Cultura/Educación

Sobre la Verdad o falsedad del Memorial del Conde de Aranda a Carlos III: En cualquier caso, bomba reloj contra la hispanidad y cuña contra su aliado norteamericano

Por Carlos Manuel Estefanía.

 

“Esta República Federativa ha nacido, digámoslo así, pigmea, porque la han formado y dado el ser dos potencias como son España y Francia, auxiliándola con sus fuerzas para hacerla independiente. Mañana será gigante, conforme vaya consolidando su constitución y después un coloso irresistible en aquellas regiones. En este estado se olvidará de los beneficios que ha recibido de ambas potencias y no pensará más que en su engrandecimiento…”

Texto “premonitorio “referido a las 13 colonias de Norteamérica emancipadas de Inglaterra. Aparece en el presunto dictamen enviado por el Conde de Aranda dio al Rey Carlos III en 1783*

Circula desde hace décadas un documento atribuido al conde de Aranda —estadista español de gran influencia en tiempos de Carlos III— que ha servido a muchos como prueba de la clarividencia de ciertos ilustrados españoles frente a la amenaza que representaba el naciente poder de Estados Unidos. Conocido como el Memorial reservado del Conde de Aranda, este escrito, supuestamente entregado al rey en 1783 tras el tratado de paz de París que puso fin a la guerra de independencia de las colonias británicas en América, ofrece una visión profética del expansionismo estadounidense. Aranda propone allí una reorganización del Imperio español basada en tres monarquías americanas gobernadas por infantes borbones, con el fin de prevenir futuras rebeliones.

Más allá de su dudosa autenticidad —pues no existe manuscrito original, ni copia oficial en los archivos de Estado, ni constancia alguna de que Carlos III recibiera o comentara semejante plan—, el texto ha sido interpretado de maneras diversas: como advertencia geopolítica, como plan frustrado de reformas, como testimonio del realismo político español, e incluso como ejemplo de una lucidez que se anticipó al destino trágico de Hispanoamérica. Sin embargo, una lectura más crítica y desmitificadora nos obliga a preguntarnos no solo si el documento es verdadero, sino qué dice realmente sobre sus autores, reales o apócrifos. Y lo que revela no es tanto una advertencia sensata sobre un enemigo externo, sino una mentalidad profundamente afrancesada y antiespañola disfrazada de razón de Estado.

Aranda, el ilustrado al servicio de una potencia extranjera

Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, fue sin duda una de las figuras más destacadas del reformismo ilustrado en España. Pero también fue un representante emblemático de esa élite afrancesada que, más que modernizar el país, lo debilitó en favor de potencias extranjeras, especialmente Francia. Su admiración por el modelo político y cultural francés lo llevó a confiar más en los dictados de Versalles que en los intereses propios de la monarquía hispánica. No fue casual su cercanía a personajes como el anticatólico de Voltaire ni su participación como embajador en París durante años clave.

Si el documento fuera auténtico —y repetimos: no hay prueba sólida de ello—, lo primero que destacaría no es su presunta anticipación al imperialismo estadounidense, sino su insólita locura al proponer fríamente la fragmentación planificada del Imperio español en América. No se trata de un plan para preservar la unidad imperial, sino de una cesión estratégica disfrazada de modernización, en la que las colonias americanas serían convertidas en reinos semiindependientes bajo la corona borbónica, pero en los hechos desvinculados de la metrópoli.

¿No es esto una confesión de derrota más que un acto de lucidez? ¿Acaso no se trata de un intento elegante de rendición, una versión afrancesada del entreguismo, cuyo objetivo era salvar la cara ante una aristocracia europea más interesada en conservar privilegios dinásticos que en defender el alma hispánica de América? En lugar de buscar vías para reforzar el vínculo entre España y sus reinos de ultramar, Aranda —si el texto le perteneciera— opta por una desmembración preventiva, casi celebratoria, bajo la excusa de evitar futuras rebeliones. En realidad, esto solo serviría para facilitar la penetración den los territorios españoles de las potencias rivales, como efectivamente ocurrió cuando el territorio se fragmente en republiquitas enfrentadas entre sí, lo mismo habría ocurrido i se hubiera tratado de monarquías…

El verdadero enemigo: no Estados Unidos, sino los ilustrados “modernos”

En este contexto, el Memorial (verdadero o falso) no debería ser leído como una crítica a Estados Unidos —el supuesto “coloso del norte”—, sino como una prueba del modo en que las élites españolas, infectadas de ideas extranjerizantes, se convirtieron en agentes de debilitamiento interno. Aranda no propone combatir a Estados Unidos ni organizar una defensa efectiva frente a su expansión territorial o ideológica; lo que propone es claudicar antes de que sea demasiado tarde, cediendo en lo esencial para preservar lo accesorio.

