EDITO

TO. Champú anticaspa

Por Fernando Savater/The Objective.

Últimamente he vuelto a oir bastantes veces, en tertulias de radio y televisión (y mira que atiendo a pocas) o discusiones con familiares y conocidos, el uso despectivo de «caspa» y «casposo» para vilipendiar las posturas políticas conservadoras o reaccionarias, esas que en general son tildadas de fascistas en cuanto llevan la contraria al mainstream sanchista ahora rozagante. La verdad es que no sé a que altura del pasado esa palabra que en su principal uso sirve para designar las pequeñas costras o escamas que se desprenden del cuero cabelludo adquirió la segunda acepción que registra la RAE como adjetivo despectivo que equivale a anticuado o desfasado. Por lo que yo sé, la caspa en su sentido literal es un fenómeno bastante democrático, que afecta con generosa imparcialidad a viejos y jóvenes, ricos y pobres, aunque naturalmente los mas pudientes tienen mejores medios higiénicos de combatirla.

En mi juventud los veteranos que representaban el estamento menos subversivo de la sociedad solían ir muy cuidados y cepillados, con su brillantina y todo, mientras que la new age rebelde a la que yo, ay, pertenecía, solíamos ir greñudos, descuidados y malolientes, para mayor gloria de la insurrección. Hasta el punto de que, cuando por exigencias familiares o sociales formalizábamos nuestro look por unas horas, nos entraba complejo de viejos, mientras que vestirse de harapos selectos y exhibir un provocativo desaseo (que a mí me atraía mucho mas en las chicas que en mis colegas) era estandarte de invencible juventud. Y entonces… ¿por qué la caspa y lo casposo (veo en el diccionario que también existe «caspiento») es lo repelentemente retrógado y no lo sinceramente revolucionario? Pues no me atrevo a dar explicaciones sobre esta aparente paradoja. «Algo que ciertamente no se nombra con la palabra azar/ rige estas cosas…», diría el ubicuo Borges.

De modo que vamos a aceptar los usos despectivos de «caspa» y «casposo» (lo de «caspiento» ya me parece demasiado). Pero ahora habrá que ver a quién corresponden mejor esos calificativos. Desde luego el aplicarlos solamente a quien tiene una ideología derechista es abusivo e infundado. No creo que haya nada mas casposo que ir al Parlamento Europeo y llamar mas o menos veladamente «nazi» a un respetable político alemán sólo porque muy razonablemente nos lleva la contraria. ¿Acaso alguno de los parlamentarios que escucharon con cierto asombro el exabrupto salió de la asamblea convencido de que Sánchez representa la vanguardia política del continente? ¿Es avanzado e innovador recurrir a Hitler como cualquier cuñao vociferante para apuntalar las propias convicciones? Pues en Europa les sorprende ese hosco comportamiento, aunque por fortuna ya van viendo qué ganado tenemos que lidiar aquí, pero los españoles estamos acostumbrados a que hay que ser sanchista obediente o franquista cavernícola. ¿Será posible?¿De verdad alguien puede creer que Cayetana Álvarez de Toledo o Nicolás Redondo son franquistas, fascistas y, si saben alemán, nazis? ¿Sólo porque no rinden pleitesía al descarado ilusionista de la Moncloa y su interesada cáfila oportunista de chupabotas, pirotécnicos y periodistas amaestrados?…

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