Por Carlos M. Estefanía.
Como un niño que es introducido en una religión por sus seres más queridos, cuando su mente es toda emoción y altamente moldeable por el rito, así fui yo introducido en la aceptación de las vacunas. Crecí creyendo que eran la mejor manera de prevenir enfermedades; lo acepté como un acto de fe, sin cuestionar ni analizar los argumentos científicos que las sustentaban. Al igual que muchos, me vacuné sin participar directamente en pruebas de laboratorio ni en estudios estadísticos que confirmaran la efectividad de las sustancias inoculadas. Lo hicimos confiando en la autoridad, del mismo modo que en la Edad Media un enfermo habría aceptado ser desangrado como remedio a cualquier mal.
Sin embargo, durante la promoción de las vacunas contra el coronavirus, hubo un sutil cambio de narrativa que despertó mis sospechas. En debates públicos y personales, me preguntaban por qué me había vacunado de niño y no lo hacía ahora, sugiriendo que rechazar las vacunas inventadas de la noche a la mañana para el COVID-19 era inconsistente. Lo peor fue la presión coercitiva ejercida no solo por los llamados “tragacionistas”*, como los define el escritor Juan Manuel de Prada, sino también por aquellos que se mostraban críticos frente a los postulados de la ideología pandemista (Prada, 2022). Se obligó a gran parte de la población a inocularse diversas sustancias, basándose en una concepción más dogmática que científica sobre la protección contra los contagios.
A medida que la censura se relajó, surgió un debate público sobre cómo se gestionó la pandemia y, en particular, sobre la efectividad de las vacunas contra el COVID-19. Una de las críticas más tempranas se centró en el uso excesivo de ventiladores mecánicos, que podía sobrecargar los sistemas de salud y dejar a otros pacientes sin atención. Algunos estudios iniciales sugirieron posibles efectos secundarios asociados con la ventilación mecánica prolongada, como lesiones pulmonares e incluso fallecimientos inducidos por el ventilador.
Otro tema de debate fue la práctica de colocar al paciente boca abajo (pronación), y la decisión de sedar a pacientes ancianos con COVID-19 se tornó aún más polémica. La falta de protocolos claros y consistentes para la sedación, especialmente en ancianos, generó preocupaciones sobre prácticas de racionamiento de la atención médica. Algunos estudios sugirieron que la sedación prolongada podría aumentar la mortalidad en estos pacientes, complicando aún más el panorama con dilemas éticos como la posible violación de la autonomía del paciente y el riesgo de acortar su vida sin evidencia científica sólida.
Críticas a las Vacunas
Una de las críticas más recurrentes se centró en la rapidez con la que se desarrollaron las vacunas, aunque esta velocidad se debió en gran parte a la inversión masiva en investigación, la colaboración global y el uso de tecnologías innovadoras como el ARN mensajero. Sin embargo, incluso entre los sectores científicos inicialmente favorables, se empezó a reconocer que la efectividad de las vacunas disminuía con el tiempo y que su capacidad para prevenir infecciones asintomáticas o leves no era tan robusta a largo plazo. La aparición de variantes como Delta y Ómicron añadió más preocupaciones, pues su efectividad contra la infección y la transmisión disminuyó significativamente.
Algunos estudios más radicales cuestionaron la premisa de que la vacunación es siempre superior a la inmunidad natural adquirida tras la infección, sugiriendo que la inmunidad natural, similar a la estrategia aplicada en Suecia y combinada con el uso voluntario de vacunas y mascarillas, podría ofrecer una protección más duradera.
A esto se suma la discusión sobre los efectos secundarios de las vacunas COVID-19. Algunos estudios señalaron la relación entre las vacunas y ciertos eventos adversos raros, lo que llevó a una reevaluación de los riesgos y beneficios en diferentes grupos poblacionales. Los críticos han insistido en que la comunicación sobre la efectividad de las vacunas debería ser más matizada, proponiendo una discusión más amplia que considere factores individuales como la edad, el estado de salud y la exposición previa al virus.
El Sistema Global y lo que se Dejó de Hacer
Con este preámbulo, vale la pena analizar no solo lo que hizo el sistema global sanitario, sino también lo que dejó de hacer. Mientras nos convencían con propaganda o nos presionaban para inocularnos sustancias, se perseguía como herejes a los llamados antivacunas. Ese mismo sistema que logró vacunar a medio mundo contra el COVID-19, dejó de prevenir miles de enfermedades al omitir la aplicación de vacunas de toda la vida, las cuales históricamente habían salvado innumerables vidas.
Nos enteramos de esta negligencia gracias a la revista Lancet Global Health en abril de 2024, donde se publicó un artículo titulado Estimación de los efectos en la salud de las interrupciones en la inmunización relacionadas con COVID-19 en 112 países durante 2020-30: un estudio de modelado (Vaccine Impact Modeling Consortium, 2024). Esta investigación, realizada por el Vaccine Impact Modeling Consortium, evaluó el impacto de las interrupciones en la cobertura de inmunización causadas por la pandemia.
Los medios oficiales no nos contaron que, bajo la excusa de combatir el COVID-19, las instituciones encargadas de la salud pública redujeron significativamente la cobertura de inmunización a nivel global, afectando especialmente a países de ingresos bajos y medios. Esto resultó en cohortes no inmunizadas y un aumento en la carga de enfermedades prevenibles. Según los hallazgos, la interrupción de la vacunación contra el sarampión, la rubéola, el VPH, la hepatitis B, la meningitis A y la fiebre amarilla podría resultar en 49,119 muertes adicionales entre 2020 y 2030, en gran parte debido al sarampión. Se estima que la interrupción podría reducir en un 2.66% el efecto a largo plazo de 37,378,194 muertes evitadas, disminuyendo a 36,410,559.
Así actuaron nuestros “vacuneros”, inyectando a quienes no querían en los países desarrollados mientras ignoraban las vacunas esenciales en las naciones más pobres del planeta. La pandemia de COVID-19 no solo expuso la fragilidad de los sistemas de salud, sino también la peligrosa combinación de fe ciega y política que ha guiado muchas decisiones, con consecuencias graves y duraderas.
Referencias:
- Juan Manuel de Prada. Los tragacionistas
- Vaccine Impact Modeling Consortium. Estimación de los efectos en la salud de las interrupciones en la inmunización relacionadas con COVID-19
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