Por Ernesto Díaz Rodríguez.
El año 2020 se va acercando a su final. No ha sido el mejor año para Cuba, que desde más de 6 décadas ha venido arrastrando el yugo de la tiranía más feroz y aniquiladora que en su larga historia ha padecido pueblo alguno de América Latina. Y como si la demencia represiva del régimen esclavista de los Castro no fuera carga de dolor y adversidad constante en nuestro país, se ha sumado, con no menos fuerza que la maquinaria represiva del régimen castrista, la hasta el momento incontrolable crisis del Covid-19. Dos horribles pandemias, la del comunismo perverso y la originada por manos asesinas en los laboratorios experimentales de Wuhan, China, que van tomadas de la mano, como si fuesen hermanas gemelas en su capacidad de destrucción, física y emocional.
Sabemos que se trabaja arduamente en la elaboración de una vacuna que, de acuerdo a lo que predicen los especialistas en virología, aunque todavía su desarrollo tomará un poco más de tiempo, será capaz de prevenir de una forma eficaz el desarrollo del Coronavirus, y esto nos da un poco de aliento. Nos devuelve la fe en que, más temprano que tarde, no solamente los cubanos, sino la totalidad de la población mundial podrá volver a sentirse segura, libre de los contagios de esa terrible enfermedad, cuando salga a la calle, tenga la oportunidad de disfrutar de reuniones sociales, o acuda a su centro de trabajo retomando sus costumbres habituales. Ojalá algún día, también, con los avances de la ciencia los especialistas en virología tengan la sabiduría de desarrollar una vacuna contra la pandemia comunista, que tanto sufrimiento, lágrimas y sangre ha causado a sus víctimas, donde quiera que ha sido impuesta su depredadora maquinaria política.
Para quienes, por voluntad propia o por imposiciones del destino vivimos en este gran nación, Estados Unidos de América, las posibilidades de felicidad son mucho más grandes. Hemos recuperado en su totalidad el derecho a ser libres. Y este disfrute de la libertad está presente en todas sus manifestaciones, al alcance de todos, sin condicionamientos de filosofía política, religiosa, condición social u origen de raza o nacionalidad. Aunque por ignorancia o desconocimiento, o porque inevitablemente parece que en toda sociedad hay una parte de inconformes a los que nada les satisface, los encontramos también en este país, de vez en cuando, flotando en las charcas del resentimiento, como barcas que navegan sin rumbo, en busca de una isla inexistente donde todo ha de estar enmarcado dentro de la más absoluta perfección.
Para quienes no tuvieron la suerte, o la capacidad para entender la importancia de cuidar los valores de la democracia en nuestro país, el precio a pagar por la abolición de las estructuras democráticas ha sido caro. Sumamente elevado. Quizás la falta de experiencia para percibir la maldad de un embaucador, falsamente disfrazado de libertador, con antifaz de santo, fue la causante principal de que no hiciéramos nada por poner fin a esa pesadilla política y antihumana que se nos venía encima aquel triste amanecer de 1959. Ni siquiera hubo la voluntad amplia, la fuerza de oposición generalizada que se necesitaba, cuando la sombra de la esclavitud se asomó por el horizonte de la Patria y enseño sus colmillos la bestia que bajó de la Sierra Maestra sedienta de sangre. Sólo una exigua minoría nos atrevimos a decir ¡NO! Y empuñamos con valor el fusil de la intransigencia y de la dignidad. El resto es historia conocida. Casi 62 años de insaciable tiranía, de absoluta miseria, de encarcelamiento y de muerte hablan por sí solos. Significan el dedo acusador contra un sistema de gobierno inoperante; contra esa camarilla de matones y malversadores sin escrúpulos que militan en la cúpula de los opresores, insensibles a las agonías de ese pueblo infeliz, al que no se cansan de humillar y esquilmarle todos sus derechos, toda sus posibilidades de prosperidad.
Esperemos, porque estamos seguros que la consolidación de la democracia en la patria de Abraham Lincoln es una fuerza irreversible, generada por un orden de justicia e intereses afines de paz y prosperidad, que en esta país nunca ocurra algo similar a la tragedia que ha sufrido nuestra Cuba querida; como lo están sufriendo, también, en los días actuales, los pueblos de Nicaragua y Venezuela. Que el derecho al disfrute de las libertades sea siempre un faro luminoso que guíe a otros pueblos y les muestre el camino del progreso y de la felicidad.
Aunque este no ha sido un año exento de preocupaciones, una parte por la crisis de las afectaciones de salud a causa del azote implacable del Covid- 19, que ha ocasionado hasta el momento unas 229,000 muertes en este país; otra, por la temporal decadencia económica, motivada por la misma causa, nos tranquiliza el tener la certeza de que habrá una recuperación y un regreso oportuno a la normalidad en nuestra vida cotidiana.
Dentro de pocas horas, culminará el proceso de las elecciones de este país, con lo que habrá cesado la interrogante, la incertidumbre inevitable de quién será el nuevo presidente que durante los próximos cuatro años tendrá sobre sus hombros la responsabilidad de conducir los destinos de esta hermosa nación. Sé que, por motivaciones que escapan a lo razonable, ha sido este un año de desobediencias civiles, en ocasiones transformadas en pillaje, en bandolerismo inadmisible, y es de lamentar. Y no han faltado incomprensiones y actitudes hostiles, generadas por intereses partidistas. Y sabemos todos que hay temores y riesgos para la democracia, tal como la concebimos e idealizamos nosotros, los cubanos que hace ya muchos años la perdimos. Pero confío en que la madurez política y la sabiduría de este pueblo, sepa escoger con acierto lo que más favorezca a la preservación del sueño americano, que es el nuestro también: el de la paz, la libertad y la estabilidad armónica de la familia norteamericana.
Por Ernesto Díaz Rodríguez. Poeta y escritor. Ex prisionero político cubano. Plantado. Secretario General de Alpha 66.
Excelente artículo. Dios no permita que la plagua comunista triunfe en USA.