Por Alejandro Campoy.
El desierto, cuando el aire permanece inmóvil, es la mejor metáfora que existe de la eternidad. La noche en el Sáhara cuando el aire está limpio de polvo es una explosión de millones de luces cósmicas, una bóveda celeste que cubre una inmensa nada, un gran silencio. Sentado en la arena de la duna, sólo tienes a tu alrededor oscuridad en la tierra, silencio completo en el aire y esa multitud de estrellas en el cielo. Jamás he conocido una sensación de totalidad tan intensa. Inmovilidad, permanencia, eternidad.
La percepción del tiempo allí es diferente, no hay ninguna urgencia ni prisa por nada. La naturaleza tiene sus ritmos, y es suficiente con acoplarse a ellos.
Lleva esperando años, y son capaces de seguir haciéndolo durante siglos. Hoy sólo son un fósil, una reliquia del pasado, de un proceso de descolonización que tuvo lugar en el mundo en medio de una Guerra Fría. De un lado, todos los regímenes apoyados por los aliados occidentales, los USA y la OTAN representados en el mundo árabe por las monarquías petroleras del Golfo o Marruecos, y del otro, todos los regímenes revolucionarios patrocinados por la URSS y el Pacto de Varsovia, el Egipto de Nasser, el Baas de Siria e Irak, el FLN argelino y el Frente Polisario saharaui.
Con Franco en la UCI, Juan Carlos I cede ante Hassan II; diez años después, Felipe González vuelve a ceder ante Hassan y Ronald Reagan, pero a partir de 2000 aparece una anomalía llamada José María Aznar con una aplastante mayoría absoluta; cambio de rumbo total a la política exterior española, apoyo a la celebración de un referéndum en el Sáhara, de acuerdo con las resoluciones de la ONU, cambio histórico en la postura americana y británica en apoyo de la nueva postura española, eso sí, a cambio de un precio a pagar en Irak, enojo sin límites de Marruecos, asaltos a la valla y sainete en la roca de Perejil para desembocar finalmente en algo mucho más terrible, un 11 de marzo de 2004, con el posible conocimiento, silencio y aprovechamiento por parte del PSOE, un partido que si alguna vez llega a probarse todo debe convertirse en una banda criminal y ser juzgada como tal.
Y con Zapatero, rendición en todos los frentes: ante ETA, ante Marruecos, ante el eje franco-alemán; de nuevo los parias de Europa. El Sáhara, abandonado definitivamente por el zapaterismo y la nueva administración demócrata obamita en los USA, que ha quedado inmortalizada para la historia por una imagen con dos chavalas vestidas de góticas. Y el no va más, el colmo: Sánchez en el poder apoyado por las fuerzas aliadas de la Rusia post-soviética, convertido en un aliado indeseado para Occidente, pues cualquier información que se le dé irá a parar a manos de Putin por la vía de sus ministros podemitas.
Acorralado por todas partes, este infame gobernante decide dar un paso para intentar resolver las constantes avalanchas sobre las vallas ceutíes y melillenses que sigue lanzando, imperturbable, el monarca alauita. No ha hecho nada que no hayan hecho antes tanto González como Zapatero, arrodillarse ante Marruecos con el beneplácito de Reagan, Clinton u Obama, y tras las sombras, Kissinger, siempre Kissinger, desde los tiempos de Franco. Pero en su profunda inutilidad, lo hace del peor modo posible, irritando a la ONU, a la UE, a Estados Unidos, a los saharauis, a Argelia, a todos los demás partidos políticos españoles y quizás provocando incluso la lejana carcajada de un tal Vladimir Putin. El gas ruso y el gas argelino tienen un único dueño, y es ruso. Ya no es sólo traición, ineptitud e incapacidad para gobernar, amén de su eterna irresponsabilidad adolescente por la cual “la culpa siempre es de Jaimito, profe”. Su constante apelación a los fachas, a Franco o a la ultraextremaderecha ya sólo prende entre ignorantes y enfermos mentales.
Marruecos percibe el tiempo del mismo modo que se percibe en el desierto, no tiene prisa, se mueve con facilidad en la inmovilidad del aire en calma, la oscuridad de la noche y el silencio de la eternidad. Donde los pobres españolitos han negociado con prisa y urgencia un mal parche para remedar una situación insostenible en Ceuta, Melilla y Canarias en un mundo pandémico y en guerra mediante la entrega de un pueblo noble expulsado de la historia, traicionado y condenado a sus verdugos, los diplomáticos marroquíes sonríen sabiendo que volverán a activar sus requerimientos sobre esas dos ciudades españolas y sobre las islas dentro de años, incluso de décadas, saben esperar, no tienen prisa, jamás la han tenido para nada. Saben incluso que pueden llegar a realizar acciones de guerra en la mismísima capital de España sin que haya consecuencias, el pueblo español nunca estará preparado para conocer la verdad sobre el 11-M, como dijo aquel juez Bermúdez, cuyo nombre ha quedado unido ya para siempre a la infamia.
Mientras tanto, en la hammada argelina, los niños siguen jugando con las cosas que aquí en España vamos tirando a la basura. En sus rostros jamás falta una sonrisa, les dura siempre hasta que dejan de ser niños. Entonces empiezan a saber.
Alejandro Campoy es español. Profesor de Historia en la Enseñanza Secundaria.