Relato Político, EDITO

Inadaptada

Por Ulises F. Prieto.

Inspirado en los poemas titulados “Soroa” de Zoé Valdés, de su poemario ‘Las niñas duermen del otro lado’.

Zoé Valdés. Soroa, 1978

Tenían un examen al otro día y aún así fueron a visitar el orquidiario de Soroa. Dije visitar, pero no es el verbo adecuado para describir lo que ellos dos cometieron dentro del follaje. Pude ser más preciso, pero preferí evitar cacofonías volviendo a escribir algo parecido a follaje. El nombre Soroa tiene cadencia de oleaje tranquilo, pero es un salto de agua de camino a Consolación del Sur (juro que este topónimo, Consolación del Sur, no tiene alusión sexual alguna). Ella pensaba que las orquídeas eran plantas parásitas, pero él la rectificó. No lo son. Toman el agua que baja por el tronco, y se nutren de hojas caídas. Sólo se agarran y esperan pasivamente que la casualidad las mantenga viva. También le contó que el nombre orquídea viene de la palabra que se usaba en latín para decir testículo. Ella fantaseó entonces con que las orquídeas fueran testigos. La recordarían para siempre, así, al natural, entrelazada y sostenida por casi todo a su alrededor. Estaba feliz. Esta vez no habrían decepciones.

Fue una buena decisión irse con él cuando vino a recogerla para ir a Soroa. Estaba muy cansada para estudiar. De todos modos si se hubiera quedado en casa, aún estaría apartando las piedras y quitando los gorgojos del arroz. Sólo se habría puesto a estudiar después de dejar el arroz limpio. Tal vez en casa no pasaría tanta hambre, o tal vez sí. Nadie sabe si por fin hubieran puesto la corriente eléctrica para poder cocinar. En la carretera suele haber gente vendiendo cosas. Algo comeremos. Él siempre lleva dólares.

La casa de ella tiene una vista estrecha hacia el mar. Las persianas son antiguas, de madera hinchada y descascarillada. Nunca se cierran bien. Cuando viene el temporal del note, entra agua y viento. Por suerte ahora es verano. Tiempo de exámenes. Los colores del cielo y el mar son intensos, y la línea del horizonte es perfecta, como si fuese artificial. En cambio todas construcciones que se ven desde su ventana son romas, y las fachadas descoloridas hasta el gris. La ciudad no parece hecha para estar entre los colores del trópico. Conjugaría mejor con el invierno de la antigua Alemania oriental.

Temprano en la mañana retoñan las chicas del malecón. La jinetearas. Son tan jóvenes como ella, quizás más. Algunas son casi niñas, o tal vez lo sean. Mientras desayuna lo que hay, no puede evitar preguntarse lo que la diferencia de ellas. Quizás ellas sí tienen desayuno bueno por las mañana en los hoteles. Pan con mantequilla y café con leche, quizás frutas: <<fruta-bomba y piña>> ella se permitió un chiste verde. <<Desde luego será algo mejor que este jugo de toronja. Esta porquería baja la presión. De todos modos las vidas de ellas son vacías. No tanto como mi estómago, pero bueno, ellas ya renunciaron al amor.>> Claro que hizo bien en irse con él. El arroz puede seguir esperando encima de la mesa con sus piedras y gorgojos hasta la noche.

Después del orquideario fueron a la cascada. Tal vez cascada sea demasiado decir. Es un salto de agua. Ella intentaba ponerse debajo del torrente. El limo también estaba resbaloso. Hay algo de seguridad en aquella asfixia bajo el peso. Es sólo agua, pero bien podría recibirse como una caricia total, o un abrazo absoluto. Es molesto, pero persistente y decidido. Bajo la evidencia del poder siempre hay alivio. Cuando constatas que someterte es lo más prudente, puedes abandonarte sin culpas a la irresponsabilidad. La impotencia siempre viene con un descanso. Recibes la tranquilidad de saber que no puedes hacer nada. Te rindes y confías. Así debe ser la paz que prometen tras la muerte. Sería como una vuelta al Edén, antes de probar el árbol del conocimiento. Nadie mencionó que hubiera orquídeas en el primer jardín, pero seguro las había.

