Por Fernando Savater.
Me declaro culpable: yo también he seguido con inconfesable interés lo que se cuenta en los medios de la ruptura entre Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler. Podría excusarme alegando mi ya antigua amistad con el gran escritor y mi admiración por él o mi interés personal por el erotismo en la tercera (¡casi cuarta!) edad. Siempre he creído ser impermeable a las seducciones de la crónica rosa porque desconozco de manera casi risible a sus reiterados y notorios protagonistas.
Chesterton retrató las noticias de sociedad diciendo que consistían en informar que Lord Kerrigan ha muerto a quienes ignoraban que existía. Pues bien, para mí las páginas del «corazón», las más impenetrables del periódico después de las de economía y las de deportes (¡ah, y las de «motor», que no se me olvide!) se basan en contar con regodeo que la bella Macarenita y el distinguido Anicetón han dejado de mirarse a los ojos, y me lo cuentan a mí, que ignoro quién es ella, quién es él e incluso que ambos usaban para mirarse los ojos que Dios les dio. A partir de este dato pueden ustedes suponer cuanto me interesa esa sección informativa, pese a tener cada vez más relevancia en los medios. Y sin embargo, ya ven, sin embargo…
«Incluso quienes menos predispuestos parecemos a ello vemos cómo ese morbo se despierta en nosotros con cualquier pretexto»
La curiosidad científica, el gusto artístico, la emoción poética, el interés por la política o la devoción religiosa son aficiones desigualmente distribuidas en la humanidad. Pero el afán de enterarse por cotilleos de la vida de los otros, sobre todo si son de índole amorosa o chanchullos financieros, es prácticamente universal. Incluso quienes menos predispuestos parecemos a ello vemos cómo ese morbo se despierta en nosotros con cualquier pretexto. ¿Cómo viven los otros? No hay espectáculo natural o artificial que nos entretenga más. Es evidente que el registro de rutinas, vicios o virtudes al alcance de nuestros semejantes es tan deplorablemente limitado como el que cada uno conoce de sí mismo. Y sin embargo nos deleitamos mirando por el ojo de la cerradura como si al otro lado pudiera esperarnos lo Nuevo, eso que tanto anhelaban Baudelaire y todos los bien llamados modernistas…
Pulse aquí para continuar leyendo en la fuente.