Por Juan Abreu/Vozpópuli.
Paso unos días de merecido descanso en el sur de Francia, región occitana. Visitamos pueblitos pequeños y uno no tan pequeño, Foix. Las paredes de Foix están cubiertas de pintadas antisemitas y considero seriamente comprar un espray para dibujar estrellas de David sobre las pintadas nazis (antisemita es nazi, dejemos las tonterías), pero hubiera sido agotador toda la ciudad es un purulento furúnculo antisemita, se palpa en el ambiente. Desisto. Vamos a una librería y compro una bella edición francesa de El maestro y Margarita. No leo francés, pero suelo comprar ediciones en idiomas que ignoro. De autores que venero. Cuando estuve en Viena, una ciudad completamente nazi, compré un libro de mi adorado Thomas Bernhard, en alemán, idioma que también desconozco.
Tengo un sexto sentido para identificar a comunistas y nazis, que son lo mismo. Aunque justo es reconocer que los comunistas matan más
En la librería regían dos bellezas. La que se encargaba de la caja me recordó a los franceses que colaboraron con los nazis en la caza de judíos (en ocasiones con más tesón que los propios nazis), entre ellos la gran Irène Némirovsky, asesinada en Auschwitz. Tengo un sexto sentido para identificar a comunistas y nazis, que son lo mismo. Aunque justo es reconocer que los comunistas matan más. Amén de que las dictaduras comunistas permanecen más tiempo en el poder. El mal puede ser bello, me dije frente a la librera que, parapetada tras la caja registradora, no se rebajó a mirarme: la expresión de su hermoso rostro denotaba el malestar que le provocaba mi presencia. Me verá cara de judío, rumié. La otra belleza, más joven, por el contrario, me dedicó una grata sonrisa que me hizo pensar: no todo está perdido. Pero fue sólo un momento, de sobra sé que cuando parece que no todo está perdido es cuando todo está completamente perdido. Las visitas a Francia me producen siempre un amargo reflujo. De Francia y de Europa pienso lo mismo que Steiner: que se suicidó cuando mató a sus judíos…