Por J. A. ALBERTINI.
El pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado.
De la obra: Réquiem por una monja.
William Faulkner.
Llegó al mundo, en la isla de Cuba, un dos de mayo de 1959. Sucedió en la ciudad de La Habana. Fue el año que, en todo el territorio nacional, especialmente en la capitalina fortaleza militar de La Cabaña, la sangre añosa e inquieta de los independentistas cubanos del siglo XIX, vertida allí por el otrora colonialismo español, se mezclaba con la fresca que, a burojón puñao, Ernesto (Ché) Guevara de la Serna, derramaba de los “esbirros batistianos” para, al poco tiempo, agotada la primera, pasar a la de los “traidores y apátridas contrarrevolucionarios”.
Y como nació “en aquel año fatídico”, la cólera que flotaba por los cuatro costados hizo que el padre le dijese a Gloria, su mujer recién parida: “¡Qué fea es…!”.
Se supone que se lo contaron, como anécdota, cuando ya tenía edad para comprender, pero conociendo el caudal de vida real y creativa que orla a Zoé Valdés sugiero que lo escuchó, antes de abrir los ojos y chupar de la ubre materna. Nadie se lo contó. La habilidad le viene de su herencia chino-irlandesa, del Mar Caribe y la melaza prieta que se convierte en azúcar y ron que embriaga a los esclavos; cargadores de “la isla en peso”.
“La intensa vida” obra reciente de la prolífera escritora, guionista cinematográfica y poeta Zoé Valdés, laureada y reconocida a nivel mundial, se puede catalogar de crónicas o biografía. Sin embargo, debido a la fuerza presente que emana de sus páginas y la inquietud reflexiva que provoca, no la ciño al género biográfico. Una biografía se lee con el reposo y la conformidad que ofrece saber que todo, o casi todo ya fue dicho. No obstante, Zoé dijo, dice y proseguirá diciendo porque su existencia, signada por el agujero diminuto, nicho de sueños, que perforó su dedo infantil en la ruinosa pared, de cuarto apretujado, del solar habanero, con pozo comunal, donde vivió la primera fase de su niñez, sigue creciendo como cuerno de la abundancia que lanza imágenes portentosas y la impelen, desde entonces, a “considerar que la escritura es un “absoluto sacerdocio”, en el cual se ha impuesto, en estos tiempos, mil veces viles, de autocensura conveniente, el cilicio de lo políticamente incorrecto al proclamar su verdad, La verdad que, recordando a José Martí, la hace libre de cuerpo y alma, aunque los justificadores intelectuales de la ruina cubana y sus comparsas mundiales le griten: “¡Peste a derrumbe, peste a derrumbe…!”. Ellos, se olfatean a sí mismos y tratan de lanzar su mugre tarifada, sobre la creadora, no encasillable, que creció en medio del hambre, el blúmer zurcido; machetazos y sangre que volaba en el albergue de Montserrate y que, ya siendo joven narradora, probó y rechazó el mojito edulcorado de los que aman a los perros encadenados. Él o los indeseados sempiternos oportunistas, que obviando el rico humor cubano, recurren al idioma cantinflesco (con perdón del genial Mario Moreno) para, empachados de mercantilismo calculado, en tribunas extranjeras, comenzar a proyectarse como la o las futuras conciencias morales de Cuba. ¡Tracatanes miserables!
Así es Zoé Valdés, la que no presume de feminista cinematográfica que denuncia, tardíamente, el toqueteo baboso de un poderoso e impotente cunnilingus. La que solo se deja acariciar del hombre de su elección. La con su chaveta de vergüenza le raja la jeta a cualquier equivocado que, a contrapelo de sus deseos, intente dárselas de macho cabrío. La exiliada cubana en Europa. La que declara: “En Francia soy feliz; en ese oscuro rincón cubano sigo siendo muy infeliz”. La que se baña en el rio Sena y no puede enjugar el salitre, con sabor a memoria desgarrada, de malecón habanero.
El escritor rumano, autor de la novela “La hora 25”, ya fallecido, C.V. Gheorghiu durante su prolongado exilio parisino escribió: “Un exiliado es alguien que vive a flor de piel; como si le hubiesen desollado en vida”.
De ese modo siente nuestro exilio. Así, pienso que siente, atajando el sentimiento en la garganta, Zoé Valdés cuando cada 15 de agosto visita el cementerio de Pére Lachaise en Paris y en la tumba de su mami, Gloria Ying Martínez Megía y Pérez (apellidos paternos), deposita un ramo de rosas amarillas y una mata de mandarinas; olor preferido de Gloria. Y visualizo que Zoé vuelve al chiforrober de barniz desgastado que en su interior conserva rincones con olor a cedro y talco barato Brisa. A la abuela que cuando de amenazas a la nieta se trataba, a los cuatro vientos, profería: “¡Esnunco al más pinto y la paloma, como un pollo de brujería!”. La abuela de fuente celtica, Zoé Roge Mary McButler, rebautizada, bajo el sol de Cuba, como Rogelia Bárbara Aguilar McButler que, allá a miles de millas, en la ciudad de Santa Clara, centro de Cuba, duerme en tumba solitaria y sueña, llena de rebeldía, legada a todo irlandés por Red Hugh O’Donnell, con retorcer el pescuezo de los que se robaron la Isla y alejaron la nieta.
Entonces Zoé Valdés, con “La intensa vida” a cuestas, une cementerios y tumbas de madre e hija y declama por lo bajo: “Ella no regresará jamás. / Un día, tú reconocerás su mundo inhabitable…”.
NOTA: “La intensa vida” está disponible en Amazon libros.