador del Estado. La estatua está colocada sobre un pedestal de piedra con numerosos relieves artísticos que refleja diferentes momentos históricos de su reinado. En los alrededores de la pequeña plaza que rodea la estatua, hay quioscos que venden artesanías, y en sus esquinas músicos y comediantes deleitan a los turistas.

Rodeando todo el lugar, sobre un promontorio que se alza sobre el Danubio, está el Bastión de los Pescadores, uno de los lugares más visitados de Budapest. Fue construido en 1905 en los terrenos de lo que había sido un mercado de pescadores. Es como una fortaleza, con sus muros y torretas, por los que se puede caminar y donde algunos pintores venden sus cuadros. Desde cualquier ángulo que uno mire, las vistas de Pest son grandiosas. Esa mañana había un sol radiante. La fachada del Parlamento era un lienzo en blanco y oro, rematado por el rojo de sus cúpulas. Las aguas del Danubio, sin llegar a ser azules, resplandecían. Eran como una invitación a navegarlas. Que fue exactamente lo que hicimos al día siguiente.

El Vilhjalm soltó sus amarras y lentamente se fue separando del embarcadero. Desde la cubierta vimos como el Parlamento, la Catedral de San Esteban y el Bastión de los Pescadores, fueron quedando atrás. Al igual que Budapest, que se fue haciendo más pequeña hasta desaparecer en la distancia. Cuando el barco estuvo en el centro del río y sus riberas se hicieron más anchas, fue que realmente comenzó a navegar hacia su próximo destino: Viena.     egelH

Manuel C. Díaz es escritor y crítico literario. Fotos Archivos del Autor.

 

2 Comments

  1. Angel Mendoza

    Estuve hace un par años, pero no en plan “tan turístico”, sino pateando con el pueblo llano, que es como me gusta turistear. Me llamó la atención cómo aún, tantos años después, se aprecia esa dejadez comunista en la mayoría del personal de servicios. La huella imborrable.

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