Más aún, su visión de América está teñida de un paternalismo típicamente ilustrado y francés. Considera que los criollos no podrán gobernarse solos sin caer en la anarquía, pero al mismo tiempo reconoce que el vínculo con España es insostenible. El remedio no es fortalecer la hispanidad, sino reemplazarla por una suerte de modelo francés trasplantado, donde monarquías “locales” con sangre borbónica administren lo que antes era una unidad imperial. Esa solución revela la mentalidad de un ilustrado que cree más en la dinastía que en la nación, y que prefiere reorganizar los restos del imperio al modo francés antes que defender la integridad de España y sus territorios.

«Zaragoza – Conde Aranda01» by Ecelan is licensed under CC BY-SA 4.0

La ironía de su uso posterior: patriotas que citan traidores

La mayor paradoja de este Memorial es su uso contemporáneo por parte de sectores que se autodenominan patriotas, católicos o panhispanistas, quienes lo citan como prueba de que “ya se sabía” que Estados Unidos sería un enemigo de Hispanoamérica. Esta interpretación omite lo más grave: que la advertencia —si realmente fue pronunciada— provino de uno de los personajes más identificados con el afrancesamiento. Un hombre que no sólo no creía en España como nación espiritual y cultural, sino que trabajaba activamente para transformar el Imperio en una réplica de las luces parisinas.

En otras palabras, el Memorial no constituye una muestra de previsión política, sino el testimonio de una claudicación. No refleja una defensa de la soberanía hispánica, sino el intento de adaptar el cuerpo moribundo del imperio a las nuevas modas del siglo. Si Aranda teme a Estados Unidos, no es porque quiera detener su expansión, sino porque es consciente de que España, debilitada por sus propias reformas “modernas”, ya no tiene fuerzas para resistir. Su solución no es enfrentarse, sino ceder con elegancia.

Conviene, además, subrayar que en tiempos de Aranda faltaban dos ingredientes fundamentales que hicieron de Estados Unidos un enemigo triunfante de sus antiguos aliados: los novohispanos, quienes más que los peninsulares pusieron las armas, los hombres y el dinero que aseguraron la independencia norteamericana. El primero de estos elementos fue la derrota de Estados Unidos a manos de Inglaterra en 1818, que funcionó como una especie de reconquista por parte de la vieja metrópoli. El segundo, el caos armado provocado por los independentistas en Nueva España, que terminó convirtiéndola en esa suerte de Estado fallido que fue —y sigue siendo en muchos aspectos— México desde su nacimiento. Estos elementos, cruciales para entender la historia posterior, no podían ser previstos ni siquiera por un Aranda transfigurado en Nostradamus.

Un texto útil… como advertencia sobre los enemigos internos

Paradójicamente, el Memorial del Conde de Aranda —aun en caso de ser auténtico— nos resulta hoy más útil como evidencia de cómo la traición a la hispanidad nació desde dentro, incubada en los salones ilustrados de Madrid y París. Nos recuerda que el mayor peligro para una nación no son las amenazas externas, sino las ideas importadas que minan su autoestima y disuelven su proyecto histórico.

Aranda, como tantos afrancesados, no fue un reformista: fue un desmantelador de la España tradicional en nombre de un cosmopolitismo que nunca nos perteneció. El Memorial es un monumento a ese error. Más que una advertencia profética, es un epitafio.

Nota:

* 1783. Dictamen reservado que el Excelentísimo Señor Conde de Aranda dio al Rey Carlos III sobre la independencia de las colonias inglesas después de haber hecho el tratado de paz ajustado en París. Fuente: memoriapoliticademexico.org

Carlos M. Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.

”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”

Redacción de Cuba Nuestra
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