Por Redacción ZoePost.
“Parthenope: los amores de Nápoles” comienza con un breve prólogo en el que somos testigos del nacimiento de una bebé en la costa de Nápoles. Dieciocho años después, a fines de la década del 60, dicha bebé se ha convertido en Parthenope (Dalla Porta), llamada así en honor al nombre original de la ciudad en la que nació. La chica es belleza pura, tanto así que comienza a darse cuenta de lo disruptiva que es, tanto para los locales y hasta amigos como Sandrino (Dario Aita), como para turistas como el escritor americano John Cheever (Gary Oldman).
No obstante, y por más de que los tráilers la quieran vender así, “Parthenope: los amores de Nápoles” no trata sobre una chica bella que intenta seducir hombres. De hecho, la cinta hasta incluye una suerte de triángulo amoroso pseudo-incestuoso (ugh) entre Parthenope, Sandrino y el hermano de la primera, Raimondo (Daniele Rienzo). Pero Sorrentino no está tan interesado en desarrollar dicha relación y sus problemáticas implicancias, si no más bien en explorar las consecuencias de su inevitable implosión. “Parthenope: los amores de Nápoles” no maneja una narrativa clásica, si no más bien se siente como una serie de eventos por los que su protagonista atraviesa, que son afectados y están relacionados al destino de su joven hermano.
Es a través de esos eventos, en todo caso, que la película comienza a transmitir de forma fascinante muchos de sus temas. Puede que Gary Oldman no tenga más que uno notable cameo, pero es su personaje el que logra desarrollar un tono innegable de melancolía, que seguramente viene de parte de un Paolo Sorrentino que, luego de haber regresado a Nápoles con “La mano de Dios”, ahora considera a dicha ciudad de forma más nostálgica y suave. Por ende, tenemos a un John Cheever hablando de sus arrepentimientos de la adolescencia, y negándose a estar con Parthenope no solo porque es un hombre gay, si no también porque se niega a “robarle siquiera un minuto de su juventud”…
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