Por María Maier.
Netflix me tiene verdaderamente muy contenta en esta pandemia. A partir del despiporre de Tiger King, al que encontré adorable en el fondo y en la forma en la que pidió al mismísimo Donald Trump que le perdonase la condena, la plataforma me ha tenido en vilo. Otro que tal baila ha sido el documental sobre Jeffrey Epstein, bastante tramposo pues los escritores de suspense, James Patterson y John Connolly, guionizan toda esa melé sacando los trapos sucios sobre cómo era el modus operandi utilizado por él y su novia Ghislaine Maxwell, de tal manera que salpicase a Trump y ensuciara su carrera para renovar su mandato en la Casa Blanca. Tramposos porque todos sabemos que el que no salía de esa “isla de las orgías”, era uno de los demócratas más viciosos que ha habido, Bill Clinton. A Kennedy le perdono porque tenía, al menos, mejor gusto.
Otra de las bondades que están ofreciendo las plataformas son las series de pocos capítulos e, incluso, aquellas que van a capitulo semanal, como estábamos acostumbrados hasta hace poco en las televisiones. A mí lo de merendarme una serie no me va porque me encanta racionarme la diversión y más con los tiempos que corren para abstraerse de la realidad. Ya me gustaría ser como el “critico de cine” que tenemos en la vicepresidencia, Pablo Iglesias, que se cree que es Carlos Boyero y que sus opiniones van a misa para ver mil y una series pero claro, una tiene que vivir.
La última serie que me ha enganchado ha sido The Queen’s Gambit (Gambito de Reina), que ha vuelto a hacer “cool” que todos queramos volver a jugar ajedrez y nos dejemos de hacer las monerías del TikTok o Reels que nos tienen pegados a las pantallas, por un ratito. Con esa estética a lo Mad Men que nos gustaba y saber que el propio Kasparov ha sido consultado, disfrutas de la acción tan trepidante muchísimo mejor. La actriz, Anya Taylor-Joy, es el empoderamiento que tan machaconamente nos intentan colar en las series, pero hecho elegancia, digno de un anuncio de coches. Lo mejor para mi gusto es que muchos de vosotros os habréis fijado que dos de los oponentes contra quien juega, Beth Harmon, son los actores, Thomas Brodie-Sangster y Harry Melling. El primero os sonará porque es el niño de la comedia Love Actually y el segundo es el regordete que hace de Dudley Dursley en la saga Harry Potter, que ahora está más delgado.
Lo dicho, solo espero que para las Navidades, vuelvan a venderse tableros de ajedrez, que son tan bellos y que no me entere yo que sea una aplicación en el móvil o tableta pues me obligarías a ponerme como la Reina de Alicia en el País de las Maravillas: “…Que les corten, la cabeza…”. Si os ha gustado esta serie os recomiendo las películas “El caso Fischer” (The Pawn Sacrifice) y “En busca de Bobby Fischer”, para paliar el mono.
María Maier es socióloga amante de la tecnología y el buen gusto.
Excelente serie
Tengo varios comentarios.
El personaje es ficticio, pero lo que no entiendo es como ella solo podia concentrarce y jugar el ajedrez bajo las influencias de barbituricos.
El otro dato es el roll de una mujer afroamericana (negra) , como acumulo todo esa cantidad de dinero para ir a la escuela de leyes y lo mejor se lo dio a su amiga del orfanato para lograr sus sueños.
Es dificil conseguir seres altruistas y buenos.
La serie me agarro y la disfrute en dos dias.
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