Las ideologías que han sido institucionalizadas, desde la masonería hasta el catolicismo y las diversas iglesias ortodoxas o protestantes, han sido construidas para sostener estructuras de poder que, en última instancia, responden a intereses mundanos. Ya sea el anglicanismo o el luteranismo, como religiones de estado que, en medio de la «protesta», no hacen otra cosa que revitalizar lo que en su origen fue el catolicismo como religión del estado romano. Lo mismo ocurre con la iglesia ortodoxa rusa, rescatada del ostracismo por Stalin, o con las ideologías modernas que asumen roles unificadores que las religiones han dejado de desempeñar, como el liberalismo y su hermano menor, el socialismo. Estas corrientes han desviado su potencial para promover un desarrollo auténtico y una verdadera justicia, convirtiendo sus discursos en meras ilusiones.
Los ideales proclamados de libertad, fraternidad y justicia son frecuentemente utilizados como instrumentos de control, atrayendo a personas bien intencionadas que, en su búsqueda de redención, se convierten en cómplices de un sistema que las oprime. En este entramado, las creencias son moldeadas para mantener a las masas en la ignorancia. Cada rito y doctrina se transforma en un mecanismo de manipulación. Los líderes de estas instituciones, dotados de un carisma cautivador, a menudo actúan como marionetas de intereses ocultos, perpetuando ciclos de opresión bajo la apariencia de salvación.
Este fenómeno no es novedoso; a lo largo de la historia hemos sido testigos de cómo los mensajes de unidad y amor se convierten en armas divisorias, alimentando conflictos como las guerras santas y las cruzadas. El verdadero propósito humano, que debería ser la búsqueda de un conocimiento auténtico y una conexión genuina con lo divino, se ve eclipsado por estas narrativas distorsionadas. La repetición de la historia nos recuerda que la humanidad parece condenada a tropezar una y otra vez con la misma piedra del fanatismo y la ignorancia.
Aquellos que se atreven a cuestionar el dogma y desafiar la estructura impuesta enfrentan el rechazo inmediato, temerosos de una verdad que podría desmantelar sus creencias. En este sentido, prefieren aferrarse a la ilusión, un refugio cómodo que les ofrecen sus líderes. Mientras las personas navegan por la rutina diaria, atrapadas en ciclos de rituales vacíos, es crucial recordar que el conocimiento es tanto un poder como un peligro. La búsqueda de la verdad, a menudo tildada de herejía, es un acto de valentía. La conformidad ciega con las enseñanzas institucionalizadas es la verdadera herejía, pues niega la posibilidad de un sentido auténtico y significativo en la vida.
Liberarse de estas cadenas ideológicas requiere coraje; es una decisión consciente de despojarse de prejuicios y de la corrosiva influencia de la ideología institucionalizada. Solo así se podrá avanzar hacia una senda real de crecimiento, donde el espíritu encuentre su verdadero hogar, lejos de templos que, en realidad, son prisiones disfrazadas de santuarios. Este viaje hacia lo desconocido, esta rebelión interior, permitirá florecer al ser auténtico, creando un nuevo paradigma que honre la esencia de cada individuo, por encima de los intereses de aquellos que buscan controlar el poder terrenal.
A través de la autoexploración y el cuestionamiento crítico, podemos construir un camino hacia la autonomía espiritual, donde cada uno de nosotros se convierta en el arquitecto de su propio destino, libre de las cadenas de la manipulación institucionalizada. Solo así podremos alcanzar una auténtica conexión con nuestro ser interior y vivir en plenitud, en armonía con nuestro entorno y con los demás.
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Carlos M. Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.
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