Por Ulises F. Prieto
La palabra responsabilidad nos recuerda la respuesta que algún día tendremos que dar. He leído el artículo de Gloria Chávez en ZoePost sobre Borges. Magnífico. Ningún escritor me ha impactado más que Jorge Luís Borges. Los que leemos en español hemos tenido la suerte o la Gracia de que una de las mejores plumas de los siglos haya usado nuestro idioma para desparramar su arte. Pero hay un peligro. Todo gran autor, quiéralo o no, nos tienta a que lo tomemos como referente moral. Borges, en particular, fue alguien que quiso ser muchos Borges, y como era escritor, lo logró. ¿Cuál de los Borges escogeríamos de referente?
Cada autor se debate entre dos deseos irreconciliables: uno es que su nombre sea recordado, y así amado más allá de la verja del jardín, y el otro es que su obra sea cantada sin la memoria de quien la compuso, como aquellas coplas que llamamos populares, porque parecen tan naturales como las flores o los frutos. Así citamos a Darío, a veces sin saber quién era. Borges jugaba (jugar es el verbo correcto) a diluir su identidad. Era vulnerable y cínico, torpe y audaz, olvidadizo y memorioso. Si iba a la Alhambra podía a la vez ser ciego y dar monedas. Era todo a la vez. Su obra aparenta aquel catálogo infinito. El libro de los libros. El cantar de los cantares. ¿Qué respuesta puede dar un hombre que fue tantas cosas? La responsabilidad es un atributo de los individuos adultos, no del Todo, necesariamente infantil.
Algunos nombran a Adolfo Bioy Casares como ese otro que quiso ser Borges. Dicen que porque era más hábil que él seduciendo mujeres. Con ese criterio podrían nombrar a casi cualquier otro varón. Lo cierto es que Borges dio una respuesta explícita cuando le preguntaron que si no hubiera sido Borges, quién habría querido ser. Contestó: “John Lennon”. Ambos eran reflexivamente frívolos, escapaban con respuestas cínicas; pero también tenían diferencias. Una de ellas era que John Lennon sí había logrado casarse con una japonesa realmente fea, a pesar de no ser ciego, mientras que Borges sólo alcanzó a una sucedánea de japonesa, que además es bella. Debe de haber alguna relación entre ese talento pueril, e intentar alguna japonesa. Estoy pensando en Lennon, Borges y Sánchez Dragó.
Hay filmada una larga conversación entre Octavio Paz, Jorge Luis Borges y un entonces joven Salvador Elizondo. Fue en México. Borges propuso un verso persa, que según él, merecía ser japonés: “Luna, espejo del Tiempo”. Delicioso. Ciertamente se atropellan las imágenes. El reflejo temblando al besar su Luna. Desdémona cantando mientras se peina, y el Tiempo detenido frente a su ritmo. La Luna, imperturbablemente cambiando sus fases, mientras refleja las angustias de las generaciones. No sabes si la Luna refleja al Tiempo, el Tiempo al Espejo, o el Espejo a la Luna. Se intuye que de aquel verso brota todo Borges. Todos los Borges, que su nombre termina en S.
En un momento, a propósito de un verso de Valerie, Borges desliza una reflexión: “¡Qué raro! Hay países que no han sentido el mar. España, por ejemplo. Hay países que lo han sentido: Portugal, Inglaterra, los escandinavos… Los españoles, nunca”. Si alguno de los presentes hubiera intentado discutir aquella afirmación gratuita, dicha en el idioma español que llevaron navegantes al lugar donde se dijo, Borges nos hubiera conducido a la cacofonía del sentido de la palabra sentir. Sin embargo, fuera de aquella conversación, le escuchamos reprocharle a Miguel Ángel Asturias, que rechazara la tradición española: “Si eres un indio- decía Borges-, renuncia a escribir en mi lengua”. Así son los poetas, cubren el mundo con todas sus opiniones. Son espejos, lunas y tiempos, y además el reflejo de ellos tres. No tienen que ser coherentes, simplemente poetas. Suerte para los argentinos que no están condenados a descubrir lo que soñó Borges.
Escribió, que al igual que Ulises nunca abandonó Ítaca, todos sus viajes por Europa fueron ilusorios. Siempre estuvo en Buenos Aires. Pero luego, frente a los británicos, se sacudió con aquella frase que Gloria menciona en su artículo: “son dos calvos peleándose por un peine”. Había comprado la ética utilitaria con que los británicos han neutralizado a sus rivales. La pregunta no es si a los calvos les hace falta un peine, sino de quién era el peine. Pero Borges decidió esa vez ser moderno. Platón expulsaría a los poetas de la República, cuando él mismo era un gran escritor. Platón llegó antes.
Ulises F. Prieto es Profesor de Matemáticas y escritor.
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