Aún ahora, ya de mayor, a ella le siguen viniendo imágenes de aquel día en Soroa. Un día feliz y también inútil. Por suerte cada vez lo recuerda menos. Cuando estrenaron la película Adaptation, no pudo evitar un ligera recuerdo. Le sorprendió que allá abajo, en el cono sur, algo se le atreviera aún a reclamar su atención. Era sutil y controlable, pero lo sintió. Todo era cálido y húmedo en la película. Coleccionaban orquídeas de un Bayou. En un momento el personaje que interpretó Merly Streep, Susan Orlean, dijo que las plantas podían adaptarse mucho más fácil que nosotros. Ellas no tienen memoria. Para nosotros la adaptación es una vergüenza. Es como traicionar. <<Si yo no tuviera memoria – pensó ella -, nadie podría reprocharme mis traiciones. Y lo mejor, no recordara las traiciones de los otros.>>

Tener buena memoria es una desventaja en el oficio de escribir. Es contraintuitivo, porque la escritura se inventó precisamente para recordar. Sin embargo, así como los más exitosos narcotraficantes no consumen su producto, los autores no deben ejercitar demasiado la memoria. Por el contrario, como parte de la disciplina, los escritores deben intentar la desmemoria. Olvidar a voluntad todo lo que sea posible. Incluso hasta quienes ellos son en realidad. Deben permanecer pertrechados tras sus personajes, y estar listos para el momento en que el texto les sorprenda al frente, en la pantalla. La vida correcta de un escritor es la de la incoherencia absoluta. Deben ser permanentemente incoherentes. Que los identifiquen por su falta de identidad. No les queda otra que renunciar a cualquier asidero. Ser desmemoriados en una constante inestabilidad. Orquídeas sin troncos. Así deben ser los autores por requerimiento profesional, inestables.

Zoé Valdés. Soroa, 1978

Nosotros, los lectores, podemos darnos el lujo de tener memoria, y hasta nostalgias. Despertamos todos los días siendo la misma persona. Sólo al dormir nos adentramos al mundo veleidoso de los escritores. En las noches se desanda la lógica y lo que antes era coherencia se desperdiga en un sueño vulnerable, peligroso por lo inverosímil. De pronto nos salva la vigilia. Despertamos. No somos consciente de lo abrupto que se restaura la realidad. El orden se presenta tal y como era antes de dormir. Ocurren las cosas de siempre, con la lógica ordinaria. Casi instantáneamente ya no queda rastro alguno de esa contaminación de absurdos que es un sueño. Para los escritores lo de despertar es un momento de frustración. Se les escapa el único sitio donde pueden ser auténticos. En el reino de los sueños, donde la identidad es difusa. Allí los autores logran estar cómodos consigo mismos. Sólo hubo un poeta afortunado que pudo despertar y aún así atrapar el absurdo. Lao Tze una vez soñó que era una mariposa, y al despertar, no sabía si era un hombre que había soñado ser una mariposa, o una mariposa que estaba soñando ser un hombre.

Aunque sólo ha ocurrido una vez sospecho que ser una mariposa no es lo más difícil para un hombre. Es tan sólo una aproximación del propósito escondido de cualquier autor varón. Lo realmente complicado es ser una mujer. Hablar y pensar como ellas. Mi personaje en esta historia se va a llamar Ulacia. Es cierto que Ulacia es un apellido en vez de un nombre, pero bien podría ser el femenino de Ulises. Me resulta más fácil imaginarme su personalidad si se parece en algo a mí. Las únicas mujeres que puedo entender son mis personajes, porque ellas son las únicas que han estado dentro de mí. Las mujeres reales siempre nos serán ajenas a los hombres. Habitan allá afuera. El otro apellido de ella es Parra, por lo del outfit del Edén. Así me la figuro en Soroa. Es una vista cómoda pero me reservo una descripción. Sé que a esta altura del relato, el lector ya tiene conformada una imagen nítida la protagonista. No es necesario cambiarla. Se llama Maylín. Su nombre completo es Maylín Ulacia Parra.

