Por Ulises F. Prieto.
Las palabras siempre salen en ráfagas. El autor pasa horas pertrechado tras la pantalla, atento a la inacción hasta que encuentra el objetivo. Se enfoca en él, y comienza el martilleo de las teclas. Por más entrenamiento o experiencia que uno tenga, a la hora de actuar, sólo se cuenta con los instintos. Podrás tener compañía a tu alrededor, pero ahora estás solo. Alguna vez escuché a Armando de Armas, tal vez influido por su apellido y su oficio de escritor, relacionar al arte de escribir con el de matar. Los mejores guerreros fueron sus propios cronistas. Al mejor novelista no se le gastó la mano por el ejercicio de escribir, sino por el de combatir. En los tiempos en que se mataba con florete, que es cómo hacer trazos en el aire y en la carne, la escritura era una esgrima de tinta roja y de pluma elegante. Luego las ametralladoras nos llegaron con el traqueteo de las máquinas de escribir y de los teletipos en las corresponsalías de los periódicos. Hay alguna razón por la que los cubanos preferimos decir fusilar en vez de plagiar. Tal vez este escrito no sea más que un mero fusilamiento.
Mi casa en La Habana era lúgubre. Cada vez que se enumere todo aquello que parezca dañino para vivir, todavía quedará algo insalubre por mencionar de mi casa. Intenté arreglar mi vista escribiendo en las paredes poemas de Paul Éluard, pero me levantaba con el moho desfigurando el saludo y la despedida: “Adiós, Tristeza. Buenos días, Tristeza”. El moho era permanente.
– Me prestas el poemario de Paul Éluard para copiarlo.- Un día me visitó Tristeza. Un amigo. Tristeza era su nómbrete.
– ¿Vas a fusilar al libro con tus propias manos? – Intenté una broma. En este punto de la conversación, casi al inicio, no sabía que aquella pregunta podría interpretarse sádica.
Mi amigo replicó con desgano mi sonrisa, pero me siguió la corriente:
– Ya tú los has fusilado contra la pared.- No deberíamos usar el verbo fusilar para referir la copia de un libro, sino el de copular, porque los libros cuando se copian en vez de morir se reproducen. ¿De qué te ríes? ¿Otra vez hay algo de Borges en lo que dije?
– Prefiero decir que fusilas a Borges y no que lo cópulas.
Por fin, después de tanto tiempo, nos reímos sinceramente. Llevábamos semanas hablando del mal de amores. Pasaba horas escuchando a mi amigo hablar de aquella joven que recién lo había abandonado. Bueno, ya no era tan reciente. Por entonces yo también sufría de un largo desamor. Aquella vez le dije:
– Antes tenía la certeza de que sufrir por amor era un lujo que no nos podíamos permitir los muertos de hambre. Lo de muerto de hambre es casi literal. A mitad de mes mi refrigerador se queda vacío. En un par de días ya empiezo a ver y a oír el desmayo. Entonces debo concentrarme. Con mis pocas hemoglobinas, pienso en encontrar comida en alguna parte de la ciudad, antes de quedarme totalmente sin fuerzas. Debo visitar un punto donde me fían jabón. Luego recorro la ciudad en bicicleta vendiéndolo, y cuando ya tengo suficiente dinero, pedaleo hasta otra parte donde me venden unas cuantas libras de frijoles. Con suerte, llego a casa antes de que corten la luz, y conecto la hornilla para comer antes del amanecer. Siempre logro concentrarme, pero aún antes de empezar, todavía tengo espacio para angustiarme por ella y mi despecho.
– Mi vida no es mejor que la tuya. – Insistía Tristeza.
– Pero vives con tu familia. La familia siempre es un apoyo. Yo me las tengo que arreglar solo.- Exactamente, no tienes que hacerte cargo de más nadie que de ti mismo.
– Bueno, pero ellos también se hacen cargo de tus problemas.
– La situación es más complicada.
– Te quejas por vicio, Tristeza. Mírate. Ni siquiera has adelgazado. La Habana parece una colección de huesos vivos andantes, y tú tienes el mismo color y el mismo aspecto. ¿Cuán complicada puede ser tu situación?
– Mi padre está enfermo de los nervios.
– ¡Dios!
– Durante el año 59 él fue el jefe del pelotón de fusilamiento de la Cabaña.
Le alcancé el libro y se lo llevó en silencio. A lo sumo copiará un par de poemas. No le alcanzaría el ánimo para fusilar el poemario entero. Quise interpretar en la enfermedad del padre el peso del arrepentimiento. Hay crímenes que no se pueden pagar. Y lo que es peor, llega hasta sus descendientes. Tal vez la melancolía de aquel mal de amores era una mera subrogación de la culpa que heredó. Quizás aquella herencia infame podría disolverse si su padre decidía suicidarse. En ese momento entendí la Trinidad. Para limpiar el pecado absoluto no era suficiente que sufriera un insigne judío. Tendría que suicidarse Dios mismo. Sin embargo el suicido tendría que ser en conciencia, no por efecto de alguna enfermedad mental.
Meses después Tristeza me devolvió el poemario. Su padre seguía enfermo, y la familia estaba muy ocupada en encontrar las medicinas para la depresión. Años más tarde, tal vez una década, dije delante de él:
– El cubano que aún sea comunista, o es un cretino o es un canalla. Pero pueden ser las dos cosas también.
– Eres un intolerante – me respondió mi amigo. – ¿Te crees en posesión de la verdad? Se puede ser comunista y ser buena persona e inteligente. Mi padre, por ejemplo, no es estúpido ni canalla.
Tristeza no se acordó de aquella confesión sobre su padre, y mucho menos ha tomado consciencia del peso que hereda al defenderlo. Su padre no está arrepentido. Simplemente ve su enfermedad como una lógica consecuencia de las situaciones desagradables que tuvo que ver, como los médicos en el quirófano.
Ulises F. Prieto es Profesor de Matemáticas y escritor.
Noel Morera es un pintor cubano.
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Maravilloso Uli!!!!
Gracias, Maylín. Nos vemos en la Capital.
Cada día me aficiono más a tus lecturas. Gracias.
Todo un halago. Mucho más viniendo de donde viene! Un millón de gracias.