Por Dr. Rafael Marrero
A veces, una imprevista paradoja puede maniobrar el destino de un país y llevarlo a romper con todas sus cadenas. Ironía de la vida o no, el coronavirus surgido en China, con actual epicentro en los Estados Unidos, ha corroborado la dependencia de nuestra nación frente a la asiática, particularmente en productos sanitarios imprescindibles para lidiar contra el mismo virus, originario de la provincia china de Hubei.
A golpe de miles de contagios y muertes, el COVID-19 podría ser la gota que colme el vaso en la guerra comercial EE.UU.-China, así como también el último eslabón de la cadena de suministro que nos enlaza comercialmente al país asiático.
¿Hasta cuándo Washington tendrá que depender de Beijing en tantas áreas? ¿Qué más hace falta que ocurra para que el Made in USA vuelva a predominar en las etiquetas de lo que consumimos y usamos?
Estados Unidos, nuestra América, tiene ante sí la misión y la responsabilidad de zafarse del grillete chino. Básicamente, se trata de hacer lo que haga falta para conseguirlo. Y eso debemos hacerlo ya, porque el costo del vínculo está siendo demasiado elevado y ningún estadounidense debería pagar por ello.
El pro y los contras de la dependencia
¿Cuántas veces hemos oído decir que lo barato sale caro? Pues a las malas hemos tenido que aprender la moraleja del consabido refrán. China, con su mano de obra esclava y sus bajos costos de manufactura, nos ha ahorrado dinero del bolsillo, pero muy peligrosamente se ha convertido en nuestra principal fuente de importación.
¿Cómo es posible que nuestro país gaste anualmente más de $500 mil millones en productos y servicios provenientes de China? ¿Por qué hemos permitido que la inmensa mayoría de los insumos sanitarios y medicamentos que consumimos sean elaborados en laboratorios chinos?
Hablamos de fármacos de uso común, como analgésicos, antibióticos y antidepresivos, y de tanta envergadura, como los utilizados en quimioterapia y contra el SIDA. Nos referimos, hágase notar, a productos sanitarios vitales para enfrentar al propio coronavirus, entre ellos, equipos de protección, ventiladores y mascarillas N95.
Ninguna emergencia debería tomarnos desprevenidos. Hoy ha sido una emergencia de salud, pero mañana podríamos experimentar una mala eventualidad en cualquiera de los sectores que más dependemos de China.
Es que, créalo o no, hasta nuestros pasaportes americanos se confeccionan en el país asiático.
El costo de la usurpación
En las dos últimas décadas, China se ha convertido en una especie de fábrica del mundo. Con una fuerza laboral barata y sistemas de abastecimientos de bajo costo, ha atraído a su territorio un sinfín de empresas de todas partes, incluidas muchas de nuestro patio. Hoy, el valor generado por la manufactura Made in China es más grande que el de EE. UU., Alemania y Corea del Sur juntos.
Según informes de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, el año pasado, la nación asiática representó el 25% de la fabricación mundial en términos de valor, a diferencia del 8% que representaba en el 2000. Pero mientras ese parámetro económico crece y crece, también lo hace el reclamo de muchas naciones por detener el robo de la propiedad intelectual.
Nuestro país, en concreto, es uno de los mayormente afectados por dicha usurpación. De hecho, cada año, los estadounidenses perdemos entre $225 mil millones y $600 mil millones de dólares por ese concepto. Estamos hablando de muchísimo dinero sustraído del talento americano.
Porque los chinos han falsificado muchos de nuestros productos, nos han pirateado softwares, nos han robado secretos comerciales, nos han usurpado resultados de investigaciones académicas y han infringido muchas de nuestras patentes. ¿Cómo no van a vender barato?
El golpe de la cizalla
Interna y externamente, EEUU debe dar los pasos necesarios para poner fin a la usurpación y a la dependencia. No será del todo fácil, ni tan rápido como desearíamos, pero el mero hecho de saber que hemos puesto la cizalla sobre la cadena significa que terminaremos por romperla.
Definitivamente, nuestro país necesita examinar su atadura con el mercado chino en lo relativo a medicinas, vacunas, tecnología, alimentos, telefonía, maquinarias y otros tantos eslabones engarzados, en gran medida, a la manufactura o a las materias primas asiáticas. No podemos permitir que los chinos aprovechen esa situación para tomar ventaja económica, política y militar.
Como directrices internas, hay que priorizar las compras locales, capacitar mejor a nuestra mano de obra, lograr que los contratistas federales compren en suelo americano, reubicar en el territorio nacional la producción de todos los sectores posibles, en fin, tomar las medidas que hagan falta para robustecer a nuestra economía.
En lo que compete al exterior, habría que firmar nuevos acuerdos de libre comercio con Asia, invertir más en la presencia militar en la zona del Indo-Pacífico, frenar la influencia china en las organizaciones internacionales, impedir que compañías como Huawei y ZTE Corp suministren a EEUU y participen en la construcción de nuestra red 5G, y trabajar con Europa y el resto de los países aliados en función de los objetivos comunes.
El éxodo de China
A raíz del coronavirus, algunas naciones, como Japón, ya han iniciado un éxodo masivo de manufacturas de China, mientras que otras, como el Reino Unido, ya han anunciado un cambio en sus relaciones bilaterales. Alemania, Suecia y Australia, entretanto, se han unido a nuestro reclamo de investigar cómo se originó el COVID-19 en Wuhan.
Paralelamente, los países integrantes de la alianza de intercambio de inteligencia Five Eyes (Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y EEUU), han concluido que China mintió al mundo sobre el contagio del COVID-19 de persona a persona, desapareció a los denunciantes de esa amenaza y se negó a entregar muestras del virus para que Occidente no pudiera crear una vacuna.
“China tenía evidencia de la transmisión humano-humano desde principios de diciembre, pero continuó negando que podría extenderse de esa manera hasta el 20 de enero”, indica un expediente filtrado de Five Eyes, citado en un artículo del New York Post.
Mientras esta y otras investigaciones al respecto continúan, nuestro país deberá seguir luchando contra el coronavirus y sus consecuencias, a corto plazo, y por su independencia de China, siempre.
Indudablemente, tenemos que diversificar la cadena de suministro que nos une a Beijing. Y por diversificar se entiende no solo contar con otras cadenas foráneas, sino también con las nuestras. Que va a costarle tiempo y dinero a nuestra América, por supuesto, pero no hacerlo será fatal y mucho más caro. Sí se puede. ¡Advertidos estamos!
Cortesía de Negocios con Gobierno USA.
Rafael Marrero es Economista, Empresario, Conferencista, Editor de Economía de ZoePost