De vuelta hacia La Habana, Maylín lo miraba una y otra vez. Tenía la certeza de que podía entenderlo al detalle. Dicen que una madre puede comprender a su hijo, porque literalmente lo comprendió en su vientre durante meses. También lo ha tenido dentro. Puede entenderlo porque él ya la ha visitado. Lo hace con potencia y profundo en las entrañas. Ella siempre logra apaciguarlo y lo domestica hasta dejarlo indefenso. Soñoliento. Al final no le quedaba más remedio que retirarse humillado. Sin embargo el rostro de él es de satisfacción. Ella puede entenderlo, pero él nunca la conocerá. Siempre le será ajena. <<Haga lo que él haga, siempre podré predecirlo.>>

Él conducía su carro. La mirada era serena y concentrada en la carretera. <<Tan joven y ya anda en carro. Los hombres pueden seguir pensando en lo que consideran importante aún cuando saben que una los está mirando. Por eso tienen esa expresión de seguridad. Tal vez él sí sea una persona segura de verdad. Esa fuerza tiene una razón de ser. No ha tenido demasiadas frustraciones en la vida. Nació en el lugar adecuado. En la familia adecuada. Su padre es piloto y ahora trabaja para el turismo. Algún día conoceré a su familia. Tal vez lo que me guste de él es su tranquilidad, pero que eso es producto de su vida tan cómoda. Nunca sabré si me él hubiera interesado de haber sido tan pobre como los otros.>>

– ¿Maylín, por qué elegiste estudiar matemáticas?- Él le interrumpió sus pensamiento con una mirada fugaz y seguido se devolvió a la carretera.
– Supongo que por lo mismo que tú. Dime tú primero.
– Es extraño que una mujer decida estudiar matemáticas.

Este era el momento de fingir que se molestaba, pero estaba muy relajada y le dio pereza enojarse. Además debía cuidarse. Hablar de sí misma podría ser complicado. Nadie sabe que piensa su familia, o él. En Cuba siempre es peligroso adentrarse en los pensamientos íntimos. Son tiempos en que lo íntimo es problema público, y lo que se piense de lo público, por prudencia, debe mantenerse en la intimidad.

– ¿Por qué dices que es extraño?
– Las mujeres son prácticas. En las matemáticas hay demasiado esfuerzo para tan poco resultado. Y de ese resultado casi nadie se entera, y muy pocos lo aprecian. Intentas entender algo, intentas llegar a alguna parte, y la mayor parte del tiempo las cosas salen mal. Es error tras error. Hay mucha frustración y las mujeres no tienen demasiada tolerancia a la frustración. Desde pequeñas son las princesas de la casa, y en toda su vida tienen más de un pretendiente. Sufren mucho si algún hombre las rechaza. Lo toman como una humillación, porque lo normal es que cualquier hombre quiera irse a la cama con ellas. No tienen muchas oportunidades para entrenar la tolerancia a la frustración. Con un carácter tan débil no se puede ser matemático.
– ¿Sabes que también estás hablando de mí?
– Tú eres diferente. Estudias matemáticas, ¿no?

Maylín sonrío y lo dejó escapar con aquella respuesta astuta y a todas luces falsa. Lo entendía, pero desde luego que no le contaría la razón por la que ella estudiaba matemáticas. Eso sería entregarle sus hilos, y solo los hombres son tan imprudentes como para contar lo que es importante. De lo importante no se habla. Sólo los necios hablan de cosas interesantes.

