Por Lucimey Lima Pérez.
Ingerir alimentos cuando tenemos hambre y nuestro organismo amerita la entrada de nutrientes es una necesidad y un placer. Además, el entorno que envuelve las comidas tiene un componente solidario, afectivo, ritual y maravilloso. Cuando hemos aprendido a tener nuestros horarios de consumo de alimentos, disfrutamos la compañía y alabamos a los hacedores de esas maravillas. Me atrevo a mencionar un congrís (moros y cristianos) con carne ripiada, plátanos fritos (prefiero los verdes) y unas lechuguitas frescas. No puedo negar que me encanta un pabellón criollo a lo venezolano, arroz blanco, carne mechada, tajadas de plátano maduro, qué delicias… No son comilona, ni pretendo, pero disfruto de la buena comida, así como un asado australiano con papas y varias ensaladas. No comento más porque casi haría un libro de cocina internacional… Ni les cuento.
Conversemos, pues, sobre los trastornos de la conducta alimentaria. Y empecemos por bulimia. La persona que la padece presenta un patrón de ingesta caracterizado por atracones, muy frecuentemente a escondidas, que pueden permanecer como tales o seguidos de vomitivos o purgantes. Por supuesto que es un desajuste funcional de alto nivel, y todo el metabolismo se encuentra afectado por el trastorno.
La persona trata de compensar sus dolorosas emociones con la ingesta de alimentos sin un patrón adecuado nutricional. Confieso que son muy difíciles de tratar, pero no imposible. El primer paso, como en todos los desórdenes mentales, es ir a la consulta. Luego vienen períodos muy álgidos, que consisten en el mantenimiento de la terapia.
El conocimiento y la revisión de los patrones alimentarios de la infancia repercuten en conductas posteriores, pero también las vivencias estresantes de vida, en las que las deficiencias afectivas sean sustituidas por una ingesta inadecuada, compulsiva y hasta adictiva es una realidad.
Si bien el disfrute por la buena comida es una gloria, el exceso es un deterioro, tanto físico como emocional. La vigilancia debe ser estricta y condescendiente, porque es una persona afectada, pero la mal ayuda de cómplices es fatal. Me refiero a algunos casos en los cuales algún miembro de la familia supla alimentos extras y la persona en cuestión que pareciera ingerir adecuadamente en la mesa familiar.
Estamos, pues, ante un problema individual y también sistémico, con mal soporte de miembros del entorno que no colaboran.
Seamos conscientes.
Lucimey Lima Pérez. Psiquiatra, Psicoterapeuta, Neurocientífico
Investigador Titular Emérito del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC)
Especialista en Psicoterapia y Educador en CatholicCare, Hobart, Tasmania, Australia
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