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Cultura/Educación

Suecia: ¿Retroceso conservador o recuperación del sentido común? La reforma educativa que enciende el debate sobre la sexualidad en las aulas

Por Carlos M. Estefanía.

Mientras la mayoría de los medios suecos dedican sus titulares a distracciones banales, como la polémica por la vestimenta de la princesa Estelle o el último desliz de una influencer reciclada en activista, un asunto de verdadera trascendencia nacional se cuece casi en silencio: la reforma de los planes de estudio que afecta directamente a la educación sexual en las escuelas suecas.

La polémica comenzó con la propuesta de la comisión gubernamental, establecida en septiembre de 2023, para revisar los currículos escolares. Esta responde a uno de los puntos acordados en el Tidöavtalet —el pacto de gobierno entre los Moderados, Demócratas de Suecia (SD), Democristianos y Liberales— donde se exige que el sistema educativo refuerce los valores compartidos, la defensa de la familia nuclear y las normas comunes. En el corazón del debate está la educación sexual, un terreno minado donde ideología, ciencia, derechos individuales y valores tradicionales chocan frontalmente.

¿Una “reacción” a MeToo?

Según reveló el diario Dagens Nyheter el 26 de mayo, una de las voces más críticas con la propuesta es la del sociólogo Jack Lukkerz, investigador en sexualidad y educación en la Universidad de Malmö. Lukkerz no ha dudado en calificar el proyecto como “una reacción negativa a MeToo”, argumentando que representa una marcha atrás en los avances logrados en términos de cuestionamiento de las normas de género y las relaciones de poder entre los sexos.

Su preocupación se centra en que el nuevo enfoque podría dejar de lado el componente normativo y crítico que introdujo el movimiento MeToo en el discurso pedagógico, a favor de una visión más conservadora que pone énfasis en las relaciones duraderas, el matrimonio y la formación familiar. “¿Vamos a enseñar a los niños a casarse?”, se pregunta con ironía.

En la misma línea se pronuncia Karin Gunnarsson, docente en pedagogía y estudios de género en la Universidad de Estocolmo. Para ella, el riesgo es claro: “la educación sexual se vuelve más moralizante y menos basada en ciencia”, excluyendo a estudiantes que no se identifican con el ideal de relaciones estables y heteronormativas. “Una norma sobre relaciones a largo plazo puede llevar a que ciertos alumnos se sientan excluidos”, advierte.

¿Retroceso o corrección de rumbo?

Pero la lectura crítica de Lukkerz y Gunnarsson no está exenta de sesgo ideológico. Es legítimo preguntarse si, en lugar de ser una “reacción retrógrada”, la propuesta de reforma no intenta más bien equilibrar una enseñanza que durante años ha oscilado hacia una forma de adoctrinamiento normativo de signo contrario: el de la “deconstrucción” constante del género, la sexualidad y la identidad, sin espacio para visiones más tradicionales o para el simple deseo de muchos jóvenes (y padres) de recibir una educación sexual que también contemple la afectividad duradera, la fidelidad, la intimidad estable y el deseo de formar familia.

¿Es tan escandaloso que el Estado sueco quiera enseñar que el amor comprometido y las relaciones estables también tienen valor? ¿No es también una forma de empoderar a los jóvenes, en un mundo donde las relaciones líquidas, la pornografía y el vacío afectivo parecen ser la norma?

Los críticos, al pintar el proyecto como una supuesta imposición religiosa o patriarcal, ignoran que la actual educación sexual ya excluye sistemáticamente puntos de vista alternativos, y que existe una creciente preocupación social —no solo desde la derecha— por el deterioro de los vínculos afectivos, el aumento de la soledad y el nihilismo sexual entre adolescentes.

Como bien señala David Gustafsson, presidente de la asociación Sveriges Lärare Stockholm, el nuevo modelo propuesto podría incluso fortalecer la educación sexual al integrarla en los planes de estudio con criterios claros de evaluación y continuidad, en lugar de depender del arbitrio de cada escuela, como sucede actualmente. “Si ahora se hace una ‘semana del amor’ y ya está, con la reforma se trabajaría de forma continua”, sostiene Gustafsson.

¿Fomentar o examinar?

En el fondo, como apunta la propia Gunnarsson, el verdadero debate es si la escuela debe “formar” o “educar”. La distinción no es menor. Mientras la educación se basa en transmitir conocimientos y habilidades, la formación implica moldear valores, actitudes y comportamientos. Y aquí reside la contradicción de muchos críticos: denuncian el carácter “formativo” del nuevo plan, pero aplaudían sin reservas la “formación” anterior, cuando esta se orientaba hacia el activismo de género, la fluidez sexual y la deconstrucción de la familia.

Parece que lo que incomoda no es que se forme a los estudiantes, sino cómo y con qué valores.

El sociólogo Lukkerz teme que “la igualdad de género sufra” si se priorizan las relaciones a largo plazo y la familia. ¿No es más bien todo lo contrario? ¿No deberían los feministas celebrar un modelo educativo que valore la estabilidad, el respeto mutuo y el compromiso, como antídoto frente a la cosificación y el abuso?

Conclusión: una crítica que teme perder la hegemonía

La resistencia al nuevo plan no proviene tanto de su contenido, como del hecho de que pone en cuestión una hegemonía cultural mantenida durante décadas por una élite académica y mediática que se autoproclama como la única poseedora de la “ciencia” y la “razón progresista”. Que el Estado quiera introducir un enfoque más equilibrado, que no oculte el valor de la familia ni de los vínculos duraderos, parece para muchos una traición ideológica. Pero tal vez, para las nuevas generaciones, sea una bocanada de aire fresco.

En un país como Suecia, donde el índice de trastornos mentales entre adolescentes se ha disparado, donde la pornografía se consume desde edades cada vez más tempranas y donde el individualismo erosiona los lazos sociales, ¿es realmente descabellado que la escuela vuelva a hablar de amor, compromiso y familia?

Frente al miedo de los críticos, que ven “retrocesos” por doquier, quizás lo que realmente está ocurriendo es una saludable recuperación del sentido común.

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