– Llegué a las matemáticas por una decepción – comenzó ella a contar.
– ¿Una mujer decepcionada?- Intervino el tono sarcástico de él.
– Dices que no estamos expuestas a la frustración y ahora dices que siempre estamos decepcionadas.
– No son afirmaciones contradictorias. Como rara vez se frustran suelen ser perfeccionistas, y siempre están buscando lo que no existe. Claro a menudo se decepcionan. La decepción es el estado natural de las mujeres.
– Hablas como si conocieras a muchas mujeres. ¿Con cuántas mujeres has estado?
– Sólo contigo. Me quedé con la primera que me hizo caso. No soy perfeccionista.
– Como vez yo tampoco soy perfeccionista. Estoy contigo.

Ahora sí que ella no le iba a contar porqué estudiaba matemáticas. Cuando era niña le gustaba la poesía, pero eso tampoco lo va a saber por el momento.

– Antes de estudiar matemáticas quería ser escritora. Me gustaba leer.

Él mantuvo silencio.

– Tienes razón – ella continuó-. Soy una perfeccionista.
– Tenía mis sospechas, pero ahora lo confirmo. Soy perfecto.
– Antes quería ser escritora, pero no me salía.
– Sí, lo perfecto es lo enemigo de lo bueno – él acudió a ese lugar común sin reparo alguno.

Maylín se sabía escritora aunque nunca había terminado un texto. Sabemos que hay escritos perfectos, y los escritores deben aspirar a ellos. Es cierto que ni siquiera en la biblioteca infinita de Babel, hay un texto sin errores, pero el escrito es más que su texto. Puedes cambiar palabras, oraciones, párrafos, incluso hacer una versión nueva y todo el mundo reconoce el escrito aunque sea materialmente distinto. El texto tiene un espíritu que habita en el mundo de las ideas, y ese debe ser perfecto. En el momento antes de la primera oración sientes vértigo. Estás consciente de que ese es el único momento en que tienes capacidad sobre el texto que te sobrevendrá. Una vez te abandonas hacia la pantalla el instinto toma el control y no hay vuelta atrás. A cada rato vuelven las dudas de si tomaste la mejor opción al comienzo. Pero es absurda la pregunta. Ya estás allí conducido a lo perfecto o al desastre. Te deslizas sin voluntad alguna con la esperanza de que al menos salga algo verosímil.

– Y claro – volvió él- las matemáticas es la solución para nosotros, los neuróticos. No hay opiniones. Lo que es verdad es verdad y lo que es mentira es mentira. Lo que es tiene que ser perfecto, de lo contrario no existe. El suelo es firme.
– Creo que no has estudiado suficiente para la prueba de mañana.
– ¿Lo dices por lo del teorema de Gödel?
– Exacto.

Contrario a cuando volvían de Varadero la puesta ocurría detrás. Iban hacia la noche. Hacia el apagón. Ese semestre le habían demostrado el teorema de Gödel. En cualquier teoría matemática siempre se puede enunciar una afirmación que no es falsa ni verdadera. Ni siquiera las matemáticas, un lenguaje hecho a voluntad por la gente para describir únicamente el pensamiento, es suelo firme, como cree él. Las conceptos no se pueden contar, no se pueden poner en una lista. Es lo que la paradoja de Richard mostró. Nunca podrán enunciarse todas las ideas, ni siquiera imaginarlas, porque para hablar de una se necesita un intervalo de tiempo, y por cada instante de ese intervalo hay una idea que aún no se ha pensado. Las perfecciones forman un continuo. Por eso la biblioteca de Babel no puede completar todos los libros posibles. Los relatos que no se han escrito no caben en un catálogo infinito. Hay más que infinitas historias. Es curioso que siendo las perfecciones mucho más que las imperfecciones, y por lo tanto más probables, sólo tengamos acceso a lo imperfecto. Debería haber algún texto perfecto en alguna parte, al menos en Babel.

