Por Eduardo Indra/OKDiario.
No hace ni cinco años la derecha tenía las mismas opciones de gobernar que yo de quitarle el puesto a Mbappé en el Madrid. No sólo se trataba de las caras, que también, Casado y el peligrosísimo Egea tenían el mismo carisma que la columna de carga de un edificio, sino más bien una cuestión numérica. A más partidos en uno de los dos bloques ideológicos, menos posibilidades de éxito, no lo digo yo sino una ley electoral inventada por un belga, Víctor D’Hont, que premia la unión y sanciona la división. Las cosas de esos sistemas proporcionales que con demasiadas frecuencia hacen ingobernables los países, en contraposición al mayoritario del Reino Unido o la doble vuelta francesa, donde el vencedor se lleva el gato enterito al agua. La prueba del nueve la tenemos en la suerte que corrió el PP en esas elecciones de abril de 2019 en las que sus 66 exiguos diputados, de largo el peor resultado de la historia, estuvieron a punto de provocar el sorpasso de Rivera. La explicación resulta perogrullesca: tres formaciones (PP, Ciudadanos y Vox) se disputaban el favor de la España de derechas. En la izquierda únicamente existían dos gallitos: PSOE y Podemos. Consecuencia: Sánchez y el facineroso de Iglesias se dieron el pico y gobernaron con la ayuda de ETA, ERC y demás gente de mal vivir. Al maridísimo de Begoña no se le escapa que la ciudadanía lo odia, que no puede salir a un restaurante o un acto con público de verdad, no con figurantes, sin que le piten y le llamen de todo y por su orden. Es lo que tiene ser socio de quienes asesinaron a 856 compatriotas, hooligan de la banda terrorista Hamás y haber regalado la amnistía. La gente de bien no le perdona haber llevado a la extremísima izquierda a un PSOE antaño impecablemente socialdemócrata ni tampoco sus tics autocráticos y sus constantes abusos de poder, menos aún la corrupción. Y el sujeto, malo pero no tonto, tiene meridianamente claro que o vuelve al 2-3 –es como el fútbol pero al revés, el del guarismo chico, gana– o estadísticamente dispone de bastantes más boletos que Feijóo para quedarse sin su juguete preferido: el Falcon. Milagritos como el 23-J se producen una vez en la vida, en aquel caso por obvios deméritos ajenos. En la izquierda, Podemos vive en el limbo por mucho que el domingo se anotasen 2 escaños y ya sólo cuentan PSOE y Sumar. Y hasta ahora enfrente tenían únicamente a PP y Vox, lo cual conformaba un empate a 2. A Vox le ha salido en las europeas un excremento llamado Se Acabó la Fiesta, liderado por un faker profesional llamado Alvise Pérez, un tipejo que ha hecho del bulo un sobre-cogedor modo de vida. Este mentiroso compulsivo, y no precisamente por amor al arte, ha puesto en el bando rival ese 3 que tanto anhelaba Franquito Sánchez. Moncloa paga la gasolina de este embustero calumniador. El primer grano de arena lo puso el CIS tezanero, que le otorgó un 5,7% de intención de voto, punto y pico más de lo que finalmente consiguió, le siguió el propio Sánchez, que lo mentó en la recta final de campaña en dos ocasiones y más tarde se sumaron al aquelarre Puente, Alegría, Montero, Ribera y mi paisana Elma Saiz. Ahora han entrado en escena otros publicistas, los del Grupo Prisa. Y lo que te rondaré, moren@. Vamos a tener Fakevise hasta en la sopa. Nada nuevo bajo el sol, esta táctica la popularizaron los romanos hace 2.000 años. «Divide et impera», que decían.