Por Carlos Manuel Estefanía.
Una vida más allá de la novela
León Tolstói (1828–1910) ocupa un lugar privilegiado en la historia de la literatura universal por obras como Guerra y paz y Anna Karenina. Sin embargo, limitar su legado al ámbito narrativo sería una omisión seria. Tolstói fue también un reformador espiritual, un pensador ético y político que, a partir de una intensa crisis existencial, replanteó desde sus raíces las ideas de religión, moral, arte y poder. Su visión, radical y coherente, lo convirtió en una figura singular cuya influencia se extendió más allá de las letras y dejó huella en líderes como Gandhi o Martin Luther King. Este ensayo examina su pensamiento no dogmático, su ética del amor, su crítica al Estado y su estética comprometida, sin pasar por alto sus inevitables contradicciones.
Religión sin dogmas ni iglesias
A partir de los años 70 del siglo XIX, Tolstói experimentó una transformación espiritual que marcó su trayectoria vital e intelectual. En Mi confesión, expresó su abandono del cristianismo institucionalizado en favor de una fe ética y racional centrada en el Sermón del Monte. Su interpretación prescindía de los milagros, de la divinidad de Cristo y del ritual eclesiástico: veía a Jesús como un guía moral que enseñaba el amor absoluto y la resistencia no violenta al mal.
Este cristianismo ético lo llevó a denunciar a la Iglesia Ortodoxa Rusa por distorsionar el mensaje original de Cristo, crítica que le valió la excomunión en 1901. Para Tolstói, Dios no era un ente trascendente, sino una presencia interior, una chispa divina en la conciencia que guía hacia el bien. Su religiosidad sin jerarquías ni clero promovía una espiritualidad activa, vivida en el aquí y ahora, sin mediaciones.
Una ética del amor, la renuncia y la transformación personal
La ética tolstoiana se funda en la fuerza transformadora del amor y el rechazo categórico de la violencia. Para él, la regeneración social sólo es posible si el individuo comienza por un cambio interior profundo. El trabajo espiritual, más que la acción política directa, era el punto de partida de cualquier revolución genuina.
Tolstói abrazó un estilo de vida ascético: condenó el consumo de alcohol, tabaco, carne y las prácticas sexuales que no tuvieran como fin la procreación. Consideraba que estos placeres embotaban la conciencia y alejaban al ser humano de su misión moral. Aunque su rigor fue tildado de escapista o individualista, Tolstói sostenía que cada acto virtuoso —por pequeño que fuera— contribuía a la transformación del mundo.
Para él, vivir con autenticidad, sencillez y amor era la forma más profunda de resistencia frente a un orden injusto. La ética debía practicarse en la cotidianidad, lejos de los discursos grandilocuentes o las estructuras institucionales.
El anarquismo espiritual de Tolstói
Aunque evitaba la etiqueta de «anarquista», Tolstói desarrolló un pensamiento profundamente antiautoritario. No proponía una revolución armada, sino una desobediencia moral radical. Sostenía que el Estado se mantenía gracias a tres mecanismos: el embrutecimiento de la población (mediante el nacionalismo y la educación oficial), la corrupción económica (por los impuestos) y la intimidación (a través del ejército y la policía).
La respuesta debía ser la no cooperación pacífica: negarse a pagar impuestos, rechazar el servicio militar y no participar en estructuras estatales. Este anarquismo cristiano abogaba por comunidades autónomas, autosuficientes y basadas en el amor mutuo, sin necesidad de violencia ni coerción. Ideas que inspiraron directamente a Gandhi, quien aplicó sus principios en la India y fundó en Sudáfrica una colonia agrícola llamada “Granja Tolstói”.
Un arte ético: hacer visible lo invisible
Tolstói no sólo repensó la moral y la política, sino también el arte. En su ensayo ¿Qué es el arte? criticó duramente la cultura elitista y vacía de contenido moral. Denunció a figuras como Shakespeare y Wagner por no promover valores universales ni contribuir a la mejora ética del ser humano.
Su narrativa buscó romper la rutina perceptiva del lector. Mediante la técnica del “extrañamiento” —que más tarde formalizaría Viktor Shklovsky— lograba mostrar lo cotidiano como si fuera nuevo, provocando una experiencia estética que obligaba a reflexionar. Para Tolstói, el arte debía ser accesible, honesto y transformador, un instrumento ético y no una evasión estética.
Vivió esta estética en su propia carne: rechazó el lujo, practicó la autosuficiencia, fabricó sus propios objetos y asumió las tareas domésticas más humildes. Buscaba la coherencia absoluta entre pensamiento, obra y vida.
Las tensiones de una vida ejemplar pero imperfecta
Tolstói fue un idealista radical, pero no escapó de sus propias contradicciones. Mientras predicaba la pobreza evangélica, vivía en una finca con servidumbre. Mientras proclamaba la igualdad y la humildad, imponía en su hogar normas rígidas y actitudes autoritarias. Promovía la castidad, pero su relación con Sofía Andreievna estuvo marcada por conflictos, demandas morales asimétricas y reproches constantes.
Intelectuales como Maximilian Voloshin lo acusaron de encerrarse en un individualismo espiritual que eludía las responsabilidades colectivas. Otros, como el economista Robert Higgs, lo consideraron ingenuo respecto al funcionamiento del mercado y la economía moderna. Incluso su discípulo más fiel, Vladímir Chertkov, reconocía la dificultad de aplicar íntegramente su propuesta ética en un mundo estructuralmente injusto.
Y sin embargo, su influencia no se diluyó. Gandhi lo consideró un faro moral, y Martin Luther King Jr. se inspiró en su doctrina de la no violencia activa. Este último, aunque comenzó como un líder moderado, fue radicalizándose hasta convertirse en una figura incómoda para el poder. La familia King incluso ganó en 1999 un juicio civil que responsabilizaba al Estado estadounidense por su asesinato, aunque no hubo consecuencias penales.
Un legado ético para los tiempos por venir
Tolstói no es sólo un novelista inmortal: es también un símbolo de la resistencia ética frente al poder, el dogma y la violencia. Su pensamiento ha dejado una impronta indeleble en movimientos pacifistas, vegetarianos, ecologistas y comunitaristas de los siglos XX y XXI.
Murió en 1910, en una estación de tren, tras abandonar su casa y sus privilegios en busca de una vida más coherente con sus principios. En esa muerte itinerante y sencilla se sintetiza el drama de su vida: un intento constante —aunque a veces fallido— de vivir según la verdad, más allá de la comodidad, la fama o la obediencia.
Su herencia sigue siendo un desafío: ¿es posible vivir hoy con una ética sin concesiones, en un mundo que recompensa la mentira, la violencia y la superficialidad? Tolstói no nos dio respuestas fáciles, pero dejó un modelo de honestidad radical que aún interpela nuestra conciencia.
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Desechar el puro factor DEI Cristus y la trascendencia sobre todo ESTO, y que esto es todo ILUSION (o reflejo ilusional de lo REAL, sic Platón) al fin de los egos y sucesos y TIEMPOs, es grave error ESENCIAL, también, aún la gran busqueda cotidiana del ser moral y existencial, convivencial. El principe de este mundo, y sus egos, se pueden aprovechar DE ELLO. Solo en combate, espiritual, se pude resistir y HACER algo, muchoS bajo la VOLUNTAD Divina.