Ojalá en el examen salga la paradoja de Richard. Maylín la entendió a la primera. Es fácil darse cuenta para quien se haya expuesto alguna vez al idioma hebreo. Nunca se hubiera acercado a la Biblia sin haber estudiado hebreo. Si se trata de la revelación entonces debe leerse en el idioma en que fue escrita, en la forma original. Sin espacios para separar las palabras, ni signos de puntuación para facilitar la lectura. Quería leer la verdadera Biblia y no esas versiones domesticadas a los modernos. En hebreo las letras también tienen valor numérico. Son los dígitos. Toda palabra tiene un número asociado. Cualquier concepto escrito en hebreo también puede interpretarse como un número. A su vez un número en hebreo puede ser una palabra, o una frase, y si es suficientemente largo puede ser hasta una novela. La Biblia misma, la primera versión, es un único número. Puede haber números, que como palabras, carecen de sentido, pero tal vez sean de esos incontables conceptos que habitan en el mundo de las ideas y que nunca pensaremos. El nombre explícito de un número específico representa otro número, que a su vez éste al escribirse da otro número diferente, y éste a otro, y a otro, y a otro más. Cualquier definición en matemáticas es un número. La definición de número es un número, y la de no ser un número también lo es. Tal vez al escribir el concepto de número par, de un valor par, o quizás es impar. Un número es richardiano si su palabra no describe a ese mismo número. Así Richard se preguntó si el número que corresponde al concepto richardiano es entonces richardiano. La pregunta es una paradoja. Sin es richardiano entonces no lo es, y si no lo es entonces lo es. Simplemente no se puede hacer una lista con los conceptos.

Zoé Valdés. Soroa, 1978

Llegaron a La Habana. Su calle estaba oscura. El apagón era total.

– ¿Subes? -Preguntó ella antes de salir.
– No. Tengo que hacer unas cosas con el viejo hoy. Me están esperando.
– Algún día me los presentarás.
– Claro. ¿Mañana?
– ¿Después de la prueba?
– ¿Después del examen vamos para mi casa? Te van a encantar, y tú le vas a caer muy bien.

Maylín aceptó con una sonrisa. Se despidieron con un beso que él estiró hasta hacerlo incómodo. Habían estado todo el día juntos, y en pocas horas volverían a encontrarse en la facultad. No se entendía tanta intensidad.

– Nos vemos mañana – ella interrumpió.
– No te preocupes por nada. Enfócate en el examen.
– No es la primera prueba que hago en mi vida.

La habitación estaba oscura. El calor era húmedo como una sopa. Si no hubiera tenido tanta hambre, bien podría haber sido la matriz de su madre. Hacía tiempo que ni se preguntaba por ella. Mañana visitará a una familia normal. Encendió el quinqué y se le reveló el arroz sobre la mesa. Lo único que tenía para comer era un triste tomate en el refrigerador. Ni siquiera lo lavó. Probablemente tampoco habría agua. Mordió el tomate como si fuera una fruta de maracuyá. Como hacía Maitê Proença en la telenovela Dona Beija. En la ficción al público le parece verosímil que una mujer se haga puta por una decepción. No así en la realidad.

Hay tantos apagones, que el tema de los pensamientos ya son los recuerdos de apagones anteriores. Dejó de ser comunista una de esas noches. Justo antes de quitaran la luz ella estaba sobre su cama leyendo uno de esos manuales de la juventud comunista para los futuros militantes. Entonces ella pensaba que el comunismo era posible, y que con la ayuda del Partido y el sacrificio del Pueblo, terminarían por construir la sociedad perfecta. Sólo había que extirpar la maldad, e irse purificando. Todos los males que padecemos eran por causa de una sociedad que se había corrompido por el modo de producir alienado. Si se cambiaba el modo de producir, la bondad humana se restauraría, y la abundancia reinaría. Incluso la enfermedad y muerte podrían desparecer. Cada vez se viviría más y mejor. Tal vez llegaría el día en que nadie muriera. El futuro era luminoso. Inevitablemente luminoso. La Ciencia lo decía. El comunismo era científico. No tenía que ver con la voluntad. No hay felicidad mayor que saberse en el lado de lo inevitable. Colaborar con el destino que conduce a la humanidad. No hay frustración alguna si estás de acuerdo con lo que sabes que va a ocurrir. Vives en la corriente, y te dejas llevar. Es más, hasta colaboras con ella para acelerarla, porque ese fin es el bien absoluto.

