Por Rolando Morelli.
Muy buenas noches, y bienvenidos a este encuentro especialísimo, con la poesía, en la poesía de Zoé Valdés. Gracias a todos por acompañarnos. Quiero agradecer, asimismo, en mi nombre y en el de las Ediciones La gota de agua , que representamos mi compañero Kurt O. Findeisen, y yo, y a la Maison de l’Amérique Latine, y a la gestión y simpatía de la señora Anne Husson, por propiciar los dos encuentros en los que participamos: el de esta noche, con la poesía de Zoé Valdés, en el cual comparezco como editor, y el que tendrá lugar mañana, en el que ocupo nuevamente este lugar, en la ocasión, en calidad de narrador; más específicamente como novelista, para presentarles mi novela más reciente: Historias que nunca nos contaron, ya disponible en Amazon, y por otros medios, y de la cual contaremos con algunos ejemplares, a la disposición de quienes deseen adquirirlos.
Esta noche, hablamos de poesía.
Más que hablar de la poesía, me complace dialogar con ella a través de la lectura, y de ser posible, hacerlo al propio tiempo con el creador, mediante el cual tal vez sea posible alcanzar, una dimensión más cabal, es decir, más próxima y abarcadora, a aquello que el poema se propone comunicarnos. Esto lo sabían seguramente, los aedos y rapsodas de la época anterior a la escritura, en la Antigua Grecia, especialmente los primeros, quienes no eran meros recitadores de los poemas por ellos declamados, sino, en primer lugar, los creadores de éstos. ¿Qué hay, en la génesis misma del verso, que, acaso el poeta, mediante su testimonio directo, consiga compartir con sus escuchas? ¡Siempre podremos imaginar, gozosos, de qué modo particular, sería el intercambio entre un Homero, y sus oyentes! Pero no será necesario recurrir a un esfuerzo de imaginación agotador, en el presente caso, a fin de concebir semejante interacción, cuando por feliz combinatoria, el público presente, y el texto poético disponen, para su interrogación, del aval del poeta, aquí presente. Es, incuestionablemente éste, el caso del cuaderno Las niñas duermen del otro lado, para compartir el cual, contamos con la guía espiritual de su autora. Todo poema es una andadura, un viaje por parajes que nos son familiares, y desconocidos a la vez.
Pero antes que los lectores, a quienes está encomendado el poemario, posiblemente sea el editor, el primer lector y cómplice del poeta. Al menos, ése puede que haya sido mi caso, y, si bien dejaré a la autora hablar de su experiencia esencial en el proceso de la creación poética, apuntaré aquí, en mi carácter de editor, la experiencia singular de ser partero de este bellísimo libro.
Hacía ya tiempo que Zoé y yo, desde nuestra amistad y desde mi admiración por su escritura, veníamos hablando de editar uno de sus libros, cuando, de manera casual —digámoslo así— se presentó esta posibilidad, mediante el libro que hoy presentamos a ustedes. A quienes la conocemos más por el poderío de su voz narrativa, seguramente nos resulta arduo concebir una voz poética tan tierna, y conmovedora en su misma sencillez. Directa, despojada de excesos retóricos —desnuda, podría decirse— se nos presenta esta poesía, a una vez, joven, y no obstante, entrada en su sazón. Me permitiré demostrar mediante un ejemplo, esto que afirmo. Veamos el poema que dedica a la ciudad de Caracas, con el título: “Esta ciudad es un pétalo”.
Esta es una ciudad que cabe en un pétalo
Movediza y jaranera, donde se camina suave
Se anda por Chacao con los brazos pintados de tiza
(blanca
Ésta es una ciudad de madres y abuelas
Que te invitan a un café y sonríen con las manos juntas
Ésta es una ciudad que no es la mía, todavía,
Pero ya casi lo es, porque amándola se antojó en mí.
Ésta es una ciudad para filmarla a las cinco de la tarde
Hora en la que el amante acaricia tu barbilla
Y susurra que ya nada es igual, contigo
Que contigo la ciudad huele a pan recién horneado
Y que tu boca es ese pétalo en el que cabe toda entera
Caracas y sus cuitas. Toda amor, toda placer.
Había leído ya, algunos poemas de Zoé Valdés, aquí y allá, pero sin darles seguimiento, porque esos libros de poesía no se hallan fácilmente disponibles. Ojalá, que otros editores se interesen, a partir de ahora, por dar a la poesía de Zoé la atención merecida, que nunca le ha sido regateada por otros grandes poetas de renombre establecido, como consigna la contratapa del libro que publicamos, desde el «Premio Cervantes», Dulce María Loynaz, y pasando por críticos como Cintio Vitier, hasta llegar a los poetas (y novelistas) Gonzalo Rojas, chileno, y Álvaro Mutis, colombo-mexicano, por sólo citar algunos.
