Por Carlos Manueel Estefanía.
Es de justicia comenzar estas líneas con un sincero agradecimiento a los creadores de La Moderna, en la Radio Televisíón Española. Esta serie logró algo notable: tejer una catarsis emocional que resonaba en el espectador a través de una hábil combinación de recursos narrativos. Bebía tanto de la melodramática tradición de las telenovelas clásicas como de una sensibilidad literaria que hunde sus raíces en la obra de Luisa Carnés, autora de Tea Rooms. Mujeres obreras.
Pero La Moderna no era simplemente un viaje nostálgico a un Madrid de antaño con su impecable ambientación. Su significado trascendía lo estético, adentrándose en la reflexión sobre valores que, para muchos, parecen esfumarse en la actualidad. El amor a la familia, la lealtad en la amistad, el sacrificio y la resistencia estoica ante las adversidades, así como el cariño y la devoción por los hijos, fueron los pilares que sostuvieron muchas de sus tramas. Valores universales que la serie reivindicaba sin rubor, en un momento en que las ficciones televisivas parecen rendirse a narrativas más acomodaticias y frías.
Quizás fue precisamente esta defensa de lo tradicional lo que motivó su abrupta cancelación, dejando a los espectadores sin el desarrollo que la historia merecía. No deja de ser llamativo que mientras La Moderna era eliminada de la parrilla, otros espacios de dudoso valor artístico y evidente inclinación ideológica, como La Revuelta, continuaban recibiendo el beneplácito de la televisión pública y hasta galardones como el Premio Ondas 2024.
Sin embargo, los guionistas de La Moderna no se fueron sin dar un golpe maestro. En lo que puede interpretarse como una venganza sutil pero demoledora, dejaron en el último capítulo un giro desgarrador: la ejecución de uno de los personajes más nobles y queridos de la serie a manos de la misma República que hoy se enaltece desde el poder. Un mensaje contundente, un recordatorio histórico de que la propaganda no puede reescribir la realidad. Esta decisión argumental, lejos de ser gratuita, sirvió como una denuncia y una forma de reivindicación de aquellas voces que han sido silenciadas en la historia oficial.
No deja de ser paradójico que otras ficciones televisivas de largo recorrido, como Amar en tiempos revueltos (y su continuación, Amar es para siempre) o Cuéntame cómo pasó, hayan contado con una extensión que se les negó a La Moderna, pese a su éxito de audiencia. No fue la falta de interés del público lo que sentenció la serie, sino una decisión burocrática que parecía responder más a una agenda política que a criterios artísticos.
Pero si algo nos ha enseñado La Moderna, es que las historias bien contadas, las que conectan con el alma del espectador, siempre encuentran su eco. A pesar de su prematura interrupción, la serie deja un legado imborrable, recordándonos que el amor, la familia y la resistencia ante la adversidad siguen siendo valores imprescindibles. Quizás, en el fondo, su final inesperado sea la mayor prueba de que había tocado una fibra demasiado sensible en la sociedad española actual. Y esa es, en sí misma, la mejor de las victorias.
Carlos M. Estefanía es disidente cubano radicado en Suecia.
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”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”
Redacción de Cuba Nuestra
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