Por Manuel C. Díaz.
El pasado 8 de octubre, hace apenas un mes, la poetisa estadounidense Louise Glück, fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura. Como siempre, la prensa destacó ampliamente la noticia y resaltó su trayectoria literaria. Pero también aprovechó la ocasión para publicar una serie de interesantes artículos sobre algunas famosas polémicas del premio. Entre ellas las del rechazo a recibirlo de Boris Pasternak cuando le fue otorgado en 1958, algo que muchos no recuerdan.
Y es que cuando se piensa en Boris Pasternak se piensa en Doctor Zhivago. Pero no en su novela, que casi nadie ha leído, sino en la famosa película de David Lean, y en su no menos famosa banda sonora, Lara’s Theme, del compositor francés Maurice Jarre. Muchos hasta recuerdan que la película ganó cinco Oscars en la premiación de 1966: Best Art Direction, Best Cinematography, Best Music, Best Costume Design y Best Written Screenplay Based on Other Media.
Lo que muy pocos recuerdan es que Pasternak, después de haber aceptado el premio diciendo que estaba “inmensamente agradecido, conmovido, orgulloso, atónito y confuso”, renunció al mismo por presiones de la Unión Soviética y provocó un gran escándalo internacional.
En toda la historia de la Academia Sueca quizás haya sido este premio uno de los más controvertidos. No por la renuncia en sí -que la Academia no aceptó diciendo que el rechazo no alteraba la validez del galardón- sino que por primera vez la Guerra Fría lograba entrar, sin invitación, a los salones de Estocolmo. Y lo hizo, en secreto, de la mano de la CIA, que propició la llegada de la novela, en su idioma original, a la Academia. Y de la KGB, que forzó la renuncia de Pasternak al premio.
Pero antes, un poco de historia: Boris Pasternak nació en Moscú en 1890, en el seno de una prestigiosa familia de artistas. Su padre fue un talentoso pintor, retratista de Tolstoi y de Rilke, de los que fue amigo personal; su madre, una reconocida pianista clásica que estudio con el maestro Rubinstein. Sin embargo, Pasternak no abrazó ninguna de esas disciplinas artísticas, sino que encontró su verdadera vocación en la poesía.
Es cierto que sus primeros libros de poemas no tuvieron ningún reconocimiento. Pero ya en 1924, con la publicación de Mi hermana, la vida y Temas y variaciones, comenzó a ser reconocido como uno de los más grandes poetas de la era posrevolucionaria, aunque sin alcanzar nunca la fama de Maiakovski o Yessenin. Quizás porque mientras todos le cantaban loas a los planes quinquenales y al genio de Stalin, él seguía cantándole al amor y a la naturaleza.
No fue hasta 1927 que por primera vez, en los relatos versados de El teniente Schmidt, trató temas revolucionarios. Pero ni siquiera por eso las autoridades dejaron de tildarlo como “un formalista decadente, en desacuerdo con su época y ajeno al pueblo”. Tal vez los comisarios políticos del Kremlin, desde su punto de vista, tenían razón. Y es que, en realidad, Pasternak siempre fue un hombre aferrado a sus convicciones personales en medio de las difíciles circunstancias históricas que le tocó vivir.
Aun así, en 1938 se trasladó a vivir a la famosa colonia de escritores de Peredelkino, un hermoso conjunto de dachas rodeadas de grandes bosques en las afueras de Moscú y que habían sido mandadas a construir por Stalin, a instancias de Máximo Gorki, para disfrute de la intelectualidad oficialista. Por esa fecha la Unión de Escritores había comenzado un periodo de “depuraciones” y Pasternak, ya desilusionado del comunismo, fue atacado abiertamente. No obstante, siguió escribiendo. En plena Segunda Guerra Mundial publica En trenes tempranos y Lejanía terrena y por un tiempo lo dejan tranquilo. Pero en 1946, cuando Alexander Fadeiev -uno de sus antiguos enemigos- vuelve a ser nombrado secretario general de la Unión de Escritores, sus puertas se le cierran definitivamente. Años más tarde escribiría Doctor Zhivago, la novela que lo condujo al Nobel.
Para que un escritor pueda ser nominado al premio, su obra debe haber sido publicada en su idioma original. Como se sabe, cuando Pasternak presentó su novela a los editores soviéticos, estos la rechazaron. Y nunca fue publicada en la Unión Soviética.
