Por Denis Fortun.
Desde que lo veo dirigiéndose a mí con tanta prisa, trato de evitarlo. No hay cosa peor para un empleado de aeropuerto que un pasajero apurado. Por lo general son personas que no arribaron a tiempo a su destino intermedio, pierden la conexión con su destino final por razones que nada tienen que ver con uno, y termina quien los recibe con una bomba entre las manos. Sin embargo, incluso arrastrando sus maletas, el tipo se mueve tan rápido que no me da oportunidad para escaparme. No me queda más remedio que atenderlo.
En inglés, me dice que sale para Key West en quince minutos, lo que compruebo mirando el tag de uno de sus equipajes. Le contesto, también en inglés, que no puede dejar sus maletas en la estación de chequeo en que me encuentro. Para poder conectarse requiere de cuarenta minutos, lo mínimo, antes de la hora de salida. “Por desgracia -le digo con el protocolo que merece una noticia como esa-, ya perdió su vuelo de trasbordo”. Le pido entonces con cortesía que se dirija al mostrador de American Airlines, en el segundo piso, y le muestro donde están los elevadores.
El sujeto se niega y empuja una de sus maletas dentro del área de recepción. Se la devuelvo con profusa paciencia, un ejercicio no muy común en mí, sin embargo, el hombre no lo acepta y empieza a alzar la voz, asegurando que odia a Miami. Lo miro serio, de nuevo lo invito a que vaya al segundo piso. El tipo no me responde, me mira fijo, y se me acerca, pegando su rostro al mío, hasta que me grita fuera de sí: ¡Fuck! ¡Motherfucker…!
Respiro, cuento hasta diez, no puedo menos que reírme y termino contestándole bien bajo, para que los demás no me escuchen, ahora en español:
-Maricón de mierda, vete a la mierda.
Dicho esto, evitando asimismo las cámaras, le doy la espalda y me alejo. Cuando me volteo a cierta distancia para comprobar si se ha marchado, descubro que el americano todavía se mantiene parado donde estábamos, mirándome muy serio, con evidente odio en sus ojos, como si pensara en alguna respuesta que fuese capaz de minimizar mí desprecio, y de paso reconfortar su orgullo. Finalmente se recupera y me vuelve a gritar, igual en español:
– ¡Bésame el culo, Cuba!
Luego, su expresión corporal, su rostro, aparenta como si se hubiese librado de algún peso enorme, y más calmado se marcha arrastrando sus bártulos rumbo a los elevadores.
Denis Fortun es poeta y escritor.
Genial! Only en Miami…jajaja