
Por Mark Beaumont.
El 12 de diciembre de 1970, en New Orleans, el cantante fue poseído por una furia que sintetizaba lo sucedido en sus tiempos más difíciles. Robby Krieger reconstruye el camino que llevó al final de un icono del rock de los sesenta.
En algún lugar de los muelles de New Orleans, el 12 de diciembre de 1970, Jim Morrison perdió su «mojo», ese intraducible término que alude al encanto, al toque, la gracia que mueve a los talentosos. Borracho hasta el tambaleo, subió al escenario del Warehouse -un local impregnado por el olor a humedad del río Mississippi y las «vibras demoníacas»- con esa fanfarronería ebria que ya era marca registrada. Rápidamente comenzó a olvidar las letras de las canciones clásicas de The Doors, gritando la letra de «St. James Infirmary Blues» sobre cualquier canción que sus compañeros de banda estuvieran tocando. El intento de hacer una nueva composición, «Riders on the Storm», fue abortado, y Morrison intentó volver a ganarse el favor de un público irritado con una larga y confusa broma sin remate. Hacia la mitad del show, su esencia simplemente había desaparecido.
«El pantano y los espíritus diabólicos conspiraron para eliminar el espíritu de Jim», escribió Ray Manzarek, tecladista de The Doors (fallecido en 2013), en su autobiografía de 1988 Light My Fire. «Promediando el show, su energía, su fuerza vital, su chi, simplemente lo habían abandonado. Se convirtió en vapor«.
Según algunos reportes, en un punto de la noche Morrison colapsó en el escenario y se negó a levantarse. Al llegar los bises, pasó «Light My Fire» desplomado sobre el micrófono y «The End» sentado en la tarima de la batería, hasta que el baterista John Densmore lo empujó con el pie en dirección al pie de micrófono. De pronto pareció golpeado por una furia incandescente, quizá hacia su demonización por parte del establishment, la probabilidad de ir a prisión en el futuro inmediato, su falta de control personal o su incapacidad para trasladar los ideales de la contracultura hippie a una expresión creativa libre y sin trabas. Como fuera, tomó el pie de micrófono y empezó a estrellarlo contra el escenario, haciendo volar astillas. Su rabia sólo se disipó cuando un «plomo» le puso una mano en el hombro, un signo de que todo -el momento, el show, The Doors- había terminado.
El Rey Lagarto había perdido sus escamas doradas y se había convertido en una cáscara. Fue el último show de su vida.
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Un fan hizo el video musical de la canción LA Woman, con imágenes reales de The Doors, combinadas con películas de esa misma época, finales de los 60 y principios de los 70. Películas: Bullitt (1968) Vanishing Point (1971) Duel (1971) Documental: When You’re Strange (2009).