Política

¿Revolución nacional capitalista o retorno a la xenofobia? El caso de Isidro Pérez

Por Carlos M. Estefanía.

En un país que se enorgullece de ser faro de libertad y justicia, Isidro Pérez murió como mueren los olvidados: solo, enfermo y lejos de todo. Sucedió en el Centro de Procesamiento de Servicios de Krome, Miami, una suerte de limbo moderno donde los papeles valen más que las personas. Su muerte, silenciada por los grandes medios, debería hacer tambalear la conciencia de cualquiera que aún crea que la dignidad humana no es negociable.

Isidro era cubano. Llegó a Estados Unidos en 1966, a los 16 años, con un parole que lo colocó en la categoría de “bienvenido pero no del todo”. Vivió casi seis décadas en tierra estadounidense, con trabajos duros y honestos: pescador, mecánico, reparador de botes en los Cayos. Nunca regularizó del todo su estatus migratorio, pero formó parte del tejido vivo del país. En los años ochenta fue arrestado por posesión de marihuana en una lancha: una causa de 1981 que le costó año y medio de prisión y dos de libertad condicional. Pero según su familia, ese golpe lo transformó. Salió con otra mentalidad. Se enfocó en trabajar, en ayudar a otros, incluso a animales callejeros. Un hombre que, sin papeles, no dejó de aportar.

Cuarenta años después, ese episodio fue desempolvado por ICE, como si el tiempo no existiera. El 5 de junio de 2025, Isidro fue detenido y acusado de “inadmisibilidad” bajo la Ley de Inmigración y Nacionalidad. El 6 de junio ingresó a Krome, a pesar de su precario estado de salud: corazón enfermo, movilidad limitada, achaques de los 75 años. Su ex pareja, María Alaniz, denunció que no le dieron la medicación que necesitaba. Se quejaba del frío extremo, del hacinamiento. Dormía sobre concreto, sin manta, en una celda apodada «la congeladora». El infierno helado de Kafka con aire acondicionado.

El 17 de junio, aún bajo custodia, fue trasladado al hospital por un episodio de angina inestable. Ocho días después, lo devolvieron a Krome. El 26 de junio volvió a quejarse de dolor en el pecho. Según ICE, fue reanimado y trasladado al Hospital HCA Kendall, donde murió a las 8:42 p.m. por complicaciones cardíacas. Décimo tercera muerte bajo custodia de ICE en el año fiscal. ¿Cuántas más hacen falta para que dejemos de hablar de “casos aislados”?

No fue una excepción. Fue un síntoma.

Lo de Isidro no fue un error administrativo ni una tragedia accidental. Fue un reflejo nítido de una estructura institucional que ha perdido la brújula moral. ICE actúa como un poder paralelo: ejecuta sin piedad, con un legalismo robótico que, bajo el pretexto de proteger a la nación, la desangra lentamente.

El centro de detención de Krome ha acumulado denuncias por años. Americans for Immigrant Justice ha documentado condiciones indignas: sobrepoblación (hasta tres veces la capacidad), luces encendidas toda la noche, pisos fríos, duchas inalcanzables, atención médica negada. Ni hablar del aislamiento, la falta de contacto con abogados o familiares. La propia Oficina de Responsabilidad Profesional de ICE ha confirmado muchas de estas fallas, pero nada cambia.

Algunos reclusos, en un gesto desesperado, llegaron a formar con objetos la palabra “S.O.S.” visible desde el aire. Pero no hay satélite moral que capte ese mensaje.

¿Quién traiciona a quién?

Aquí la pregunta ya no es jurídica, sino política: ¿es ICE un agente infiltrado que sabotea los intentos del trumpismo por restaurar una nación fuerte, o es, más bien, la encarnación más brutal de su ideología? ¿Se trata de una “revolución nacional capitalista” que devora a sus hijos no documentados, o estamos presenciando una vuelta al tribalismo xenófobo con una bandera y una oficina federal?

Trump prometió restaurar la soberanía y la grandeza americana. Pero si esa restauración se encarna en viejos maltratados en celdas congeladas, hay algo profundamente podrido en el relato. Esto no se trata de abrir las fronteras de par en par. Se trata de no cerrar el alma. De no convertir la justicia en tortura legal.

¿Es justo deportar a un hombre de 75 años a una isla que no pisa desde que tenía 16? ¿Es patriótico tratar como basura a quienes han sostenido partes enteras de la economía informal del país?

La lógica del descarte

Hay algo más oscuro que la negligencia. Lo de Isidro parece parte de una lógica fría, deliberada. Un desprecio sistemático hacia el latino pobre, hacia el hispano sin papeles, hacia ese inmigrante que no cabe en la narrativa del “inmigrante ejemplar”. El legalismo, en este contexto, opera como cuchilla: limpia, exacta, despiadada.

Con cada muerte innecesaria bajo custodia, se erosiona un poco más la base moral del proyecto nacional. La grandeza de una nación no se mide por los muros que construye, sino por cómo trata a los más débiles cuando nadie los está mirando.

Si el trumpismo quiere trascender el griterío electoral y convertirse en algo real, deberá enfrentarse a este espejo. Porque detrás del espejo está Isidro. Y no está solo.

Un nombre, un símbolo

Isidro Pérez no es solo un nombre en un expediente. Es un espejo que nadie quiere mirar. Representa lo que sucede cuando la burocracia se convierte en verdugo, cuando el nacionalismo olvida al pueblo que lo hace posible, en este caso esa comunidad hispana, con papeles o sin ellos, sin la cual los Estados Unidos de Norteamérica, tal y como es hoy, resultaría inimaginable..

Nos recuerda que sin compasión, no hay justicia. Y sin justicia, no hay nación que valga la pena.

Carlos M. Estefanía es un ciudadano cubano radicado en Suecia.

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One Comment

  1. MercedesEleine

    Me quito el sombrero ante esta magnífica crónica-denuncia develatoria de una situación que tiende a normalizarse en el país más democrático del mundo mundial.

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