Por Ray Luna.
Vi correr. Vi gritar. Vi entre los escombros la imagen aturdida que ya reaccionaba. Vi las vidas del pueblo —llano— salvándose a sí mismas. Vi audaz prontitud. Vi buenas gentes organizando rescates. Vi todo en una, dentro de lo que cabe, decente resolución.
Cuza narraba sin la paciencia de un Jacobo Zabludovky; con gran efectividad, no obstante.
Alguien me distrajo. Puse el teléfono a un lado para sumergirme en algún quehacer. Sin embargo, vuelvo y me abandono a esa hiperrealidad. Entonces, me digo: “debo poner los pies en la tierra”. Continué trabajando, me esforcé (tratando de no perder la concentración, quiero decir).
Todo en vano. Twitter había explotado también. Datos, fotos, ángulos, hashtags, comentarios, hilos y teorías desbordando mi TL. Enseguida el Saratoga se convirtió en TT. El gas, el camión, la escuela, la iglesia, la policía, los bomberos, etc., de pronto todo extraña, pero no me apuro a concluir.
No se puede vivir en todas partes, así que decidí desconectarme definitivamente. Esa tarde fuimos a ver Doctor Strange in the Multiverse of Madnes, una basura progresista que desvirtúa el tradicional entretenimiento familiar de Marvel. Huelga decir, de una forma bastante espeluznante.
La secuela no es ya una película de superhéroes, sino un híbrido de terror con una moraleja chea que te deja un desagradable sabor a wokerismo: el Doctor Strange abre un portal donde los blancos son presentados como unos imbéciles racistas/misóginos privilegiados que no hablan español —como si fuera un delito—, las mujeres montan una especie de ginocracia, las parejas gay son interraciales y súper buena onda, etc., etc., etc. (Pero esto no es todo: una de las protagonistas se llama América Chávez: mezcla del nombre del país y el de César Chávez, el líder sindicalista mexicoamericano.)
En la noche volví —soy medio obsesivo— a seguir la noticia. El número de muertos aumentaba. Me fui a la cama leyendo acerca de los múltiples incendios que recientemente habían tenido lugar, los generales muertos y un montón de cosas más. De repente todos eran capaces de responder cómo, cuándo, dónde, quién, por qué y para qué. Llegué a cuestionarme si seguía la noticia por puro morbo y apagué el teléfono.
El sábado peleaban Canelo Álvarez y Dimitry Bivol. Pasé todo el día revisando predicciones. Fui al mercado, cociné, salí a correr. Pero por más que intentes ocupar tu día con tus problemas reales, la hiperrealidad te succiona con su fuerza gravitacional. Al menos la pelea no fue una decepción. Kathy Duva tenía razón: ¡la gran sorpresa para el mundo del boxeo fue la decisión unánime que consiguió en Las Vegas! No en balde, el ruso fue dominante: mayor velocidad de piernas, de manos y un plan a prueba de balas que ejecutó sin cometer un sólo error.
Nada, ningún resultado. Mi mente escapaba una y otra vez hacia esa región del universo donde se encuentra lo que queda de La Habana.
Perdón, soy digresivo.
No sé tú, pero yo no dejo de pensar en el Saratoga. ¿Qué pasó? ¿Fue un accidente? Nos dicen que sí. Hay quienes se preguntan qué clase de accidente habrá sido, “accidental o intencional”.
No sé tú, pero yo no dejo de pensar en que Jonef José Chapman —tenía 10 añitos—; en que Aaron ya se recuperó para poder crecer, ser pionero y más tarde emigrar o pudrirse en la cárcel; en por qué la prensa “independiente” no ha hecho ningún tipo de seguimiento, no se ha acercado a los familiares. ¿Qué será de ellos?
Han pasado poco más de treinta días. Tal vez ya no lo recuerdes; pero sucedió, fue real. Quizá lo que está sonando hoy es la Cumbre en Los Ángeles, algún nuevo escándalo o video viral. Lo sé, vivimos de encabezado en encabezado. Una noticia opaca a la siguiente. Una tragedia tras otra, y nada. No pasa nada, absolutamente nada. Comprendo perfectamente por qué a los cubanos nos fascinan las teorías y las conspiraciones; son maneras de soñar.
Han pasado poco más de treinta días. El Saratoga es ya más real, menos sueño. Fue un buen sueño, sin embargo. Un sueño donde el régimen comenzaba a autodestruirse.
¿Quieres saber cómo se autodestruye un régimen como el de La Habana? Bueno, primero tienes que recordar cómo se instauró: un joven inteligente, ambicioso y sin escrúpulos derrocó a un buen dictador; bajo sus órdenes un ejército de figurines tomó el control de la isla. Fue a su vez nombrado dictador y reintrodujo en Cuba la sangrienta práctica de las proscripciones. A los enemigos les decomisó su hacienda, aunque las más de las veces terminaron pagando con sus vidas. El país se llenó de sicofantas, su delación continua contribuía al terror y múltiples fortunas antiguas cambiaron de manos.
Una vez que conoces el principio puedes soñar el final. La atribución del máximo poder a una sola persona dejará, lógicamente, un vacío institucional a la muerte de Raúl Castro. Con la situación tan deteriorada y el agravamiento imparable de la economía, lo más soñable es que estalle una insurrección militar y que la generalada termine matándose entre sí. Es decir, una confrontación entre el imperium militae (los que mandan en el ejército) y el imperium domi (los que mandan en el DSE).
Por desgracia, este onírico desenlace tiene sus asegunes.
Ray Luna es filólogo y bloguero reaccionario.
Excelente texto
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