Por Zoé Valdés/El Debate.
Destruir es la palabra de orden de los fascistas y los comunistas, su consigna y motivación permanentes. Destruir en nombre de un mal que por bien no venga.
Durante la Ocupación de la Alemania fascista en París, a los nazis, sobre todo a Hitler, les dio por apropiarse las obras del Louvre y llevárselas a Alemania, esa fue la obsesión principal –aunque no la única– que les motivó para que no bombardearan París. Por robar que no quedara, por robar Hitler pensó hasta en desmontar la Torre Eiffel y montarla de nuevo en Berlín. Por suerte, en el Louvre, los franceses tuvieron al director del Museo, Jacques Jaujard, que no sólo los enfrentó, consiguió salvar bastantes obras, las otras se lograron rescatar con el tiempo.
Existe una novela escrita por Josselin Guillois (1986), publicada por Seuil (2019) en Francia y por Edhasa en España, que cuenta acerca de este despropósito: «El 3 de septiembre de 1939, Francia declara la guerra a Alemania. Unas semanas más tarde, la balanza se inclina hacia las fuerzas del Tercer Reich. No es descabellado pensar que tarde o temprano ingresen en París, poniendo la ciudad y sus tesoros a sus pies. Entre ellos, las obras maestras del Louvre. Jacques Jaujard, director del museo, decide que eso no habrá de suceder. Hay que vaciarlo. Tres mujeres ligadas a él y al arte, su esposa, su ahijada y una antigua amante, participan de esta gesta secreta… Basada en hechos reales, Louvre es a la vez una magnífica reconstrucción de la salvación de una pinacoteca excepcional, de la intimidad de tres mujeres que no se dejan vencer por la realidad, de las incertidumbres del deseo en tiempos aciagos. Con mano maestra, Josselin Guillois trama los destinos personales con el destino de un país y su arte más preciado. El telón de fondo es la guerra, el hilo que cose el telón y lo justifica es la búsqueda del amor».
Aclaro: «Vaciar» el museo para salvar las obras del horror, no para afanárselas.
En Cuba, los comunistas hicieron más de lo mismo, pero desde luego con la intención de atracar, birlar, mangar, y destrozar. No hubo un Jacques Jaujard, me refiero a su equivalente, que detuviera semejante oprobio…