Por Ray Luna.
Cero metatranca
En la primera y segunda parte de este artículo he demostrado tres cosas. La primera es que soy un pésimo escritor de ficción. La segunda, que en el 2011 creí a Carlos Alberto Montaner la persona indicada para llevar a cabo eso que la Izquierda llama transición ordenada. Infortunadamente, el veterano anticastrista tomó partido en el complot para dar un golpe de estado al presidente entrante en 2016, al establecerse como vocero hispano de El Megáfono (el mecanismo de propaganda al servicio de la izquierda global).
Para muestra, un botón: «Creo firmemente, como sospecha el FBI, que los rusos pueden chantajearlo, no sólo con la mediación autorizada por Trump en las elecciones del 2016 y el 2020 (acaso negociada por Paul Manafort), sino por la procaz “lluvia dorada” que presuntamente le pidió a dos prostitutas sobre el lecho en que había dormido Barack Obama en una visita oficial a Moscú.» Esta declaración suya tiene apenas unas pocas semanas de edad. Montaner continúa insistiendo en ello, aún cuando —desde el propio 2016— Devin Nunes, ex jefe del Comité de Inteligencia del Congreso de la Unión, demostró que tales fotografías no existen. Como sí existe, por ejemplo, material pornográfico en el que se puede observar a Hunter Biden fumando crack.
La tercera, que todo se ha dicho en un lenguaje, si no llano, por lo menos, terrenal.
En la entrega anterior prometí develar la “motivación oculta” tras el cisma ideológico que sacude a una personalidad anticomunista tan célebre. Aquí vamos.
La lente ideológica
En el relato anticastrista hay protagonistas y antagonistas, virtudes que se aplauden y vicios que se prohíben. Ese relato se percibe a través de una lente, la ideología.
Las ideologías son vehículos de pensamiento. El conjunto de visiones que pueden ser etiquetadas como liberalismo progresista constituyen, por ejemplo, el dogma ideológico de Carlos Alberto Montaner. Es liberal porque busca la libertad individual y la económica. Progresista, porque cree en la fábula de que la sociedad humana está ascendiendo a un nivel más alto de organización. Las ideologías, según esto, son importantes porque permiten el progreso de la civilización.
Por otro lado, el relato castrista no es sino una historia ideologizada cuyos fines —no manifiestos— Montaner nos ha ayudado a leer, por muchas décadas. Lo que se agradece, y bastante, puesto que sólo desde la perspectiva de una ideología puede percibirse cómo opera otra ideología.
Todo el mundo está sujeto a la ideología. Quienes sobreestiman su resistencia a la propaganda son un blanco perfecto.
La motivación oculta
Las ideologías se explican por su “motivación oculta”. En este sentido, no se puede tildar a Montaner de ser un apóstata ideológico porque nunca ha militado en la derecha como tal.
Su apoyo incondicional a Joe Biden tampoco le quita lo anticastrista. Verá, la unidad del dogma anticastrista no exige unidad en la visión especulativa.
Hay, por así decir, una competencia ideológica entre el castrismo y el anticastrismo, aunque sólo aquella visión capaz de planear para sobrevivir a largo plazo vencerá sobre la otra, predispuesta a aceptar victorias en el corto plazo.
Verá, la motivación oculta del anticastrismo es exactamente la misma que la del castrismo: el igualitarismo. La racionalización de esta motivación oculta forma su núcleo esencial.
El castrismo, por un lado, pretende desafiar a la naturaleza, igualando por la fuerza lo desigual. El anticastrismo, por el otro, se levanta contra la existencia de privilegios espirituales, busca la reinstalación del igualitarismo moral propio de la democracia.
La democracia, no lo olvide, responde a la pregunta: ¿quién debe gobernar? La respuesta es una mayoría de ciudadanos políticamente iguales, ya sea en persona, ya a través de un representante.
La Cuba democrática era sin duda una organización socioeconómica más elaborada, pero no pudo perpetuarse para beneficio de toda la población. La idea de la Cuba republicana no es otra cosa que la racionalización del igualitarismo (la motivación oculta). Una noble mentira que permitió su elevación al nivel de estado nación.
El poder y los caprichos
En los sistemas de poder indiviso, sólo la casta superior posee voz. De donde se sigue que poder es igual a responsabilidad. Por el contrario, en la democracia todos tienen una voz y, por ende, todos ambicionan el poder. Democracia es igual a política, política es igual a caos y corrupción. La democracia es anticivilizatoria, pues los gobernantes (demócratas) no tienen la habilidad ni la voluntad de posponer el consumo presente para invertir en una producción futura más alta.
De otra parte, sólo quienes tienen la habilidad de percibir el flujo del poder, pueden formular razones para involucrarse en él; porque pueden ver cómo actúa el poder y qué puede lograr en la sociedad.
Montaner sabe cómo actúa el poder y se ha encaprichado en promover la candidatura de Joe Biden. Pero ¿por qué? Porque Montaner ha cambiado su preferencia temporal.
Un capricho, en el sentido ideológico, es la manifestación de la motivación oculta. Los caprichos pueden medirse por medio de la preferencia temporal, o sea, la noción de la predisposición de un individuo o grupo de posponer el consumo presente en favor de un consumo futuro más grande.
Ahora bien, una preferencia temporal alta favorece el presente sobre el futuro. En cambio, una preferencia temporal baja favorece el futuro sobre el presente.
En las filas del anticastrismo militan personalidades de alta preferencia temporal como es el caso del influencer Alexander Otaola. Su eslogan #elcambioesya lo opone radicalmente a otras figuras como Antonio Rodiles, quien propone la lenta, pero eficaz construcción de una oposición interna capaz de conseguir un cambio real. Los homosexuales, como asegura el profesor Hans-Hermann Hope, por lo general, tienden a no planear para el futuro, puesto que la homosexualidad es una especie de suicidio genético.
Una mayor agencia moral implica menor preferencia temporal y viceversa.
Los intelectuales, en contraste, poseen una baja preferencia temporal. Rafael Rojas podría ser un buen ejemplo de lo que vengo diciendo. Los académicos exponen sus teorías y luego se sientan a esperar por decenios a que los políticos las pongan en práctica. Si tienen suerte, tal vez hasta les ofrezcan una curul para jugar al ingeniero social. La idea es vivir eternamente del y para el estado.
La prueba de que un político anticastrista tiene una alta preferencia temporal radica en su disposición a negociar con el castrismo. Al contrario que Montaner y Rojas, Jorge Mas Canosa, pongamos por caso, siempre tuvo una preferencia temporal muchísimo más baja. Típico rasgo del verdadero emprendedor.
La pista de que Montaner ha cambiado su preferencia temporal está en Sin ir más lejos, sus memorias. Allí, no sólo declara que padece párkinson, sino que hasta prepara su epitafio: “Hice lo que pude”. La relación de hechos es tan vívida, que uno casi escucha su reloj biológico haciendo tic tac tic tac. En el libro Montaner nos narra cómo vendió su pequeña editorial para precipitando una aventura política que no dio frutos, sino dolores de cabeza. Desde entonces llevaría a cuestas el apodo de “dialoguero”.
Quizá quiera morir en su Cuba querida y, tal como lo hiciera Heredia y Heredia en día, guardando las proporciones, esté dispuesto a humillarse ante el tirano.
Con todo, presidirá —por siempre jamás — el ente en un polvoso e inútil ejercicio de retórica universitario.
Ray Luna Rodríguez es filólogo y bloguero libertario
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