Por José María Ballester Esquivias/El Debate.
Nicusor Daniel Dan (Fagaras, 20 de diciembre de 1969), presidente electo de Rumanía desde el pasado domingo tras su nítida victoria –más del 54 % de los votos– frente al soberanista George Simion, no siempre defendió los ideales «abiertos, liberales y progresistas» que le permitirán ocupar el Palacio de Cotrocenidurante los próximos cinco años. En 2000, por ejemplo, publicó un artículo en la revista Dilema en el que manifestaba su rechazo al «comportamiento homosexual en los espacios públicos de Rumanía», calificándolo de «atentado contra los valores tradicionales» y la «legítima identidad colectiva».
Aún en 2017, cuando abandonó la Unión Salvar Rumanía cuando este partido se opuso a una enmienda constitucional que pretendía redefinir el matrimonio como la unión del hombre y la mujer. No tanto para defender los valores tradicionales por los que había dado la cara 17 años antes como para no ahondar en la polarización social. Este último argumento le importa bien poco hoy en día, pues Dan ha sido elegido apoyando claramente la agenda gay.
Si bien lo que realmente la ha llevado hasta la Presidencia de la República ha sido el haber sabido captar la doble fibra atlantista y europeísta de la mayoría de la población rumana. Respecto de la OTAN, el elemento popular se ha conjuntado con el riesgo geoestratégico: una victoria de Simion, que, aunque se haya esforzado en desmentir que no mantiene vínculos con Rusia, sí que abogaba por interrumpir la ayuda militar a Ucrania, hubiera desencadenado un terremoto en un país, Rumanía, que comparte frontera con el país de Volodimir Zelenski y con Moldavia –otro de los objetivos del apetito de Vladimir Putin–, y que, además, está bañado por el mar Negro. Por lo tanto, con Dan, Rumanía conservará su estatus de pieza clave del flanco oriental de la Alianza Atlántica…
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