Medias

Adiós al Canal 41: fin de una era y comienzo del silencio

Por Carlos Manuel Estefanía.

El 8 de mayo de 2025 se apagó una señal que, por más de tres décadas, acompañó, informó, entretuvo y, sobre todo, representó a una comunidad hispana muy particular. El cierre de América TeVé, Canal 41 de Miami, es mucho más que la clausura de una empresa televisiva: es el adiós a un capítulo esencial de la historia del exilio cubano, un símbolo que, con sus luces y sombras, hablaba desde dentro.

Muchos cubano-estadounidenses crecieron con esa pantalla encendida por sus padres. Era allí donde veían reflejadas sus angustias, esperanzas, tradiciones y hasta sus diferencias. Desde sus estudios se lanzaban campañas por la libertad de Cuba, se debatían los vaivenes de la política miamense y se daban oportunidades a artistas, periodistas y soñadores que encontraban en la televisión su espacio vital.

Mientras que la mayor parte de su público pudo disfrutarlo en vivo en Miami, otros espectadores lo siguieron desde el extranjero a través del Internet, convirtiéndose en parte de esa gran comunidad. Pero el Canal 41 no fue inmune al paso del tiempo, ni a las fuerzas externas que, como una marea silenciosa pero constante, fueron debilitando su estructura hasta dejarla en ruinas. Lo ocurrido no fue un accidente ni una conspiración aislada; fue el desenlace de una tormenta perfecta.

La primera gran fuerza que empujó al canal hacia su ocaso vino del ciberespacio: las redes sociales. Con la llegada de YouTube, TikTok y el auge de los “influencers”, la audiencia fue migrando hacia contenidos más inmediatos, más breves y, sobre todo, más personales. ¿Para qué ver un programa de una hora si en cinco minutos un youtuber te resume la noticia, el escándalo y hasta la moraleja? Las nuevas generaciones ya no buscan sentarse frente a la televisión, sino deslizar con el dedo pulgar y consumir entretenimiento sin horarios ni interrupciones.

A esta transformación se suma un fenómeno sociológico más doloroso: la desaparición física de toda una generación acostumbrada a ver televisión. Muchos de los fieles televidentes de América TeVé, esos que encendían su televisor cada noche a la misma hora, ya no están. Y quienes quedamos vivimos en un mundo en el que encender el televisor ha pasado a ser una actividad nostálgica. La fidelidad del público se ha desvanecido como se desvanece la tinta en las cartas viejas.

El tercer y último golpe, quizás el más devastador, fue el ascenso de los servicios en línea que ofrecen películas y series a demanda. Netflix, Hulu, Amazon Prime y todas sus variantes en español le arrebataron a la televisión local ese papel de ser «la opción de entretenimiento familiar». ¿Cómo competir contra catálogos infinitos, producciones de alto nivel y la posibilidad de ver lo que uno quiera, cuando quiera y sin anuncios?

Claro, todo esto se da en un contexto legal enredado, con peleas entre accionistas, acusaciones cruzadas y decisiones judiciales que más parecen batallas políticas que disputas empresariales. Pero sería simplista culpar solo a Carlos Vasallo o al grupo Pegaso. Ambos son protagonistas de un drama donde el telón ya estaba bajando desde hace años. La estructura ya no se sostenía sola.

El cierre del canal también nos deja una estampa dolorosa: empleados despedidos sin previo aviso, sin siquiera poder recoger sus pertenencias; técnicos, camarógrafos, presentadores y periodistas que se fueron con lágrimas en los ojos. Muchos no solo perdieron un empleo: perdieron una familia, una vocación, un lugar donde sentían que su trabajo tenía un propósito más allá del salario.

¿Y ahora qué? ¿Quién ocupará ese espacio simbólico que deja América TeVé? ¿Quién le hablará al corazón del exilio cubano desde las cámaras, sin filtros ni maquillajes? ¿Quién cubrirá las pequeñas historias que importan, esas que no aparecen en las grandes cadenas pero que sí marcan la vida de una comunidad?

Quizás el canal pueda revivir en algún formato, bajo otra gestión o reconvertido digitalmente, el soporte por el que muchos, interesados en algunos de sus temas y que no viven en Estados Unidos, lo han seguido por años. Quizás surjan nuevas voces, nuevas plataformas. Pero lo que ya no volverá es esa sensación de pertenencia, esa certeza de que había un lugar en el dial donde, pasara lo que pasara, uno podía sintonizar y sentirse en casa. Se apagó la señal. Y con ella, una parte de nosotros, reconozcámoslo.

Carlos M. Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.

Compartir

One Comment

  1. La señal no se apagó. Se suspendió, al menos temporalmente, la producción de programas en vivo

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*