Durante mucho tiempo se rumoró que la CIA había sido responsable de que la novela apareciese publicada en ruso en una sorpresiva edición holandesa. Sin embargo, la versión que siempre prevaleció fue que alguien sacó de contrabando la novela y se la hizo llegar al editor Giangiacomo Feltrinelli, quien más tarde la publicó en italiano. Según esa versión, la novela fue un éxito instantáneo, se tradujo a varios idiomas y en 1958 la Academia le otorgó a Pasternak su Premio Nobel de Literatura. Y el resto es, como se dice historia.
Una historia que, con el tiempo, ha ido cambiando. Al parecer, las cosas no fueron tan sencillas. Hace unos años, Iván Tolstoi, un destacado historiador ruso, afirmó que la CIA sí estuvo detrás de la edición holandesa. Y aseguraba tener pruebas. En realidad, todo parecía sacado de una novela de Tom Clancy. Según Tolstoi, la CIA logró que el avión en que viajaba Feltrinelli realizara un aterrizaje de emergencia en Malta. Durante el tiempo que el avión permaneció en tierra, de su equipaje sacaron el manuscrito original de la novela, lo fotocopiaron y lo volvieron a colocar en la maleta sin que nadie se diera cuenta, hasta que la novela apareció publicada en ruso por una pequeña editorial en Holanda.
Pero antes de que eso ocurriese, las autoridades soviéticas le habían pedido a Feltrinelli que no publicase el manuscrito. Cuando esa petición fue desoída, le pidieron a Pasternak que retirase su autorización. Algo que Feltrinelli ignoró porque, secretamente, Pasternak le pedía que prosiguiese con los planes de publicación. Y así lo hizo. La edición italiana fue un éxito y le siguieron sucesivas traducciones. Después de eso, la nominación de Pasternak era considerada inminente. Solo había un problema: la Academia necesitaba una edición en ruso. Y no la tenían. Hasta que apareció la que supuestamente propició la CIA.
Aparte de las revelaciones de Tolstoi, todo era especulación. En realidad, no había evidencias. Hasta que fueron desclasificados más de cien documentos secretos que detallaban la participación de la CIA en la famosa edición holandesa. En un artículo escrito por Peter Finn en 2014 para el Washington Post se cita un memo de julio de 1958 en el que John Maury, Jefe de la División de la Unión Soviética de la Agencia Central de Inteligencia, decía lo siguiente: “Este libro es una amenaza a la imagen que el Kremlin quiere presentar al mundo. Su mensaje humanístico -que todas las personas tienen derecho a una vida privada y merecen respeto como seres humanos- representa un reto a la idea de que los individuos deben sacrificarse por el sistema comunista”. En otro documento, dirigido a los directores de la Agencia, se decía: “Tenemos la oportunidad de hacer que los ciudadanos soviéticos se pregunten por qué su gobierno no permite que un excelente libro, escrito por uno de sus grandes novelistas, no pueda ser leído en su propio país, en su propio idioma y por sus propios ciudadanos”.
La inteligencia soviética siempre sospechó que Pasternak había recibido asistencia de la CIA para la publicación de su novela en el exterior. Pero como en esa época los archivos de la CIA eran clasificados, todo lo que podía hacer la KGB era eso: sospechar. La Academia, por sus propios reglamentos internos, no podía hacer públicas las deliberaciones del comité que otorgó el premio, salvo las razones estrictamente literarias por las cuales resultó ganador. Y que fueron estas: “Por su importante obra, tanto en poesía lírica como en el campo de la gran tradición épica rusa”. A ellos no les interesaba saber quién había financiado la edición holandesa en idioma ruso, ni quién se las había hecho llegar.
Al margen de la Guerra Fría, lo cierto es que aunque la CIA allanó el camino para la nominación de Pasternak, la obtención del Nobel se debió a la calidad de su obra. Boris Pasternak murió en mayo 30 de 1960, en su casa de Peredelkino. Y nunca viajó a Estocolmo para recoger su premio. Pero su hijo Eugeny lo hizo por él en 1989 cuando en una emotiva ceremonia realizada en la capital sueca, aceptó la medalla en nombre de su padre. Pura justicia poética.
Manuel C. Díaz es escritor y crítico literario.
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