¡Dios me libre, de sucumbir a los lugares comunes del correctismo político, o a las evidencias de Perogrullo, pero afirmaré que, al menos este poemario de Zoé, encierra la magia, la inteligencia (en su doble significado), y el intríngulis de lo femenino. No es por ello, sin embargo, coto vedado a la sensibilidad masculina, ni fiero embrollo de hostilidades, al sexo, convencionalmente llamado “opuesto”. Caracas, ciudad eminentemente femenina, en la visión del libro que le está dedicado, junto a la abuela irlandesa de la autora, y a la poetisa Dulce María Loynaz, constituyen un feliz trío (una tríada) que dialoga entre sí, y hace partícipe al lector, de estas conversaciones. Así, en “La vida es como es”, oímos:
Mientras subo y desando
Chacao arriba y Chacao abajo
Voy pensando en la Malibrán negra
De esas voces cubanas olvidadas
Que todo el mundo debería oír
Y que nadie ha oído.
No me alcanzaría la vida para
Caminar por toda Caracas
Pensando en las mujeres cubanas
Que hicieron novelas con sus vidas.
Y yo aquí, en Chacao
Otra mujercita más,
Indecisa, aunque perseverante
En como hacer con mi vida
Un homenaje a todas ellas.
El poema está dedicado a un amigo de la autora: Javier de Castromori, y sí, a esa otra amiga en el reino mítico, que insufla su magia en las páginas de este cuaderno poético, la propia Malibrán negra, la célebre, celebrada e imaginada María Martínez.
En verdad, este libro es, entre otras muchas cosas: un paseo, una exploración, un pequeño clamor esperanzado…, una “cháchara de comadres” que comparten al sol noticias y revelaciones de mutuo interés, trascendentes unas, triviales otras, e incorporan a los paseantes a este diálogo. Los exergos que abren las dos secciones o partes en que se agrupan los textos del conjunto, correspondientes a un poeta y preso político cubano, el padre Miguel Ángel Loredo, y el venezolano Pérez Bonalde, son asimismo, voces que se suman al concierto. El primero de estos desde el recinto de la poesía, como refugio último, que no han podido arrebatarle con la prisión, los maltratos, y el destierro; el segundo, desde el esplendor que avizoran sus ojos, al regresar a la patria, que es Venezuela, pero asimismo la patria chica, Caracas, luego de un largo exilio.
La voz poética de Zoé es aquí, en este libro, característicamente cubana; evocativa de su tierra y de su esencia, y al propio tiempo, abierta, receptiva, universal. Y en esto también, es voz que se origina en la tradición cubana más raigal, la que se adentra en los orígenes de nuestra poesía. Ser cubano, es serlo mejor, de modo más completo, cuando se concibe la patria en perfecta armonía consigo misma, y con el mundo, bien se esté físicamente fuera de los confines territoriales, políticos o ideológicos, de la isla encadenada, o se acaricie esta visión como fantasmagoría, al interior del país, donde se está sin querer estar, sin que le permitan a uno, ser con plena libertad. Se trata de idéntica mirada a la que caracteriza la poética de José Martí, quien desde su exilio newyorkino por antonomasia, concibió la patria amada y libre, que aún no podía serlo, o la de José María Heredia, “cantor del Niágara”, y la de tantos otros, que murieron, no tanto del anhelo del regreso, sino de la negación de una patria libre. Zoé Valdés configura su propia visión, y su nostalgia de Cuba en este libro, dedicado a Caracas, no sin optimismo, pero eso sí, con vigor, y a ratos, hasta con crudeza, a través de dos mujeres importantes en su vida: la abuela irlandesa “aplatanada”, es decir, identificada con lo cubano hasta volverse una con sus esencias, y Dulce María Loynaz, poeta, y novelista, quintaesencial de lo cubano, cuyo último libro de versos, resuena en nuestras letras como un portazo en las narices de los totalitarios: Últimos días de una casa. Hogar en el que se encerró, cual si se tratara de un mausoleo, violentado más de una vez por las fuerzas de la Seguridad del Estado, con el único propósito de amedrentar, a quienes no pudieron conquistar ni rendir. Y hablando de esta mujer, símbolo de mujer y de poesía, y de cubanía, quienes hayan escuchado la pieza de José White para violín y piano, “La bella cubana”, podrán catalogar ambas, entre lo más hermoso y lo de más quilate, que un pueblo es capaz de producir.
Por mi parte, creo haber apuntado lo esencial de lo que me corresponde señalar, en cuanto a mis impresiones y experiencia como editor de un libro singular, cuya edición ha constituido, y constituye, una gran satisfacción y un aprendizaje. Con él, nuestra editorial da comienzo a una nueva serie o colección, a la que damos el nombre de “Lydia y Teresa”, evidentemente, por Lydia Cabrera y Teresa de la Parra, cubana la primera, y venezolana la segunda. Amigas y colaboradoras, desde su estancia parisina, para su amiga venezolana concibió Lydia, los que habían de convertirse luego en Contes negres de Cuba, y eventualmente, en Cuentos negros de Cuba. Me complace anunciar, que al de Zoé, le seguirá en breve, un precioso libro de la poeta venezolana, residente en ese país, Rosana Hernández Pasquier.
Dicho lo dicho, cedo la palabra a la autora de Las niñas duermen del otro lado, quien, con más solvencia y la elocuencia que la caracteriza, podrá hablarnos de su libro. Muchas gracias.
Rolando Morelli es escritor y editor. Reside en Filadelfia.
Excelente artículo…