Y la luz se fue. Más que la oscuridad era el silencio en el sentido de la vista. Para tomar referencia se imaginó vista desde fuera sobre su cama, y su cama en el cuarto, y el cuarto en la casa, la casa en el edificio, en el barrio, la ciudad, el país, el Continente, el Planeta, el sistema solar, la Galaxia, y así fue desapareciendo en la insignificancia. Todo aquellos que era importante se disolvió en la inmensidad. Lo bueno y lo malo que hacen los hombres en un planeta ínfimo, en algún punto del Espacio, son indistinguibles. Eso del comunismo es tan pequeño. El vacío de un apagón le mostró el abismo. Lo que le daba sentido a su vida se hizo nada en un chispazo. Cuando volvió la luz ya no era comunista. En pocos meses tuvo que irse de la casa de sus padres. Desde entonces no se habla con su madre.

El sueño la iba venciendo. Ahora ya lo sabe. Todas sus decepciones habían sido producto de la soledad. Es en la falta de amor cuando vienen esos pensamientos. Mirarse desde fuera, admirarse del infinito, adentrarse en las paradojas matemáticas. La filosofía es asunto de seres solitarios. Antes se lo decían, pero ella se creía superior por sufrir más que los demás. La vanidad de ser diferente. No ser ordinaria. La soledad como pago de ser especial. Pensaba que nadie se le acercaba porque era distinta, y ahora sabe que era lo contrario. No era que sus pensamientos espantaran a los hombres, sino que la falta de hombre le traía esos pensamientos. Se le aliviaban los músculos con el recuerdo de la cascada y las orquídeas. La certeza de la felicidad y la oscuridad del apagón la durmieron hasta el otro día.

Llegó quince minutos antes de que empezara el examen. Él estaría allí. Todos la miraban con curiosidad. Era como antes. Como cuando era un bicho raro y nadie le hablaba. <<Parece que se les ha olvidado que ya soy normal. Incluso tengo novio. ¿Dónde está él? >> Normalmente él llegaba primero que ella. <<Su padre fue militar, piloto. Debe de ser una familia muy disciplinada y puntual.>>

– Maylín, – se atrevió Margarita, la única persona que siempre la consideró. Una especie de amiga, tal vez.
– Ayer no estudié nada. Fui a Soroa.
– ¿Qué haces aquí?
– Hoy es la prueba.
– ¿Por qué no te fuiste con él?
– Fuimos juntos, pero volvimos anoche.
– Maylín, no puedo creer que no te hayas enterado. Junior se fue en la madrugada. Su padre piloteó un avión con toda su familia y unos cuantos amigos. ¿No te dijo nada?
– No.
– ¿No?
– Es un hijo de puta.
– ¿Te hubieras ido?
– Claro… El viaje a Soroa fue sólo para aparentar normalidad. No tenía nada que ver conmigo.
– ¿Pero tú le contaste que ya no eras comunista?
– ¿Cómo se lo voy a decir? No sabía de qué pie cojeaba su familia.
– Por eso no te lo dijo, Maylín. Él tampoco podía confiar en ti.
– Pensé que me quería.
– Tal vez sí te quiera.
– Prefiero pensar que es un hijo de puta.
– ¿Dónde vas? ¿No vas a hacer la prueba?
– No. Me voy de la mierda de país éste pa’ la pinga.
– ¿Cómo?
– En cualquier cosa que flote.

Maylín bajó aturdida las escaleras y salió a la calle. Tenía la vista nublada por el sol y la indignación. Casi la arroya un carro. Se asustó, pero cuando se bajaron a ayudarla, y sintió el olor a desodorante de extranjero, comprendió que debía asustarse un poco más. Era el momento. El señor la recogió antes de que cayera al suelo por un posible desmayo.

Ulises F. Prieto es Profesor de Matemáticas y escritor.

Compartir

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*