Por Carlos Manuel Estefanía.
Hoy más que nunca, el análisis de las relaciones internacionales cobra una relevancia vital, especialmente en un contexto donde el conflicto entre Rusia y Ucrania amenaza con escalar a una crisis global. Ante esta posibilidad, es imprescindible que reflexionemos sobre algunos aspectos claves de este complejo entramado mundial, abordándolos no solo desde una perspectiva académica, sino también con una dosis de sentido común.
Las relaciones internacionales, como disciplina, abarcan múltiples facetas y requieren un análisis detallado de los factores que moldean las dinámicas globales. Un elemento fundamental en estas relaciones es el poder de los estados, que suele medirse por sus recursos económicos y capacidades militares. Un ejemplo claro es el papel de Estados Unidos en la política mundial, donde su economía robusta y su supremacía militar han sido factores clave en su influencia global. Al mismo tiempo, la emergencia de China en ambos campos nos lleva a pensar en el posible retorno de la bipolaridad que caracterizó al mundo en los tiempos de la Guerra Fría.
Sin embargo, no podemos ignorar la importancia de las organizaciones internacionales, como la ONU o la Unión Europea, que ofrecen espacios para la cooperación, la diplomacia y la resolución de conflictos aunque también para la imposición de ciertas agendas que terminan degradando los valores de las naciones asociadas a ellas, ya sea de sus conceptos tradicionales, ya sobre el modo de resolver los conflictos generados por la coexistencias de diversas minorías étnicas, dialectales o lingüísticas, etc. Uno de los ejemplos más evidentes lo tenemos en el modo en que desde la Unión Europea se fomentan los micro nacionalismos que hoy desgarran a España, o las tiradas de orejas que reciben Polonia y aún más Hungría por hacer prevalecer políticas de familia o reproducción adheridas a sus raíces cristianas. En ocasiones, esta colaboración, aunque parezca bien intencionada, no siempre resulta beneficiosa. Un ejemplo de esto es el Acuerdo de París, cuyo objetivo de limitar el calentamiento global a través de la reducción de emisiones ha actuado, en algunos casos, como un freno para el desarrollo económico. De manera similar, los protocolos internacionales para combatir la pandemia de COVID-19, promovidos con la anuencia de la Organización Mundial de la Salud, incluyeron la rápida aprobación de vacunas que, según investigaciones recientes, podrían causar efectos adversos.
Un claro ejemplo de esto se presenta en una entrevista publicada hace cuatro meses en el canal Presencia Universitaria UAQ, con la doctora Karina Acevedo Whitehouse, académica e investigadora de la Universidad Autónoma de Querétaro. En la conversación, la doctora abordó los efectos adversos de las vacunas contra el COVID-19 basadas en tecnologías de vectores adenovirales, como AstraZeneca y Janssen.
Según Acevedo, algunas de estas vacunas, al introducir información genética en las células, han generado preocupaciones debido a posibles efectos secundarios, entre los que destacan complicaciones como la trombocitopenia trombótica, una condición que puede provocar la formación de coágulos en el cuerpo. Estos riesgos, que ya habían sido advertidos en investigaciones previas a la pandemia, fueron pasados por alto por las instituciones internacionales que asesoraron a los estados en la lucha contra el virus.
En una conferencia posterior, publicada en el canal Fundacion Cáncer Vida, Acevedo Whitehouse ofrece una exhaustiva charla en Santiago de Chile, donde expone losvínculos directos entre las vacunas mencionada y el cáncer. Nada de esto fue previsto por las organizaciones mundiales de la salud encargadas de velar por el bienestar de los estados. Por el contrario, fueron estas las que avalaron y promovieron a nivel internacional el uso de estas “soluciones”. Con esto se expuso la peligrosa permeabilidad que padecen hoy en día los estados en cuanto a la penetración de políticas transnacionales que ponen en peligro a su propia ciudadanía.
Uno de los conceptos más recurrentes en el estudio de las relaciones internacionales es el de “anarquía”, que no se refiere al caos, sino a la ausencia de una autoridad global que regule de forma absoluta el comportamiento de los estados. En este entorno, las naciones actúan en función de sus propios intereses, lo que a menudo genera tensiones y conflictos. Sin embargo, esta misma anarquía fomenta la creación de alianzas estratégicas, ya que la supervivencia en este escenario competitivo depende, en gran medida, de la cooperación.
La historia nos ha mostrado cómo las decisiones de líderes individuales pueden alterar el curso de los acontecimientos mundiales. Desde la política expansionista de Hitler, que desencadenó la Segunda Guerra Mundial, hasta la figura venerada pero también controvertida de Nelson Mandela, cuya trayectoria osciló entre la resistencia armada y la lucha pacífica. No se olvide que a Mandela se le celebra mundialmente como el líder que luchó por los derechos humanos en Sudáfrica, pero es el mismo personaje que no dudó en abrazarse con el dictador cubano Fidel Castro, responsable en Cuba de violaciones similares a las que él había combatido en África.
Otro líder histórico que a menudo se menciona es Mahatma Gandhi, a quien muchos asocian con la independencia pacífica de la India. Sin embargo, pocas veces se considera que su pacifismo estaba dirigido no tanto contra los británicos, sino contra sus propios compatriotas que luchaban armados por una auténtica liberación del colonialismo. Mientras tanto, figuras como Subhas Chandra Bose, que promovió la resistencia armada, han quedado en segundo plano en la narrativa oficial. Bose, con el apoyo de las potencias del Eje, formó el Ejército Nacional Indio y luchó por liberar a la India del dominio británico, aunque su esfuerzo militar no tuvo éxito. A pesar de ello, su lucha inspiró el nacionalismo indio.
