Por Zoé Valdés/Diario Las Américas.
El viaje hacia la imagen, en su caso, está armado con retazos, con trozos de puentes, de tejidos acuosos, que se han ido entremezclando mediante la inventiva y la perspectiva de un trasfondo piranésico. Rodríguez Calero amanece en los grises de Piranesi y va mutando a sus anocheceres coloridos, más verdecidos que azulados. Y, al igual que en Piranesi, la estampa es mucho más compleja en el arte de desarmarla, desfragmentarla, que en la impresión per se.
En la ambición pura de la artista que es Rodríguez Calero podemos percibir que la función de la ruptura constituye un paso más radical hacia la revelación de una tradición, que la trasciende y que la ampara. En esa protección conseguimos una promesa de duda, no tanto de respuesta. Rodríguez Calero se siente más deudora de la duda, pendiente del acertijo, que reafirmada en la promesa de una percepción.
Piranesi tenía veinte años cuando en septiembre u octubre de 1740 viajó a Roma por primera vez como parte de la comitiva del embajador de Venecia, se dirigía a presentar credenciales al nuevo Papa. También yo con un poco más de edad caí en Nueva Jersey, ahí conocí brevemente a Rodríguez Calero. Recuerdo a una persona silenciosa, casi papal, parecía que levitaba en una abstracción vaticana; su aparente distancia me sedujo, como su obra tan cercana. Entonces percibí el contorno de los emblemáticos trazos en el ambiente penumbroso, como mismo ahora advierto su pintura: el abanico se abre con la ayuda de la yema de unos frágiles dedos y el reguero de esquirlas renace del entramado entre la tela y las varillas, van conformándose desde un rostro o desde una figura clásica de la pintura, hacia la información que erudita bordea los círculos del saber.
Rodríguez Calero es la maestría y la habilidad reunidos en un mismo individuo, en un ser platónico, doble, que rodando en sucesivas vueltas de carnera imita el acto de alcanzar y atrapar la luz, el resplandor único que abrasa, que quema porque crea. Toda creación resulta una intensa quemadura bajo hierro candente. Toda creación deja al nigromante en carne viva. Rodríguez Calero es alquimista, de la piel del lienzo, del sudor del papel, extrae el oro que anida en los sentidos…
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