Sociedad

Sexo, sangre y patria: la bigamia nazi y un posible eco islámico

Por Carlos Manuel Estefanía.

Cuando se piensa en el Tercer Reich, la imagen que viene a la mente suele estar dominada por desfiles marciales, propaganda antisemita, campos de concentración y la sombra de una maquinaria bélica devastadora. Sin embargo, menos exploradas —y no por ello menos reveladoras— son las prácticas privadas, íntimas, aquellas que escapan del archivo militar para filtrarse en la cama, en la familia, en la reproducción misma. Una de esas prácticas fue la bigamia tolerada e incluso promovida por sectores del régimen nazi, siempre que respondiera a los intereses raciales del Estado.

Gracias a la historiadora Elissa Mailänder, que ha escarbado con lucidez en este terreno en su artículo “Masters of Sex?”, conocemos el caso emblemático de un profesor universitario alemán que, durante la era nazi, vivió abiertamente en un régimen de bigamia patriótica, procreando hijos con dos mujeres distintas y conviviendo con ambas en una suerte de trinidad doméstica al servicio del Volk.

Otto M fue un ciudadano ejemplar de la Alemania nazi. Como miembro de las SA (Sturmabteilung) y académico especializado en medicina vegetal en la Universidad de Kiel, su trabajo captó el interés del régimen. Mientras la purga política y racial desmantelaba a la mitad del personal docente de su universidad, Otto M no solo mantuvo su puesto, sino que recibió múltiples becas de investigación y ascensos. Paralelamente, según documenta Mailänder, llevaba una vida privada en la que no solo era un bigamista declarado, sino también entusiasta. Su historia y la de sus dos compañeras, cuyos nombres se mantienen parcialmente anónimos debido a las leyes de privacidad alemanas, revela el impacto insospechado que las nociones nazis de pureza racial podían tener en la organización familiar.

Para entender por qué el régimen podía tolerar —y en algunos casos hasta celebrar— esta forma de vida, hay que mirar su obsesión con la biología y la demografía. El trauma demográfico dejado por la Primera Guerra Mundial generó en Alemania un miedo profundo a la despoblación. A eso se sumaba una ideología racial que convertía cada vientre ario en un instrumento de guerra demográfica. Como señala Mailänder, el profesor M defendía que su doble familia era una expresión de compromiso racial con Alemania. No se trataba de un libertino, sino de un «soldado de la procreación» dispuesto a multiplicarse por el bien de la patria.

Y no estaba solo. Heinrich Himmler, comandante de las SS, llevaba él mismo una vida doble, manteniendo una esposa oficial y una amante con la que tuvo hijos fuera del matrimonio. Esta práctica, lejos de ser censurada, era coherente con el proyecto Lebensborn, que buscaba criar niños arios en instalaciones especiales y fomentaba nacimientos extramatrimoniales entre miembros selectos de las SS y mujeres consideradas genéticamente aptas.

A la luz de este contexto, la bigamia de M no era una perversión, sino una forma de servicio racial. Por eso fue ascendido, protegido y financiado por el Estado. Solo en la Alemania democrática de la posguerra —ya liberada del yugo nacionalsocialista— su estilo de vida fue considerado problemático. Irónicamente, fue juzgado no por sus lazos con el nazismo, sino por mantener una estructura familiar que desafiaba las convenciones cristianas burguesas restauradas tras 1945.

«Dan Hadani collection (990044940980205171)» by Israel Press and Photo Agency (I.P.P.A.) photographer is licensed under CC BY 4.0

Aquí, como autor, me permito una hipótesis que va más allá de lo documentado por Mailänder: ¿y si esta tolerancia nazi a la poligamia —justificada por motivos raciales y utilitarios— no fuese una simple creación occidental, sino que resonara con modelos foráneos, en particular con el legado islámico?

La idea gana sentido si consideramos que el Tercer Reich mantuvo estrechas alianzas con líderes y comunidades musulmanas, tanto en los Balcanes —como la División SS Handschar, compuesta por musulmanes bosnios— como en las colonias británicas, donde sectores islámicos vieron en el nazismo un posible aliado contra el colonialismo europeo.

Más allá de lo táctico, ciertas estructuras patriarcales y pronatalistas del islam clásico podrían haber inspirado, o al menos reforzado, modelos similares en la visión nazi de la familia. No se trataba de una imitación explícita, sino de una convergencia funcional de valores: la exaltación de la masculinidad fértil, la subordinación reproductiva de la mujer, y la justificación moral de la multiplicación familiar en clave colectiva.

Ambas ideologías —el islam tradicional y el nacionalsocialismo— compartían un rechazo al igualitarismo moderno, una exaltación del rol biológico de la mujer y una organización jerárquica del núcleo familiar. El hombre fuerte, fecundo, capaz de mantener y disciplinar múltiples mujeres, aparece en ambas tradiciones como ideal de virilidad.

El profesor M no era un Don Juan ni un transgresor en el sentido moderno. Era, como él mismo afirmaba, un servidor del pueblo alemán desde su laboratorio, su cátedra y su cama. Su cuerpo y el de sus dos compañeras formaban un microcosmos del proyecto nazi: orden, disciplina, fecundidad, subordinación de la vida privada al destino colectivo. Como revela Mailänder, sus vecinos no lo entendían. En la pequeña aldea donde intentó instalar su familia múltiple, fue rechazado por inmoralidad. Pero para el Estado, su conducta era ejemplar: una forma de cumplir el mandato biopolítico del Führer.

Esa vida fue posible no en los márgenes del nazismo, sino en su centro académico y científico. M era profesor universitario, funcionario público, referente científico. Su bigamia no fue tolerada a pesar de su cargo, sino posiblemente gracias a él. Y lo fue, quizás, porque ese régimen, aunque envuelto en retórica nórdica, bebía de múltiples fuentes culturales que reforzaban su modelo patriarcal, incluyendo, por qué no, la tradición islámica de familia extendida, adoptada por muchos de sus aliados más devotos en Bosnia y otras regiones musulmanas bajo influencia alemana.

La historia de la bigamia nazi, lejos de ser una curiosidad marginal, nos recuerda hasta qué punto un régimen totalitario puede moldear la intimidad en función de su ideología. Nos habla de cómo el sexo y la reproducción pueden ser convertidos en instrumentos del poder. Y nos advierte que la defensa de valores como la libertad sexual, la autonomía familiar o la igualdad de género no es solo una cuestión privada, sino un acto político, que puede ser interpretado, fomentado o frenado por el poder,  sea totalitario o no.

Al explorar estas conexiones entre nazismo, bigamia y modelos extrajudeocristianos de organización familiar, abrimos nuevas puertas para entender cómo el autoritarismo puede adoptar formas inesperadas, incluyendo aquellas que, en apariencia, no tienen nada que ver con su cultura de origen.

Fuente:
Mailänder, Elissa. “Masters of Sex? Nazism, Bigamy, and a University Professor’s Fight with Society and the State (1930–1970).” Journal of the History of Ideas, Vol. 82, No. 1 (2021): pp. 109–132. University of Pennsylvania Press.

Carlos M. Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.

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