En la historia reciente, el legado de Mijaíl Gorbachov también ofrece una lección valiosa. Como líder de la Unión Soviética, su introducción de políticas como la glasnost (apertura) y la perestroika (reestructuración) supuso un punto de inflexión en la Guerra Fría. Estas reformas no solo abrieron el camino a la libertad de expresión en el bloque soviético, sino que también llevaron al fin del control comunista en Europa del Este y, eventualmente, al colapso de la URSS. Aunque Gorbachov pretendía reformar el comunismo, su impacto fue mucho mayor, y su disposición a permitir cambios profundos influyó en la configuración del mundo post-Guerra Fría.
A pesar de su poco uso frente al conflicto ruso-ucraniano vigente, hemos de reconocer que la diplomacia sigue siendo una herramienta clave para evitar conflictos y mantener la paz. Ejemplos sobran, como las cumbres entre Gorbachov y Reagan en los años 80, que contribuyeron al fin de la Guerra Fría, los que de paso muestra cómo las interacciones personales entre líderes pueden tener un efecto profundo en la historia.
Es importante recordar que la política interna de un estado influye directamente en su política exterior. Los gobiernos que enfrentan crisis de legitimidad o inestabilidad económica suelen buscar distracciones externas para desviar la atención de sus problemas, algo común en los regímenes autoritarios como lo era la dictadura militar cuando desata la llamada Guerra de las Malvinas. Evento que tuvo lugar entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982. Este conflicto se libró entre Argentina y el Reino Unido por la soberanía de las Islas Malvinas (Falkland Islands). La guerra culminó con la rendición de las fuerzas argentinas y el restablecimiento del control británico sobre las islas.
Se afirma que las democracias, en cambio, rara vez se enzarzan en conflictos entre ellas, dando lugar a lo que se conoce como la “paz democrática”. Este fenómeno subraya la importancia de la gobernabilidad interna en el comportamiento internacional de los estados. Sin embargo,esto ni impide la disposición de esas mismas democracias a entra en guerra con otros regímenes, muchas veces sin haber sido atacadas por ellos.
A lo largo de la historia, ha habido varios conflictos armados iniciados por democracias sin que estas fueran atacadas directamente. A continuación, se presentan algunos ejemplos destacados.
Uno de los casos más notorios es la Guerra de Irak en 2003. Esta invasión fue liderada por Estados Unidos, junto con el Reino Unido y otros aliados. La justificación para este conflicto se basó en la supuesta posesión de armas de destrucción masiva por parte de Irak y en la necesidad de derrocar al dictador Saddam Hussein. Sin embargo, es importante señalar que no hubo un ataque directo contra Estados Unidos ni sus aliados que justificara tal intervención militar.
Otro ejemplo relevante es la Guerra de Vietnam, que se desarrolló entre 1955 y 1975. En este caso, Estados Unidos decidió intervenir en Vietnam del Sur con el objetivo de detener la expansión del comunismo en el sudeste asiático. Esta intervención marcó el inicio de un conflicto prolongado, a pesar de que Vietnam del Norte no había atacado directamente a Estados Unidos.
La intervención en Libia en 2011 también es un ejemplo significativo. Francia y el Reino Unido, junto con otros países, llevaron a cabo una operación militar bajo el mandato de la ONU. El objetivo era proteger a los civiles durante la guerra civil en Libia, aunque el país no había atacado a ninguna de estas naciones.
Similarmente, desde 2014, Estados Unidos y sus aliados han llevado a cabo ataques aéreos en Siria. Estas acciones se dirigieron principalmente contra el Estado Islámico y, en ocasiones, contra el régimen de Bashar al-Assad. De nuevo, estas intervenciones se produjeron sin un ataque directo contra los países involucrados.
Por último, la Guerra de Corea (1950-1953) es otro ejemplo relevante. A pesar de que Corea del Sur fue invadida por Corea del Norte, la intervención de Estados Unidos y otras naciones bajo la bandera de la ONU se centró en la contención del comunismo, y no en una agresión directa contra ellas.
Estos ejemplos ilustran cómo las democracias pueden verse involucradas en conflictos bélicos motivados por razones geopolíticas, ideológicas o humanitarias, a menudo sin haber sido provocadas por un ataque directo.
Además de los actores estatales, las empresas multinacionales y las ONG también juegan un papel influyente en las relaciones internacionales. Las primeras, como la industria militar en Estados Unidos, pueden ejercer una presión significativa para incrementar el gasto en defensa, mientras que las ONG, como Amnistía Internacional o Greenpeace, han sido claves en la defensa de los derechos humanos y el medio ambiente, respectivamente.
En algunos casos, las intervenciones militares extranjeras han tenido consecuencias devastadoras. Ejemplos como Somalia o Haití demuestran que la injerencia extranjera a menudo empeora las condiciones, en lugar de mejorarlas. Otros casos, como Irak y Libia, ilustran cómo el derrocamiento de regímenes puede dejar un vacío de poder difícil de llenar.
Finalmente, la reputación de un estado en la arena internacional juega un rol fundamental. La invasión rusa de Ucrania en 2022 afectó gravemente la imagen de Moscú, resultando en sanciones económicas y un aislamiento político significativo. Del mismo modo, las sanciones a Irán han sido una estrategia de presión para detener su programa nuclear.
En conclusión, las relaciones internacionales son un entramado complejo donde interactúan actores estatales y no estatales, intereses económicos, diplomáticos y valores culturales. Para entender mejor el mundo en el que vivimos, es necesario un análisis que abarque la historia, la economía y la política. Hoy más que nunca, tenemos la responsabilidad de reflexionar sobre estas dinámicas, no solo como un ejercicio académico, sino como ciudadanos de un mundo interconectado.
Carlos M. Estefanía Aulet.
Redacción de Cuba Nuestra
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